POR FRANCISCO PUCH JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)
Cuando alguien no tiene inspiración para escribir algo interesante se fija en cualquier simpleza carente de importancia y, ¿porqué no? Escribe sobre ello aunque sea una tontería.
Y eso me ha pasado hoy cuando al salir de un establecimiento de una multinacional, de esos en los que se vende de todo, he observado que habían colocado en la puerta un recipiente cilíndrico con la parte superior abierta como si fuera una papelera, pero lo que ha causado mi extrañeza era el nombre que habían puesto al tal artilugio y pensé pues no será una papelera, porque si fuera una papelera no necesita que se le ponga nombre porque todo el mundo por tonto que sea, sabe lo que es una papelera y para lo que sirve; lo que me desconcertó fue que a esta especie de papelera le habían puesto el nombre de reciclador.
Y uno, que no es muy “espabilao”, al llegar a casa se ha ido al diccionario de la RAE para mirar las distintas acepciones que en él figuran del vocablo reciclador. Y en ninguna de ellas pone que sea una papelera.
Y ello me ha hecho `pensar en los diversos cambios o modificaciones que está experimentando nuestra bella lengua castellana. Con frecuencia escuchamos en los medios audiovisuales expresiones o modismos que vienen a demostrar la escasa cultura lingüística de los presentadores o presentadoras de turno y escuchamos expresiones cómo: yo de ti no lo haría, en lugar de : yo que tú no lo haría; o aquella otra de: detrás de mí, en lugar de: detrás de mí; y respecto de la hora, es frecuente escuchar a un locutor que dice son las dos de medio día, cuando lo correcto es: son las dos de la tarde; o quién dice: son las 12 de medio día (valga la “rebuznancia”), cuando lo correcto es: son las doce de la mañana, o simplemente es medio día.
Esos dichos o dicciones incorrectas del lenguaje escuchadas en los medios de comunicación se propagan con tal rapidez que terminaremos hablando una jerga que poco tendrá que ver con la belleza de nuestra lengua castellana
Por otra parte, la imposición feminista de hacer terminar en la vocal A aquellas palabras que por lo general terminan en la vocal O, y aquellas otras que terminan en consonante, nos han llevado a inventarnos, con la aquiescencia de los académicos, a que vocablos como concejal tengan su femenino en concejala, cuando siguiendo a misma tesis el masculino debería ser concejalo; igualmente la palabra juez, tiene su femenino en jueza sin que su masculino sea juezo, por citar sólo dos ejemplos de los infinitos que nuestra lengua tiene.
Esto nos llevó a manifestaciones como la de aquella cultísima ministra que se sacó del sobaco el vocablo “miembra”, como femenino de miembro.
Si seguimos con esa tesis, a todos aquellos vocablos que terminan en la vocal A, referidos al masculino como: ciclista, pianista, fumista, futbolista, tenista, poeta, ¿para qué seguir? Si la lista sería interminable. ¿Qué les parecería que exigiéramos que todos tuvieran su terminación en la vocal O? referidos al masculino, sería simple y llanamente una aberración.
A aquellas personas que tengan el sufrimiento de leer mis escritos, les pido perdón, porque hay que ver las tonterías que se le ocurren a uno cuando no quiere hablar de la corrupción política.