MANUEL LÓPEZ PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE LOS VILLARES (JAÉN), FUE UN HOMBRE SAZONADO, DE GRAN CUAJO HUMANO, CULTURAL Y MORAL
Feb 03 2016

POR MIGUEL VIRIBAY

Manuel López Pérez, cronista oficial de Los Villares (Jaén).
Manuel López Pérez, cronista oficial de Los Villares (Jaén).

Por ello los ausentes están presentes, y los necesitados están en la abundancia y los débiles son fuertes, y lo más difícil de decir, los muertos viven: tan grande es la honra, el recuerdo, la añoranza de los amigos que los acompaña… (Cicerón).

A veces, la vida que se nos da nos lleva a momentos tan indeseados —ensombrecidos— como este en que me dispongo a despedirme de un admirado, respetado y querido amigo de quien nadie podrá olvidar su rigor y su certeza como cronista del Santo Reino, Manuel López Pérez. Íntegro y sin tibieza, de su capacidad investigadora da cuenta la abundancia de temas que integran el corpus de sus publicaciones en libros, revistas y periódicos dando cuenta de su impagable crónica, cuya pulcritud y fidelidad se nos acercan marcadas por la distancia y la parquedad de guiños afectivos con respecto a quienes, de modo activo, ejercen poder en cualquier sentido.

En palabras de Emilio Lledó: “Una buena parte de la vida intelectual contemporánea se alimenta de discusiones, muchas de ellas exclusivamente verbales, que acaban por enredar los problemas si es que existen previamente, o por crearlos cuando eran inexistentes”. Independiente y brillante orador, Manolo López Pérez ha venido participando de conceptos semejantes a los manifestados por el profesor Lledó. Dueño absoluto de sus silencios, el desconocimiento del hombre, de la persona, es generalizado. Tal vez por su economía de palabras, por su recatada mímica y, entre otras cosas, por su escasa disposición lisonjera, efectivamente, se nos ha marchado sin el reconocimiento adecuado a su ejemplaridad.

Se dice que uno de los males que lleva de suyo el carácter del español es la envidia; no lo creo. A mi modo de ver, es la indiferencia y la manera de soslayar a las personas de saber o, algo que me resulta aún peor, a babosearlas cuando se desea obtener su beneficio.

La afirmación de su personalidad está centrada en la búsqueda de esa verdad que solo conocemos hurgando en la memoria de los pueblos y en la veracidad de sus documentos. Seducido y contrariado, la vida de Manolo López Pérez ha estado inmersa en cuanto tiene que ver con esa búsqueda y con un Jaén acunado entre la realidad y la idealización de ese sueño que Manolo ha vivido con enorme decoro repartido entre la docencia y un concepto investigador respirado desde el más profundo aliento de lo jaenés.

No podemos esperar otra cosa de quien fue un hombre sazonado, de gran cuajo humano, cultural y moral.

La penúltima vez que hablé con él llevaba menos de treinta minutos en su piso de Madrid; la última, hace escasos días, ya emitía esa voz huidiza que, por decirlo en términos de Pessoa, aguarda la noche. Ciertamente, una noche diferente a la de San Juan de la Cruz. En fin, esa noche que, en domingo y casi de puntillas, como habían transcurrido sus días, lo regresó a su ciudad, una de las tres cosas más profundamente amadas por él; su familia y Dios fueron las otras dos.

Dijese yo que en López Pérez se da esa condición que Ortega y Gasset contempla así en el hombre de acción: “No vivimos para pensar, sino al revés: pensamos para lograr pervivir”. Sin embargo, el pensamiento nos ha sido dado para desarrollarlo y ha de hacerse día a día. Implicado en recuperar el sentido de nuestra verdad histórica, casi al pie del modelo estético que propone Cicerón, López Pérez, sin alharaca alguna y de manera extremadamente callada, se implicó en cuanto tiene que ver con esa parte dispersa de la cultura más arraigada en nuestro entorno sin necesidad de establecer la canónicas diferencias que ciertos funcionariados de pretendida erudición suelen establecer a la hora de situar la cultura en compartimentos estancos.

Sí, Manolo López Pérez indagó sobre las cosas que dan asiento a su ciudad de modo semejante a como Emanuel Kant buscó la verdad en la belleza del arte. Escribió de aquello que quería escribir y la prueba son sus numerosos textos y múltiples artículos hablando de cuantos temas le eran íntimos; sin embargo, su mirada también sentía la necesidad de contemplar horizontes más alejados: Manolo y Amparo son testigos de cuantos acontecimientos culturales se dan cita en Madrid y, claro es, del acaecer de los jiennenses que fueron y son en aquella ciudad desde la que nos ha dicho adiós.

Fuente: http://www.diariojaen.es/

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