POR LUIS MIGUEL MONTES ARBOLEYA, CRONISTA OFICIAL DE BIMENES (ASTU-RIAS)
Llegaron nuevos vecinos a la aldea. Se trata de una joven pareja de hecho con un niño, adoptado, en edad escolar. Sus primeros pasos estuvieron encaminados a la búsqueda de subvenciones, ya bien sean municipales, comarcales, autonómicas o nacionales. Acertaron de pleno, actualmente ya disfrutan de un bono social para luz y calefacción, también de unos vales para comida y un sueldín mensual, lo que les permite, durante estos meses fríos, mantener la casa a una temperatura constante de 22 ºC, y si por algún casual el calor se hace insoportable no dudan en abrir las ventanas hasta que pase el sofocón.
Mientras el niño se aplica en la escuela, ellos ven cómo cae la lluvia y discurre el tiempo a través de la ventana del bar. En la vida laboral de la joven, consta que trabajó una se-mana, como becaria, en una conocida empresa, pero no guarda buen recuerdo de los madrugones. Su familia, que regenta florecientes negocios en una ciudad asturiana, la respalda en todas sus decisiones y constituye su pilar económico fundamental. El joven, sin oficio declarado ni conocido, emplea su ocio en la búsqueda de una limitación física que le sirva para conseguir una minusvalía. Los fines de semana, la pareja, suele acer-carse hasta alguna villa costera y recalar en algún restaurante donde degustar la rica gastronomía del lugar, siempre a lomos de su imponente moto de potente cilindrada.
En la casa de al lado vive Celestina —mujer octogenaria, viuda desde hace unos me-ses—, allí nació, allí se crió y ahí sigue. Tanto ella como su marido trabajaban de sol a sol, a la labranza, a la hierba, «siempre detrás de les vaques». Recuerda cuando lavaba en el río, cuando compraba al fiado en la tienda, todo para sacar adelante a sus cinco hijos. Nos dice orgullosa: «Y nunca pedimos nada, solo salú pa poder trabayar…».
Cuenta con todo detalle sus salidas fuera de la aldea. Una vez fueron a Pimiango, en la Vespa de segunda mano que conducía su marido, y otra vez, de excursión, a Valencia de Don Juan. Nunca fueron de vacaciones. «Cuando nos casamos, el día de San Ze-nón, pasamos un fin de semana en Arriondas», y salvo una boda o algún acontecimien-to especial nunca comieron fuera de casa. Para combatir el frío, atiza la vieja cocina de carbón al oscurecer; cuando la visitamos estaba —hacha en mano— cortando leña de-bajo del hórreo, aunque también tiene una estufa eléctrica, pero debido al elevado precio de la luz y a la paguina que le quedó, solo la pone en contadas ocasiones.
Como muchas personas de antes, la vida de Celestina fue una vida de trabajo, de priva-ciones, de sacrificio. A punto de marchar le preguntamos por la joven pareja, nos dice que «están de vacaciones en Brasil». Algo está cambiando en la vida de los pueblos, antes se pedía salud, ahora una minusvalía. En fin, como dice Rosendo en su canción, maneras de vivir.