POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS JAÉN)
Un día de finales de febrero caminaba por Madrid hacia la casa de una amiga. Resultó que vive cerca del Campo de fútbol del Atlético. Y que esa tarde jugaban allí dos equipos rivales de Madrid. Como yo de futbol no se nada, ni me interesa lo mas mínimo, empecé a notar algo raro en el ambiente. En la calle había poca gente, y los bares estaban a tope. Todos miraban embobados la TV. Como si la vida les fuera en ello. Pasó por mi cabeza si habría sucedido algo grave. De pronto un clamor de fondo invadió la calle. Venia del estadio. Era un gol. No sé de quien. El caso es que ese balonazo había paralizado el barrio. Hasta entonces no tuve claro lo que mueve el futbol en España. Porque hoy el opio del pueblo no es la religión, como dijo Carlos Max. Hoy se adora a un balón. Casi tanto como adoraban al dios Sol en el Egipto de los faraones. Hoy un balón manda más que Luis XIV, el Rey Sol, en la Francia de Versalles. Por eso hasta hay políticos capaces de defender en público que hagamos la vista gorda a colosales fraudes fiscales de equipos poderosos. No les pasa nada porque el futbol es la nueva religión: “Con la iglesia hemos topado amigo Sancho”, dijo Don Quijote.
A mi me parece una vergüenza que en un país en el que echan de su casa al que no puede pagar la hipoteca, se disimulen robos al fisco para alimentar el opio del pueblo. Que es de juzgado de guardia que la policía carezca de los medios adecuados para cumplir su función, pero no se escatimen recursos para seguir alimentando la pasión hacia el futbol. Si, ya se que se trata de un gran negocio. Pero es que todo no se puede medir por el negocio que genera. Porque si empezamos así, resultará que como la salud de los ciudadanos no es un buen negocio, y los viejos son una ruina, se gastará menos en hospitales públicos que en ayudas al futbol. Tiempo al tiempo.
No estoy en contra de que se apoye el deporte. Pero me parece inmoral lo que se invierte en futbolistas mientras se escatima en medicamentos y escuelas. Es más, hubo una época en la que le tuve cariño al este deporte. Sobre todo porque en tiempos lejanos, cuando España era pobre y los españoles trabajaban de sol a sol para sacar adelante a la familia, la ilusión por los equipos de futbol de cualquier pueblo era casi la única alegría de nuestros padres. Mi padre era fans del C.F. Granada. Fue para él una suerte, en medio de las privaciones que padeció en su juventud, que ese equipo, o la selección nacional, llenara de luz muchos de sus días oscuros. Que eso es la ilusión. Una luz en las tinieblas. Conservo una pinturas suya, a carboncillo, reproduciendo un famoso gol que metió Zarra, no sé ni a quién ni cuándo. De tarde en tarde viajaba a Granada con algún amigo a ver a su equipo Desde mi pueblo a la capital había al menos cuatro horas de coche. Algunas veces hizo el viaje con su amigo Alberto, sastre del pueblo, que tenía un “biscuter”. En las cuestas arriba se bajaban para empujar al vehiculo. Que no se yo si lo llevaban ellos a él al futbol. O el biscuter a ellos. Volvían a las tantas de la noche, agotados pero felices. Aquello les daba para tirar del carro de sus vidas, que tenía menos motor que el vehículo. Me hubiera gustado escuchar las conversaciones que traerían en ese cacharro a la vuelta, comentando las jugadas del campo de Los Carmenes. Pero el fútbol entonces era cosa de hombres. Acaso por eso a mi me sigue cayendo bien el C.F. Granada, gane o pierda. Porque lo que valoro del futbol es lo que hizo por mi padre, y por tantos como él. Y eso que al llegar a la facultad los colegas rojos que tuve me dijeron que el futbol era de franquistas. Y que Franco usaba el futbol para entontecer a la gente, como si fuera opio. Ahora resulta que hay democracia. Pero el opio es el mismo, más concentrado y más caro. Y nadie acusa a los políticos de valerse de un balón para atontar al personal. Y si alguien lo hace, y pide que paguen sus impuestos, le llaman aguafiestas. Vivir para ver, dice mi papelera, mientras suena el Ra, ra, ra….