POR ANTONIO MOLLEDO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
La Semana Santa en Malanquilla huele a incienso y a recuerdos de juventud. Hubo un tiempo en el que, durante algunos años, viví estos días de pasión en Malanquilla. Cada Semana Santa aquel recuerdo me persigue porque su autenticidad dejó huella en mi mente. Con 20 años uno es impresionable y algunas cosas, por infrecuentes, se apoderan de nosotros. Uno con 20 años, tiene grabadas en su retina las imágenes de las semanas santas convencionales, con grandes pasos, bandas de música imponentes, miles de flores y penitentes… y nada de esto se encuentra en Malanqulla. Quizá por eso, por el contraste, los días de pasión quedaron grabados entre los recuerdos imperecederos. Es como pasar del blanco al negro sin gama de grises intermedios. Malanquilla es autenticidad y recogimiento, sobriedad y devoción contenida. Malanquilla apuesta por lo natural frente al artificio. No busques candelería de plata reluciente ni ornamentos decorativos suplérfluos; para eso tienes mil sitios. Acércate si quieres vivir unos días diferentes en el paisaje que inspiró composiciones artísticas que hoy pueblan los más importantes museos: campo, alguna casita, un grupo reducido de gente acompañando a Jesús en el Calvario, ovejas que se cruzan durante el Viacrucis…
Imagina un belén en Navidad. Todos compramos figuras que nos acerquen al paisaje que más nos recuerda esas fechas; nieve, abetos, estrellas… Pues todo eso se da en Malanquilla porque Malanquilla es así. En Navidad un Belén que en Semana Santa se convierte en la Judea que en los años 30 d.C. tuvo como escenario la muerte del Redentor.
FUENTE: EL CRONISTA