POR ÁNGEL DEL RÍO, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE MADRID Y GETAFE
La Comunidad de Madrid, tendrá un hospital permanente de epidemias, para afrontar casos como el del Covid-19, gripes “especiales” u otras pandemias que puedan llegar, con capacidad para 1.000 camas. Ya ha comenzado a levantarse en la zona de Valdebebas.
No es la primera experiencia en este sentido, ya que a principios del siglo XX, Madrid ya tuvo un centro hospitalario de estas características. En el año 1885, la ciudad estaba siendo asolada por una epidemia de cólera, que dejaría un millar de muertos. Ante esta circunstancia, y en previsión de que pudieran llegar nuevas pandemias, se comenzó a construir el llamado Hospital de Epidemias, que posteriormente los madrileños bautizarían popularmente como el de los Epidémicos. Dependía de la Diputación Provincial y se levantó en una zona descampada, conocida como Cerro del Pimiento, en el entorno de lo que hoy son las calles de Cea Bermúdez, Andrés Mellado, San Francisco de Sales y la plaza de Cristo Rey.
Pero las obras del nuevo hospital quedaron paralizadas cuando se extinguió la oleada de cólera. En ese momento, las autoridades barajaron distintas posibilidades: abandonar el proyecto definitivamente y demoler la parte que se había construido; aprovechar lo edificado hasta entonces para dedicarlo a un centro de acogida de inválidos, o concluir el proyectado Hospital de Epidemias, y así disponer de un centro especializado en caso de nuevas pandemias. Se optó por esta última, y en 1901 fue inaugurado con ocasión de una nueva epidemia, en este caso, de tifus exantemático. Tenía 20 pabellones destinados a enfermos, varios almacenes y una capilla.
Pero el destino le tenía reservada corta vida a esta dotación sanitaria y fue clausurada en 1905, sólo cuatro años después de su inauguración. ¿Cuáles fueron los motivos para esa tajante decisión? Fundamentalmente, la mala calidad de los materiales empleados en su construcción y la forma en que ésta fue llevada a cabo. Las espectaculares goteras aparecidas en los pabellones, provocaron que cayeran en la ruina y las paredes se fueron desplomando. El dictamen técnico señalaba, que se habían empleado “materiales viejos, de ínfima calidad”.
Las autoridades llegaron a barajar la posibilidad de construir otro en el mismo lugar, utilizando materiales de primera calidad y modernos sistema de cimentación que le dieran solidez. Pero en este dilema se estaba cuando llegó un informe científico que desaconsejaba levantar un hospital de estas características en ese paraje, donde una serie de cerros impedían la ventilación por el norte; las tapias de los vecinos cementerios de San Ginés y de San Luis, lo impedían por el este, y los vientos del Guadarrama, azotaban demasiado por el oeste. A todo esto había que añadir su mala comunicación, el difícil acceso al mismo, ya que la única forma de llegar era andando y por grandes desmontes que lo hacían más incómodo todavía. Para que pudieran llegar los carruajes de los médicos y los coches fúnebres al hospital ya desahuciado, fue preciso prolongar la calle de Gaztambide y abrir el camino de San Bernardino, lo que actualmente es la calle de Isaac Peral, pese a lo cual, los accesos no eran los más apropiados y habría que hacer una fuerte inversión en trabajos de explanación y nueva red viaria.
Esto fue lo que definitivamente determinó que el nuevo Hospital de Epidemias, que habría de levantarse sobre el anterior, quedara en agua de borrajas. En los solares liberados se construyeron viviendas para militares del Ejército del Aire y se levantó la antigua Delegación Nacional de Sindicatos
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