POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
Tantos años de paños morados, tantos años sin poder cantar y con el cuerpo lleno de música, tanto miedo al pecado y tanto dolor de corazón, semanas y semanas, santos oficios, visitas a los monumentos, olor a cera quemada, recogida del cabo de vela que nos protegía de las tormentas del año, ramo o palma para poner en el balcón, bollo de los padrinos rumbosos, una vida antigua supliéndose a sí misma. Lluvias cuaresmales, oscuridad y paños morados.
Parece que pasaron mil años, y aquí estamos, en una ciudad llena de procesiones renacidas y crecidas cumplidamente. Recorridos, generalmente vespertinos, que sacan a la calle el dolor que sólo se suaviza con la entrega de los devotos.
Calles que se habitúan a las procesiones, que a veces tienen que sortear las bolsas de basura de este mundo de usar y tirar que hemos inventado. Nadie en los balcones, no por respeto, sino porque no hay vecinos.
El frescor de las iglesias hace contraste con el bullicio colorido de las calles, la luz única de Oviedo cuando las nubes se van a otro lugar para dejarnos el sol, que también existe. Los de aquí nos cruzamos por la calle, o en el Fontán, ya con la Pascua en el gesto. Los de fuera, que los hay, perplejos con tan singular e inimitable belleza.
La tristeza por la muerte de Gabriel García Márquez nos acompaña, pero él, revestido de su obra, estará para siempre con nosotros.
Hoy he vuelto a empezar «Cien años de soledad» en la edición del 67. Ya voy en la página 40, tengo Gabo para rato. Es lo que tiene la literatura.
Fuente: http://www.lne.es/