POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Hace unos días nos ha dejado Manuel Martín Ferrand. No es que fuera amigo del ilustre periodista, pero sí le conocí y me manifiesto admirador, de sus escritos, de su buen hacer, con esa pizca de ironía a la gallega que afloraba en sus temas de actualidad. Un hombre muy vivido y viajado, emprendedor −como ahora dicen− siempre inquieto y creador. De la radio moderna, aquella Antena3 que fue después televisión, y que le arrebataron quienes no soportaban su libertad. Empresario, creador arriesgado y triunfador del periodismo español.
Al enterarme de la noticia de su muerte, una gran tristeza me hizo recordar una vivencia de hace años, me llenó de recuerdos que hoy, si me lo permiten, desearía compartir con quienes leen estas líneas cada semana.
Y no fue el periodismo el que me acercó a esta figura. Estaba yo en “los madriles” ejerciendo mi primera profesión, la de publicista, en una empresa de enjundia y prestigio. Una agencia que sacaba varias publicaciones, la guía de los Medios, de anunciantes, de las Ferias, la revista “Banca Española”, “El Inversionista” o la efímera “Defensa de la Ciudad”. En fin, publicaciones periódicas cuyo mayor valor y dificultad técnica era salir en su tiempo, debidamente actualizadas, y según lo previsto.
Mi trabajo consistía en maquetarlas, recibir y a veces arreglar algunas páginas de publicidad. Crear cabeceras o los encabezamientos de algunas secciones fijas. Tratar con las imprentas, las fotomecánicas −aún se estilaba la tipografía−, llevar el control y respetar las fechas de salida. Mi reto cuando entre a trabajar allí era sacar adelante en fecha las publicaciones y es así como, al conseguir ese propósito, tranquilizó bastante a mi director Sr. de la Mota y al jefe de publicidad Sr. Gámez, y a mí me dio seguridad en mi empleo.
Estando en estos quehaceres, teníamos trato publicitario con una agencia recién fundada que editaba una revista mítica, “Gazeta del Arte”, revista de un formato y contenido innovador que fundó el amigo Martín Ferrand y otros. Hablábamos por teléfono: “Guerra, te mando al motorista con la página, revísala, a ver qué te parece…” “Manuel, te devuelvo la página, mira a ver si te gustan esas modificaciones…” y así, con una relativa frecuencia. Y llegó un día que Manuel me dijo: hemos estrenado oficinas, ¿qué tal andas de trabajo? ¿Por qué no vienes, nos conocemos, conoces la agencia y tomamos algo? Pues sí, dicho y hecho. Al llegar a aquella agencia, un chalet de la prolongación de la Calle de Serrano, me recibieron pensando en que era el mensajero… por mi juventud y mi aspecto, quizás. Pronto apareció Manuel y le dije, ¡yo soy Guerra! Con suma delicadeza recondujo la conversación con campechanía y hablamos bastante de aquel mundo editorial-publicitario, de su tierra y de la mía, y como buen comensal, de la gastronomía y del tostón de Arévalo, que conocía bien, no en vano estamos entre su ciudad natal, La Coruña y ese Madrid siempre acogedor para los talentos de provincias.
Estoy ojeando algunos números de aquella “Gazeta del Arte”…
Después, cuando le veía en los telediarios, siempre recordaba aquella anécdota… ¡si es que parecía el mensajero…! Desde entonces le seguí, en su columna de ABC, siempre íntegro, maestro de periodistas y mejor persona.