POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Desde tiempo inmemorial, el fallecimiento de un ser querido condicionaba mucho los hábitos de sus familiares, hasta el punto de que les marcaba, de forma importante, para el resto de sus vidas.
El diario La Verdad de Murcia del día 21 de febrero del año 1992 por ejemplo, traía a colación los distintos rituales que, poco a poco se van desapareciendo. Lo refleja de la siguiente manera:
Las tradiciones de los lutos ofrecen matices bien diferenciados, que van variando con el paso de los años y según las comarcas de la Región de Murcia. Así, hace un siglo, la viuda guardaba fidelidad al marido, vistiendo de luto hasta su muerte. Las mujeres de mayor distinción llevaban unas gasas o mantos, de color negro, sobre la cabeza, durante años. Paulatinamente se iban aliviando el luto. Unas pocas, muy distinguidas, ocultaban totalmente el cabello, con un pañuelo negro. En el pueblo de Ulea, las mujeres salían, de casa, solamente de noche y eso si no había luna llena. A las hijas o hermanas, si eran adolescentes, les ponían un vestido negro y unas medias del mismo color. La cabeza se la cubrían con una gasa negra; si habían cumplido los 18 años.
Los hombres que llevaban luto, por un padre o una madre, o la mujer, se veían obligados a llevar un brazalete negro, en la manga del brazo izquierdo, durante varios años y, algunos, tomaron la decisión de ir sin afeitar, la barba, por espacio de bastantes años. Unos pocos hicieron la promesa de no afeitarse durante el resto de sus vidas.
En muchas casas se ocultaban los objetos metálicos, para evitar que emitieran destellos luminosos. Los platos del aparador se ponían boca abajo y los cuadros, que estaban colgados en la pared, se les adornaban con unos visillos negros.
De una manera oficial se guardaban tres años de luto cerrado – prohibición de ir al teatro, toros y bailes, por la muerte de los padres; dos años por la de un hermano y uno por la de un abuelo. Federico García Lorca asegura que estos lutos eran más livianos que los que guardó Bernarda Alba, que duraron ocho años.