POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Conocí a Luis en 1943, cuando solo tenía cinco años. Luís Carrillo Molina era un hombre rudo, soltero, de unos 40 años, curtido en las múltiples tareas del campo; trabajador incansable y muy buena persona.
Vivía en una cueva de láguena, horadada en la colina que abrazaba a su huerta, en compañía de su madre a Tía Segundina; y su jauría de perros.
A principios del año 1943, ayudó a mi padre a socavar en el monte de Verdelena y hacer un hueco en forma de cueva; en donde nos alojaríamos mis abuelos Joaquín y Clarisa; y yo.
Todas las mañanas acudía al trabajo situado a apenas unos 150 metros de distancia de su cueva, acompañado de tres o cuatro perros y, a veces, con algunos cachorrillos. Luís era un hombre amable, trabajador y servicial, durante varios años tuve la ocasión de constatarlo.
Antes de comenzar la faena diaria, Luís y mi padre me enviaban a que les trajera un botijo de agua fresca del aljibe de la Tía Juana Antonia. Con tan pocos años, yo no servía para mucho más y, por tal motivo, me convirtieron en su recadero; Joaquinico, ve por….., o, tráenos aquello…… Ese trabajo procuraba efectuarlo con diligencia, aunque no siempre me salía como a ellos les gustaba.
Cuando nos sentábamos a almorzar, tanto Luís como mi padre, sacaban de sus bolsas lo que habían preparado de pan y de fiambre. Nada más descolgar la bolsa de un árbol, Luís, se le arremolinaban los perros, moviendo sus rabos en señal de alegría. Sí, Luís amaba a los perros y, por consiguiente, les trataba muy bien. Sacaba de su bolsa un chusco de pan y lo troceaba con su navaja para que los canes se dieran un opíparo almuerzo.
Al poco tiempo murió su madre la Tía Segundina Molina y Luís, al quedarse solo, se marchó a vivir a su casa del pueblo. Sin embargo, sus perros se quedaron junto a la cueva cuidando la finca de su amo y evocando a la anciana enlutada; ya ausente.
Luís, con su bicicleta, que casi siempre la tenía averiada, se desplazaba diariamente a su finca de la rambla con el fin de cultivar sus tierras, alternando con la ayuda en las tareas de mi padre. Luís decía que la finca de Joaquín el de los muebles, era su segunda casa.
Desde la cima de la colina, los perros divisaban a su amo en lontananza, montado en su bicicleta o bien andando, por las empinadas cuestas y, de inmediato, salían a su encuentro. Los perros, que llegaban raudos hasta el encuentro con su amo a la altura de la finca de Federo, se abalanzaban sobre las piernas de Luís, meneando sus rabos en señal de regocijo.
Estos perros eran muy afortunados ya que en vez de tener un amo, tenían un amigo que les quería. Tras el saludo mañanero, proseguían hasta llegar a la linde de nuestra finca, en donde esperábamos mi padre y yo, y, algunas veces, mi abuelo Joaquín; cuando se encontraba mejorado de sus dolencias y con ánimos de echar una mano.
Aunque en mi casa no había costumbre de tener animales domésticos, como perros y gatos, llegué a encariñarme con ellos y ellos conmigo, y saqué importantes conclusiones sobre el comportamiento de las personas y los perros; siendo Luís ‘el Manco’ el ejemplo a seguir. Además, a esta maravillosa experiencia, agrego la historia de cuanto he leído, he observado y vivido.
Sí, Luís, ese hombre rudo y bonachón, con su comportamiento diario, inmortalizó la vida compenetrada de los perros y las personas; dándoles el cobijo y el cariño que, a veces, negamos a nuestros semejantes.
He sacado unas vivencias y referencias filosóficas, que voy a describir con el fin de ensalzar los nexos de unión entre Luís y sus perros:
El famoso escritor Mark Twain decía: “Si recoges a un perro vagabundo, lo cuidas y lo haces próspero, no te morderá”. Esta es la gran diferencia entre un hombre y un perro.
Andy Rooney aseguraba que el perro promedio es mejor persona que la persona promedio.
Ben Williams decía que no hay mejor psiquiatra en el universo que un cachorro lamiéndote la cara y las heridas. Por su parte, Will Rogers, en una noche de reflexión, llegó a decir que si los perros no van al cielo, quiero ir a donde ellos van.
James Thurber llegó a decir que si creyera en la inmortalidad, estaría seguro de que ciertos perros que conozco, irán al cielo y muy; muy pocas personas.
Anne Tyler nos hace reflexionar al decirnos ¿Alguna vez nos hemos preguntado qué pensarán nuestros perros de nosotros? A renglón seguido nos escribe: ¿Nos hemos parado a pensar cual es nuestro comportamiento delante de ellos?
Franklin P. Jones, habla de nuestro día a día con los perros; y nos dice: cualquiera que no sepa cual es el sabor del jabón, es porque no ha bañado jamás su perro. El psiquiatra Sigmund Freud asevera que los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos; todo lo contrario que las personas, que son incapaces de amar o mezclan el amor con el odio.
Para Roger Casas nos viene a decir que los perros no lo son todo en nuestra vida pero, ellos, nos la hacen más satisfactoria.
Personalmente, tras leer y escuchar a estos eruditos, “tengo muchas razones para pensar que los perros pueden olfatear a una buena persona a un kilómetro de distancia”.
Sí, con menos erudición pero, con mucha humanidad, Luís el Manco fue un compendio de todos ellos.