POR ÁNGEL DEL RÍO, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE MADRID
Durante el siglo XIX y principios del XX, Madrid sufrió graves epidemias que diezmaron su población. Las condiciones higiénico-sanitarias y la precariedad asistencial de aquellos tiempos hicieron que algunas fueran altamente mortales.
En 1834, Madrid tenía 220.000 habitantes y una espeluznante noticia corría por los mentideros: «Matanza de frailes en Madrid». Una turba, dirigida por varios revolucionarios, da muerte a 73 religiosos y 11 resultan gravemente heridos, después de que en días anteriores se propagara la falacia de que las graves consecuencias para la población de una epidemia de peste, se debía al envenenamiento de las aguas por parte de los religiosos. Los cabecillas de esa revolución espontánea, dan veracidad a lo que es una noticia falsa, y conducen a las masas hasta los conventos de Santo Tomás, la Merced y San Francisco el Grande, y al Colegio Imperial de los Jesuitas, junto a la colegiata de San Isidro, en la calle de Toledo, y tras violentar las entradas, dan muerte a esos 73 frailes. Sobre el origen e intencionalidad de esta gravísima revuelta anticlerical, los expertos barajan distintas hipótesis. Unos apuestan por un complot orquestado por las sociedades secretas, mientras otros creen que se trataba de un movimiento espontáneo ante la desesperación por los estragos que estaba causando el cólera y las acusaciones a los frailes de haber sido los envenenadores del agua de las fuentes públicas.
Al margen de esta tragedia, la epidemia produjo en Madrid 4.463 muertes. Se cebó con las clases más populares, aquellas que vivían en condiciones higiénicas más precarias. A raíz de esta crisis, el Ayuntamiento tomó una serie de medidas: los puestos de venta de pescados, frutas y verduras, deberían situarse en los arrabales, estar limpios y controlados; evitar las basuras, animales muertos y aguas corrompidas en las calles; control riguroso de las llamadas «posadas de pobres»; limpieza de alcantarillas, y una medida inédita: quienes no tuvieran trabajo y llevaran menos de diez años residiendo en Madrid, serían enviados a sus pueblos, dándoles un pasaporte, una peseta y dos panes.
Cuarenta y cuatro años después, en septiembre de 1878, en una zona del centro de Madrid, próxima a la Puerta del Sol, se detectaron varios casos del llamado «tifus icteroides» o fiebre amarilla. Los enfermos fueron trasladados para su estudio y tratamiento al Hospital de la Princesa. No hay muchos datos sobre este episodio porque, aún habiéndose constatado varios fallecimientos, no hubo «alarma social» en la población.
Un hospital Epidémico
También los barrios más deprimidos de la ciudad, fueron los principalmente afectados por el brote de cólera asiático en la capital, en 1885, popularmente conocido como «huésped del Ganges». Durante casi cuatro meses, la epidemia se mantuvo activa en Madrid, causando 1.366 fallecimientos. A punto estuvo de producirse un motín, por el temor de las clases pudientes a ser contagiadas por las populares, estimando insuficientes las medidas de carácter higiénico, dictadas por el Ayuntamiento para frenar la epidemia.
Con motivo de este episodio, se decidió construir un hospital de Epidemias, en una zona llamada Cerro del Pimiento, junto a lo que hoy son las calles de Cea Bermúdez, Andrés Mellado y San Francisco de Sales aunque, una vez desaparecida la epidemia, las obras se paralizaron. Fueron reanudadas años después, ante la amenaza de una nueva epidemia. El hospital se concluyó en 1900 y fue inaugurado un año después, con motivo de un brote de tifus. Contaba con veinte pabellones. Pero debido a la ínfima calidad de los materiales con los que fue construido, se clausuró en 1905. Este hospital es el origen de la expresión popular: «¡Vete al Cerro del Pimiento!», como forma de mandar a alguien lejos, a un sitio indeseable.
Un curioso comunicado
En 1912 se detectó en Madrid un brote epidémico de viruela, que se prolongó durante un año, y aunque se dice que fue muy dañino, no se especifica la mortalidad que produjo, solo que «acabó con la vida de muchas personas». Resulta curioso, que el gobernador civil, Alonso Castrillo, hiciera una comunicado sobre este brote: «En la ronda de Valencia, número 14, no existe, como se ha dicho, caso alguno de difteria, pero sí varios de viruela graves, habiendo fallecido una niña de siete años; la casa es de las llamadas de vecindad, con muchos cuartos, algunos inhabitables por pequeños, mal ventilados y oscuros. En el piso bajo hay dos niñas de ocho y diez años padeciendo viruela, y otros niños expuestos a la misma dolencia, por no estar vacunados. En el principal número 4, hay un adulto de veinticinco años y un niño de dos, sin vacunar, y hace días murió de viruela una niña de siete años. Se han practicado, por orden de este Gobierno civil, enérgicas desinfecciones, y se procede a vacunar y revacunar para aislar el foco citado».
De «brazos caídos»
La mal llamada gripe «española» de 1918-19, dejó el mayor número de muertos de todas las epidemias conocidas en la capital de España: más de 6.500 en menos de 20 meses, curiosamente, la mayoría de ellas, personas jóvenes y niños. En el conjunto nacional, la cifra de fallecimientos rebasó los 200.000.
En los primeros meses del brote, y tras concluir las fiestas de San Isidro, El Heraldo de Madrid, hablaba de más de 100.000 personas afectadas, cifra que se duplicó una semana después. El propio rey, Alfonso XIII, resultó afectado, aunque de carácter leve. Se cerraron cines, teatros, oficinas de correos y varias empresas. Inicialmente, se le restó importancia a los efectos causados por el virus, incluso se llegó a decir, que lo único que causaría a las personas que enfermaran, serían «dos o tres días de brazos caídos y cuero derrengado». No tardó la prensa en poner las cosas en su sitio: «No hay que sembrar la alarma, pero es preciso actuar con seriedad. La epidemia va tomando caracteres de gravedad, que es preciso atajar con el esfuerzo de todos».
A lo largo del siglo XX se produjeron otros episodios epidémicos en Madrid, sobre todo de gripe, pero ninguno de ellos de carácter tan letal como los citados.
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