MARIO DEL CASTILLO, RECUERDOS DE LA INFANCIA: LA BANDA SONORA DE SU VIDA: “LOS CASTILLOS”
Abr 06 2023

POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)

Mario y Ángel, en su infancia y adolescencia cruzaron mil veces por nuestras calles. De Àngel, recuerdo sus buenas dotes como actor en los finales de curso que se realizaban en  “los Jesuitas”, en las procesiones como abanderado…

Mario con su grupo de amigos, recorriendo el paseo; sus primeros coqueteos,  cervezas en los bares locales y su presencia en numerosos actos.

Un día, como otro numeroso grupo de villanovenses, en los años sesenta, cerraron sus casas y partieron a Madrid, Valencia, Bilbao, Barcelona, Vilaseca.. en la búsqueda de nuevos horizontes.

Un fugaz encuentro en Madrid con los dos hermanos y la llegada a Villanueva de Mario hace unos  años. Intensas las charlas que mantuvimos  y que hoy, aparecido un viejo cuaderno lleno de notas y que  me pongo a ordenar y darles forma.

Tras un recorrido por las calles , que  transitó mil veces, de su familia, de su casa en el calle San Francisco, la escuela, compañeros; la iglesia de San Andrés, el Santuario el Parque de San Blas, las fiestas… comienza a manar del pozo de la memoria un caudal lleno de vivencias, que apenas logro plasmar en el papel o en cassete. De estos sus recuerdos, afloran en mí memoria nombres y hechos, del ancla de la infancia. 

 “  Los recuerdos de mi infancia son de un niño feliz, rodeado del amor de mis padres y hermanos; de mi abuela Encarna, de mi tía Águeda, su marido el tío Fernando, mis primas  Conce, Encarna y Pili; y mis primos, Juan y  Alfonso.

De todos ellos aprendí que el amor y el respeto a los demás es lo que a lo largo de mi vida me haría más feliz y mejor persona, a pesar de todas las zancadillas que más tarde me irían poniendo en la vida. 

Las Escuelas Nuevas, el frio que hacía y aquellas redondas latas de conservas a las que les poníamos un asa grande de alambre con un trapo liado por donde agarrábamos para no quemarnos, llenas de ascuas, y que me preparaba mi buena y querida Madre para calentar, al menos, los pies y las manos para poder escribir.

Qué ilusión, terminar de rezar el obligado y monótono rosario en la escuela, el mes de Mayo, para subir a las eras de la Virgen de la Cabeza y jugar aquellos competidos partidos, así como, coger espigas de aquel mar verde de trigales a las faldas de ese pueblo milagro, Iznatoráf (Toráfe).  Coger hojas de morera del patio de la escuela para los gusanos de seda y -moras ¡que ricas que estaban!-.

Las fiestas del ocho de Septiembre, día de la Virgen de la Fuensanta, patrona de las Cuatro Villas; las romerías al santuario el día siete, las procesiones… Sobre todo, aquellas interminables esperas a que llegasen los camiones que transportaban las atracciones que se montaban en la plaza del mercado de abastos, -las olas, los voladores, aquella noria que me parecía un extraño gigante y que, cuando me subía en ella, no muchas veces por cierto, sentía un cosquilleo excitante y a la vez agradable, las barcas, los caballitos, etc.-

Las dianas, con la extraordinaria banda de música dirigida por Don Marino y, en otro tiempo, por Don Onofre Prohens, que te despertaban recordándote que estabas en fiestas.

 La música de la verbena con la que me dormía escuchando, tarareando y disfrutando con aquellas canciones inolvidables que, pasado el tiempo, yo grabaría alguna versión de muchas de ellas.

Se escuchaba como si la orquesta estuviera dentro de mi casa, ya que la parte del corral estaba muy cerca de la Plaza de Abastos, donde montaban el escenario de la orquesta.

Los puestos de turrón, los de juguetes para los niños, las rifas con las cartas de la baraja pegadas en unas tablas y esperando a que saliera la tuya para ganar un abundante premio de castañas, los sisos -aquellos caramelos que hacían y vendían el Tío Puchi y su mujer en su puesto del paseo- y la gran tristeza del último día de festejos con aquellos esperados fuegos artificiales y la estruendosa traca final, que te recordaban la terminación de las fiestas.

La Fuente de la Cruz Dorada,  donde iban las mujeres con los cántaros a coger agua para la casa y, también, donde cogíamos libélulas y a las avispas que se ahogaban las cubríamos de barro, esperando que, al poco tiempo, se diera el milagro de verlas salir de su entierro y libres irse volando, -las hembras tenían los ojos verdes y no picaban-.

El día de Navidad, todos los años, la visita al Tío Manuel, tío de mi padre que tenía el bar subiendo las escalerillas que llevaban a la carretera. Nos daba para beber un vermut con una anchoa en una patata frita de aperitivo, -¡estaba riquísimo!- , y allí, en una habitación contigua al bar, cargaba las gaseosas y los sifones que luego distribuía por todos los bares del pueblo y que, también, nos vendía a los que nos gustaban las gaseosas; aunque,  no siempre por su sabor, sino por las “cristalas” que había en ellas, con las que jugábamos al guá y a las canicas.

  La parroquia de San Andrés

Don Lorenzo Charriel, cura párroco,  Don José María, cura coadjutor. Este era muy gracioso y en cualquier procesión, entierro o acto religioso, se paraba en la calle para, con los vendedores que venían de los cortijos o de otros pueblos, tratar la compra de queso, miel, nueces o cualquier otro producto que solían vender por las casas….

Tomás, el sacristán, y su mujer Catalina. Él, cuando cantaba en la iglesia, retumbaba, pues tenía una buena voz.

El santuario de la Fuensanta, con el aljibe donde decían que la reina mora recuperó los ojos y las manos que, su marido el Rey moro de Iznatoraf,  le había cortado por convertirse al cristianismo. 

También, recuerdo con mucho cariño la fiesta que se hacía en la Vera Cruz, con aquellos pitos de cristal y otros materiales, aunque nosotros teníamos la suerte de tener a nuestro Tío Fernando, que era hojalatero y que nos hacía unos pitos muy especiales de hojalata, “y cómo sonaban”.

La tienda de Isabel, la Reina, su hijo Pepe y su hija Moña. Él era el que llevaba la tienda y siempre se portaba muy bien con nosotros,-muy buena gente esa familia-

Tantos y tantos recuerdos que me inundan de nostalgia y amor a mi querido VILLANUEVA.

Desde la azotea de mi casa se veía la parada de la “Alsina”, el autobús que iba a Jaén. A veces, subíamos a la azotea para verlo llegar o salir, observándolo  perderse por las curvas de la plaza de toros, -grandiosa plaza, una de las mejores de Andalucía-, pues, desde nuestra azotea, se veía toda aquella bonita parte de la salida de Villanueva.

De vez en cuando, yo iba a Jaén en la “Alsina”  para estar con mi hermano , Alfonso, por ayudarlo y para aprender; pero, verdaderamente, era para estar con él porque permaneció poco tiempo con nosotros, ya que salió  muy joven de nuestra casa

Estuvo en Madrid, en la misma academia de sastres en la que más tarde estuviera mi otro querido hermano, Eduardo, y, durante el servicio militar, estuvo de cortador con un sastre muy afamado en toda la provincia de Jaén, muy amigo de mi padre, que se llamaba Juan del Arco.Cuando yo iba a Jaén, Alfonso ya tenía su sastrería y era muy considerado en su trabajo , tanto en la capital como en toda la provincia. Yo notaba su cercanía y cariño y, de esta forma, se fue incrementando el amor, admiración y respeto que siempre he sentido y siento por él.        

.- Las primeras miradas a las chicas, primeros vinos,  películas de cine, en el Martín o el de verano en la Plaza de Toros

Recuerdos maravillosos de mi despertar al enamoramiento inocente y, a la vez, pícaro, en aquellos paseos con mis amigos: Lucas Cano, Antonio Rubio y otros que, a veces, se unían a nosotros.  Arriba y abajo desde el Café Cartagena hasta la esquina de Pedro Montañés, con esos cruces de miradas insinuantes con las chicas que hacían el mismo recorrido, pero a la inversa, para que, al cruzarnos con ellas, mirarnos y esbozar alguna sonrisa.

Los conciertos de la Banda de Música en ese precioso paseo inolvidable donde tantas ilusiones nos invadían.

Cuando tañían las campanas de la Iglesia de San Andrés llamando a misa, -preciosa iglesia-, con su órgano de tubos y del que nunca logré escuchar su sonido; era otra forma de ver a las chicas, pues, íbamos antes de la hora y hablábamos en la explanada de entrada a la iglesia.

Mis primeros vinos, jugados a los chinos en la taberna de uno de los hermanos llamados los Caracoles, que mas tarde harían sus pinitos en el mundo del toreo; la taberna de Los Cojos, muy cerca de la Fuente Vieja, enfrente de la tienda de Ángel Peña; Cano el zapatero, José el herrero, en la Fuente Vieja; la panadería de Navajillas; el Zarco, aquel sereno noble y bueno que nos quería y nos perdonaba muchas travesuras; Chico y sus hermanos, los herreros de la calle Goleta; Sebastián, nuestro vecino el sastre; los billares de Pocho, reñidas partidas de futbolín y algunas de dominó en el bar de Cartagena; el bar de Patarra, donde, a veces, jugábamos al chamelo, un juego que se jugaba con el dominó; la librería Segarra; la tienda de Machaco, Barriles; el bar de Víctor; Luque el relojero; Ardoy el zapatero; la tienda de Miguelito; las algarrobas de La Tienda del Sol; el cine de Alfonsito, con su gallinero de bancos de madera y aquellas películas de Cantinflas, Tarzán y su mona Chita, Charles Chaplin, el Gordo y el Flaco, las Españoladas de Amparito Rivelles, Guillermo Marín, Alfredo Mayo, José Isbert, Aurora Bautista, que maravillaba a mi guapa y maravillosa hermana Macrina, etc. etc.

Mi buena y preciosa  Macrina, era como una madre, sobre todo para mi hermano Ángel y para mí. Ella nos vestía, nos bañaba, nos peinaba, nos paseaba y nos  llevaba a las procesiones de Semana Santa y nosotros la queríamos muchísimo, aunque, a veces, éramos muy pesados para evitar que saliera con algún chico.

Aquellas noches de verano, la subida al cine de la Plaza de Toros, para ver las películas de Joselito, Lola Flores, Carmen Sevilla, Antonio Molina, Paquita Rico, Juanito Valderrama y tantas y tantas del Oeste.

Los que vendían agua con los botijos a la voz de ¡Agua fresca ,a gorda la hinchá!

.- Tras su paso por aprender a tocar el piano, le pregunto cuando y cómo surgió su interés por la música

Mi amor por la música surge de muy niño, pues siempre quise tocar el piano y cantar.  

No sé cómo surgió, pero estuve aprendiendo a tocar el piano en el colegio de las monjas de Cristo Rey, tendría entonces ocho o nueve años, pero mi padre era sastre (un gran sastre) y su ilusión era que todos los hermanos aprendiéramos su oficio, ya que su abuelo y su padre también lo fueron, así que estuve poco tiempo practicando en ese colegio, pues, además, mi padre no me tomaba en serio y me hizo aprender el oficio, ayudando a la vez  en la sastrería.

Ya con catorce o quince años, pasaba por la calle Palma y, a veces, oía música que salía de la tienda que tenia la familia de Alfonso Granero y me paraba donde no me vieran mucho y, así, escuchaba como a una orquesta y pensaba si yo alguna vez pudiera cantar con músicos; seria increíble

Pero cuando me di cuenta que mi vida la dedicaría a la música, fue en una actuación de Antonio Machín en el Cine Regio de Villanueva. Yo, entonces, no disponía de dinero para comprar la entrada, pero vi que Machín estaba en la taquilla y le dije que quería verlo actuar. Me miró y me indicó que le dijera al portero que me dejara entrar y allí, en el gallinero, emocionado, me veía en el escenario cantando. Fue un día inolvidable.(Antonio Machín actuó en Villanueva, el 20 de diciembre de 1955 en funciones de tarde y noche 65% bruto para él, y  1350 pesetas de viaje. Las entradas se vendieron a 15,10 y 5 pesetas). Como iba a tanto por ciento de la taquilla, de ahí que estuviera algunos momentos con el taquillero, para conocer como iban los ingresos.

Pasado el tiempo y ya siendo conocido el grupo Los Castillos, en algunas actuaciones coincidimos con Antonio y él se acordaba de aquella anécdota. Recuerdo que me dijo: “es tan maravilloso lo que hacemos, que yo moriré cantando en un escenario”.

Aquellas palabras se quedaron dentro de mí para siempre y nunca las olvidaré

Teníamos una cámara dentro de la azotea de la casa de la calle San Francisco, en donde yo nací, -en la plazoleta, en la que también a veces jugábamos con pelotas de trapos que hacíamos de los retales que sobraban de los trajes que se hacían en la sastrería de mi padre. En esa cámara, mi hermano Ángel y yo cantábamos canciones del Dúo Dinámico, José Guardiola, Paul Anka, Everly Brothers, Elvis Presley, Blue Diamonds, así como de todos aquellos grupos y cantantes que entonces sonaban en la radio. 

Nos hicimos una maraca con una lata vacía del Colacao y granos de trigo dentro. Así que,  con ella y con el barreño metálico de mi madre, hacíamos los ritmos. 

Aquello era vivir en otro mundo.

.– Nos narró su viaje a Madrid,el ancla de su vida 

Mi hermano Eduardo era un extraordinario tenor y genial poeta. Aprovechando que mi padre lo envió a Madrid  a adquirir un diploma de sastre  en una academia.  También, estudiaba canto en el conservatorio, pero, en la ópera, como en cualquier otro tipo de arte, no sólo es necesario ser muy bueno, sino que, además, tiene que haber algún mecenas que se fije en ti y él no tuvo esa suerte. Sin embargo, entabló amistad con artistas, pintores, poetas, cantantes, etc.

Mi padre me preguntó si quería irme a Madrid; Ángel llegó al poco tiempo, Eduardo conocía algunos músicos y nos llevó a una Academia.

Compramos una guitarra española, aprendimos a aporrearla un poco y empezamos a acompañarnos para cantar las canciones que nos gustaban así,  y empecé a intentar esbozar alguna que otra canción.

Mis padres se sentían muy solos en el pueblo y nosotros también los echábamos mucho de menos, por lo que, un día, decidieron presentarse en Madrid y ya no regresaron a su querido VILLANUEVA.

MI FAMILIA

Pero el éxito más grande de mi vida, ha sido llegar a Madrid y conocer a Concepción Alonso Pleite  “CONCHI”, mi único amor, mi felicidad, mi luz, mi inspiración, mi apoyo mi todo. La que nunca me ha fallado y que, codo a codo, ha vivido conmigo todos los buenos y malos momentos. 

Toda una vida juntos, aunque los malos momentos han sido pocos y están olvidados, los buenos, los que más, están cada día más presentes y esos recuerdos nos hacen seguir queriéndonos cada día más, con un amor sereno, sosegado y desinteresado. Nunca podré pagarle los sacrificios que ha hecho por todos nosotros, lo felices que hemos sido y somos junto a ella.

Las dos hijas y el hijo que me ha dado son los mejores . Muy diferentes, pero, al mismo tiempo, muy iguales en sus sentimientos y comportamiento, tanto con nosotros como con todas las personas que tratan.

Grandes artistas con una sensibilidad inigualable, rebosantes de nobleza, integridad  y honradez, todo ello heredado de ella, su madre; por su ejemplo, por el amor que han recibido de ella y la educación que les ha sabido dar. Todo un ejemplo de entrega y bondad.

FUENTE: M.L.F.

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