LUISA LA DE ROSARIO, UNA VECINA EJEMPLAR
Mar 13 2017

POR LUIS MIGUEL MONTES ARBOLEYA, CRONISTA DE BIMENES (ASTURIAS)

Luisa

Luisa nació en el chigre de su madre y ahí sigue viviendo. Es un edificio de corredor —en la vega de San Julián— sustentado por dos columnas, entre la carretera general y el antiguo camino real. Su padre se llamaba Herminio García Camblor, vigilante de Solvay (Lieres) en los años veinte del siglo pasado, y su madre, Rosario Sánchez Rodríguez, de la familia de los Catanes, quien crió a trece hijos y regentó el chigre que lleva su nombre, Casa Rosario, hasta que falleció; luego cogería el testigo una de sus hijas: Luisa, Luisina o Tatina, que de todas estas maneras es conocida nuestra protagonista.

Casa Rosario es un negocio centenario que en sus inicios fue chigre-tienda (ferretería, ultramarinos, comestible…). Entre sus paredes se refugió lo más granado de nuestros parroquianos. Hoy día es una foto fija anclada en otra época: siguen las negras lastras del suelo, hoy cubiertas de baldosas, vemos un añoso banderín del Iberia, botellas mohosas de anís, sifón y coñac que resisten el paso del tiempo, un sombrero de México 70, dos botellones de guinda, mesas y sillas de madera, viejos ceniceros doblados de Cinzano y todo ello bajo la atenta mirada de un retrato de Franco hecho en Tolosa y un fraile infalible en la predicción del tiempo.

Aquí lleva Luisa toda su vida, aunque rápidamente nos recuerda que «también fui a Madrid y a Bilbao». Luisa rememora cuando se inauguró la escuela nacional de San Julián, habla de los primeros maestros: don Bernardo y doña Mañolita («llegaron solteros y acabaron casándose»), cuando las ferias de Bimenes se celebraban en Martimporra, cuando se alumbraba con esquisto en las casas, de las bondades del caldo de gallina (luego vendría la penicilina), cuando no habia coches («mi madre siempre andaba a caballo»), tragedias mineras como la de El Corvero (siete yerbatos muertos en 1931). En una foto escolar de 1923, duda en la identificación de alguno, pero ya no tiene a quién preguntar.

Luisa cocina, cruza la carretera camino de la huerta y no abandona su voraz afición a la lectura. Desde que la operaron de cataratas no volvió a usar gafas, ni para leer. Tampoco nos sorprende si después de arreglarse sale caminando para La Fontanina a la misa del santo patrón. Tiempo atrás, siendo ya nonagenaria, con motivo de un accidente doméstico sin importancia, fue al hospital. No encontraban su historia clínica, hasta que ella lo aclaró todo: «Ye la primera vez que vengo».

Dice Gary Snyder que los libros son nuestros ancianos y que por eso hay que leerlos con la misma actitud con la que uno escucha las historias de sus abuelos. En este caso, nuestra protagonista es nuestro libro, nuestra enciclopedia, nuestra biblioteca. Es un privilegio poder contar con informantes así, con la mente lúcida y una memoria a raudales. Cualquier encargo lo resuelve en una semana. El último me lo entregó en una hoja escrita de su puño y letra: «Toma, ya te tengo les boleres». Luisa es un trozo de historia yerbata que supo granjearse el respeto y el afecto de sus vecinos con una conducta ejemplar: una auténtica paisana. Y también una celosa guardiana de su edad: «Yo nunca pregunto los años a nadie». Como diría Cela, seamos respetuosos con el calendario.

Hoy, como todas las mañanas desde hace tantas décadas, después de encender la cocina de carbón, y cuando el humo empiece a asomar por la chimenea, empezará a leer su periódico de siempre—La Nueva España—. Será un día tan diferente como merecido, pues por primera vez en un año tan singular ella será la noticia.

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