POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA COMARCA DE LA HOYA (HUESCA).
El desarrollo de la industria eléctrica en las dos últimas décadas del siglo XIX es característico por las iniciativas que surgieron, unas con mayor éxito que otras, todas con el punto de vista puesto en el alumbrado público. A pesar de que la Administración quedara bastante al margen de la implantación de la industria eléctrica, a pesar de una Real Orden en 1888, ordenando la instalación de alumbrado eléctrico en los teatros de Madrid prohibiendo el alumbrado por gas en los mismos y, años después, en 1901 se publicaba una curiosa estadística de la industria eléctrica que, con sus aciertos y errores, deseaba situar lo que representaba esta industria en su período inicial.
En agosto de 1900 era recogida por “La Cruz de Sobrarbe” y por lo tanto, conocida en todo el “Somontano”, la noticia que había saltado en Nueva York donde una revista especializada confirmaba que una sociedad con un capital de 25 millones de dólares, se disponía a explotar un descubrimiento que esperaban cambiaría las costumbres y sobre todo la economía empresarial y doméstica, pues aseguraban que ocurriría algo superior al cambio que se produjo con la invención de los ferrocarriles.
Había sido un químico americano mister Poar de Tethenfant, quien había cedido a la citada sociedad su descubrimiento merced al cual se había llegado a producir en globos de vidrio que previamente habían sido vaciados en una máquina neumática, unas reacciones químicas que producían una luz nueva, pues era una verdadera luz solar
almacenada, la cual, a decir de la revista “L’Ectricité” de Francia, era más brillante que la del arco voltaico, tenía mayor fijeza que la de las lámparas incandescentes y sobre todo, no fatigaba la vista más de lo que fatigaban aquellas lámparas de aceite antiguas.
Esta luz que habían decidido llamar “Luz Poar” era el producto de una combinación química hasta entonces desconocida, si bien para producirla no había necesidad de motores, máquinas o aparatos de ninguna especie; porque todo lo hacía la química silenciosa de los laboratorios y una vez aprisionada la luz en los cristales que podrían sobredimensionarse, para llegar y alcanzar la potencia lumínica que fuera deseada.
Según la “Gazeta de Transilvaniei, Mister Poar aseguraba que una vez aprisionada la luz en el vidrio no se apagaba ya, que el globo o vidrio tendría las dimensiones que exigiera la necesidad, pues se podría llevar incluso en el bolsillo, en la petaca, la cartera y sacarlo cuando se quedaran a oscuras, no presentando peligro alguno, pues en el caso de que se rompiera, se apagaría la luz sin más problemas.
Paralelamente a Nueva Yok que se había despertado una mañana del caluroso agosto con la información detallada de una revista técnica; Braçov que era una de las ciudades más importantes de Rumanía, y Barbastro, junto a todo el Somontano altoaragonés, también eran conocedores en agosto de ese descubrimiento que fue denominado como “arcas de luz” y también “Novâ Luminâ” , que bien podríamos considerar precursora de las placas solares que cien años después, nos aportan la luz a los lugares antes inaccesibles por su oscuridad.
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