POR JOSÉ CABALLERO NAVAS
Decir Manuel Moreno Valero, es nombrar a una persona que en sus dos grandes vocaciones, la de sacerdote y escritor, ha sido excepcional.
Cuando nadie se preocupaba por recopilar por escrito las tradiciones, costumbres o historias de nuestros pueblos, Manolo, ya era un apasionado de ello. Y ni que decir tiene, que para toda la Comarca de los Pedroches, ha sido, y lo será un referente a nivel antropológico interesantísimo, que con el paso de los años, sus trabajos, serán referencia de estudios y del reflejo de la sociedad en sus muchas vertientes y épocas, sobre todo para Pozoblanco, su lugar natal, y a la que tantos libros ha dedicado, el último de ellos hace solo unos días que salió a la luz.
Conocí a Morval, como le llamábamos, hace muchos años, en el invierno de 1987, cuando preparaba un libro, referente de las costumbres de nuestros pueblos, y sin saber por qué, me buscó, y tras hablar largo rato con él, de lo que tenía en mente y de lo que quería, entablamos amistad, que sin vernos mucho, la verdad, entre los correos, y ahora con las nuevas tecnologías, el contacto era más frecuente y fluido.
No puedo ni debo olvidar, el que una persona tan preparada como yo lo ví, en aquellos años, tan educado y concreto en sus ideas, viniera a pedirme colaboración, a mí, con mis tantas limitaciones, pero lo hice, y en aquello que me pedía, se lo iba buscando. Su gratitud, desde entonces, nunca la dejó olvidada, y siempre tenía para mí, palabras de ánimos y elogios. Cada libro que escribía, me lo enviaba dedicado, con su letra grande y firme, como él.
Hace unos años, ante una propuesta concreta hacia mi persona, y de la que no me sentía digno, nada más enterarse Manolo, me llamó y hablamos muchísimas veces, intentando convencerme, pero a pesar de ello, no accedí, aunque para que quedase tranquilo, le dije, que más adelante la aceptaría.
Evidente es, que si cito aquí esto, no es para gloriarme yo, sino para matizar el grado de humanidad que tenía Manolo, y del que solo los grandes lo tienen.
A nivel religioso, nos encontramos ante un verdadero hombre de Dios, al que ha dedicado su vida, y a la Diócesis de Córdoba, a la que ha servido con fidelidad tantos años y en tantas responsabilidades.
Sacerdote ante todo, ha sido, Secretario-Canciller del Obispado; Archivero Diocesano; Cronista Oficial de Pozoblanco; Secretario de la Asociación Provincial de Cronistas de Córdoba; Miembro de la Academia de Letras de Córdoba, y pregonero de muchas de las fiestas de Pozoblanco.
No hace mucho, el Papa Francisco, le concedía la distinción de monseñor, Capellán de su Santidad. Son algunos de sus muchas dedicaciones que a lo largo de su vida ha tenido, sin contar las colaboraciones literarias en prensa y revistas especializadas o los numerosos documentos presentados en congresos y simposium nacionales. Ha sido un escritor prolífico, con casi treinta libros publicados, al margen de todas sus colaboraciones solicitadas, como cada año nos hacía gustosamente para nuestra Revista de Feria, de ahí, el afecto y reconocimiento que desde nuestro Pueblo debemos a sus trabajos, llenos siempre de pasión y credibilidad para futuras generaciones.
Ha sido un excelente trabajador en la viña del Señor, en la que ha hecho patente la mano misericordiosa del Padre, abriéndolas de par en par al necesitado.
Ha bajado del cielo al que tantas veces, en el silencio ha adorado, y ha oído, para devolver la vida en el Padre, a tantos como se lo han pedido.
Ha sido una persona grande, en todos los sentidos. En su forma de ser, y en su forma de hacer.
Lega un recuerdo sencillo y amable de su persona, y lega también, documentos, que el tiempo convertirán en enciclopedias de nuestros pueblos, para cuando nadie recuerde las cosas sencillas y cotidianas de nuestros mayores.
Se ha ido, llamado en el Año Jubilar de la Misericordia, dando y pidiendo por todos, para que todos crean en Aquel por quién él, dió su vida.
Sacerdote, cronista, amigo……
Manolo nos deja lo principal, el confiar en el Señor, y en el amor a su bendita Madre, la Virgen de Luna, que casi todos los años, en el Arroyo hondo esperaba.
Descanse en paz, quién en la tierra tantas veces lo hizo, y quien en tantas ocasiones, su sonrisa la devolvió a quien la había perdido.