POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
«A finales del mes de enero de 1896 comenzaron los trabajos de instalación del tendido de los cables por las calles para la red eléctrica, para lo que llegó a la población el director técnico y dos auxiliares, encargados de sustituir los faroles alimentados por petróleo…»
Llegó el frío acompañado con el aumento del consumo de energía eléctrica para, pese al uso de lámparas tipo «led», iluminar a más bajo coste las largas noches de invierno. La factura de la luz se engrosa en su cuantía aun disponiendo de una bonificación social.
Dentro de pocas semanas, en los primeros días de Adviento, se alzará en la plaza de la Constitución de Torrevieja el gran abeto navideño que desinteresadamente regala desde hace muchos años el mecenas sueco Per Erik Persson; otro asunto será si su encendido se producirá en tiempo y forma, y no de manera inadecuada como ha venido ocurriendo en años anteriores inmediatos. ¡Qué Santa Lucía haga que se luzca en su momento! Con permiso de regidores, técnicos y electricistas.
El alumbrado nocturno de las plazas y calles de Torrevieja hasta 1897 era casi inexistente, pues sólo en algunas de las calles más céntricas había unos faroles, alimentados por aceite, que los sufridos «serenos» se encargaban de recargar, aunque el viento y la lluvia apagaban la mayor parte de las noches.
En aquel ambiente, agravado por el mal estado de las calles donde faltaba la más sencilla pavimentación, al anochecer, la vida en las calles de Torrevieja desaparecía completamente, iniciándose en el interior de los hogares, bien en la cocina, al abrigo de la lumbre o en la mesa camilla, alrededor del bracero.
A finales del mes de enero de 1896 comenzaron los trabajos de instalación del tendido de los cables por las calles para la red eléctrica, para lo que llegó a la población el director técnico y dos auxiliares, encargados de sustituir los faroles alimentados por petróleo. En menos de dos meses se celebró en el Ayuntamiento la subasta del alumbrado público por medio de la electricidad, recayendo en Amador Cuervo Era, militar y vecino de Madrid.
El 5 de marzo se firmó la concesión y arriendo del alumbrado público por parte de Acacio Rebagliato Quesada, como procurador síndico, en representación del Ayuntamiento.
La instalación del alumbrado público era por cuenta del concesionario, siendo por «incandescencia y de arco voltaico» de baja tensión, no excediendo de ciento veinte voltios y dispuestas de tal modo que cuando una o varias de ellas dejaran de funcionar no afectaran su interrupción al servicio de las demás.
Se construyó la llamada «fabrica de la luz» en las afueras de la población donde se instaló un motor de vapor provisto de todos los accesorios indispensables que constituyeran una garantía de buen funcionamiento.
El alumbrado general de la población se encendía a la puesta del sol según rece en el «Calendario Zaragozano» y se apagaba a la una de la madrugada desde el quince de mayo al quince de septiembre, y a las doce de la noche desde el dieciséis de septiembre al catorce de mayo: 1896 marcó el principio de todo un periodo, un antes y un después.
Fue la puerta y entrada de Torrevieja a la época del progreso, la posibilidad del avance tecnológico, en concreto a una nueva era: la electricidad, base de los principales inventos del siglo XX.
Como prueba del estado de las calles y su iluminación, el testimonio y las sensaciones que le produjeron al periodista murciano Federico Martínez en un artículo publicado el día de la inauguración del alumbrado, el 7 de agosto de 1896: «Anoche ¡ facta es luz! Anoche vimos claramente en Torrevieja, pues el alumbrado público de esta población deja mucho que desear; el cilindro rodó, la plancha rozó y el fluido eléctrico a través del metálico cable, produjo las hondas luminosas de la luz eléctrica; clara, hermosa, potente, sus focos iluminaron las calles, el paseo, el casino y café, saludando con sus blancos fulgores a su padre el progreso, que arrancó del misterioso arcano de la incógnita, de los profundos senos de la ciencia».
La llegada de la luz eléctrica transformó hábitos y comportamientos, arrinconando en «sostres» y almacenes aquellos instrumentos tan utilizados hasta entonces: el candil, el farol, el velón, el quinqué, las lámparas de carburo y otros artilugios de uso tan cotidiano hasta entonces.
Ahora, después de más de cien años, quizá algunas personas en «exclusión social» tendrán que rebuscar aquellas viejas bujías de cera y el oxidado bracero para combatir el frío ante el alto precio de la energía eléctrica; pese a que en las próximas fiestas en las calles luzcan multitud de lucecitas «led».
Fuente: https://www.diarioinformacion.com/vega-baja/2018/11/11/luz-fria/2084632.html