POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
En mi vida gasté una línea con Manolín el Gitano; si le aludí de palabra o pensamiento fue como paradigma de la ruina. ¿Hacerle una estatua? Se le hizo a un perro por callejear, la tiene Mefistófeles en El Retiro, por declarar independiente el Quinto Cielo, ¿por qué no a un delincuente a quien salieron las cosas mal? Lo que sé de Manolín escuché en la calle: muchas miserias y cero virtudes; no es poco. Fue un pordiosero, o más bien pordiablero, a quien hice oídos sordos y jamás di un real; si murió por pobre soy el primer culpable, si por vago que me registren porque no doy cuartel a la pereza, y si dio de culo en las goteras de la Muy Noble, pido a esos redentores y alfaqueques, que rinden honores a cobro revertido, recreen al Gitano con los tacones torcidos entre pasteles de bronce en la confitería Rialto, o con furtivas lágrimas de piedra en un palco del Campoamor.
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