POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Hace un par de años, andaba el que suscribe trasteando entre papeles y pergaminos, que recibí un aviso de Valentín Quevedo acerca de las acuarelas que Martín Rico había dedicado al Paraíso en una de sus estancias entre nuestros antepasados. Dejando de un lado mis dedicaciones, corrí a buscar las citadas obras en el repositorio del Museo del Prado, templo de nuestro arte y depositario de las obras del pintor escurialense. La sorpresa fue mayúscula al comprobar con qué fidelidad y sincera devoción había recogido en varias acuarelas la esencia del Real Sitio.
Maestro del realismo español, digno sucesor de Fortuny y los Madrazo, uno puede ver esa delicadeza salvaje de los paisajes del Maestro Turner, por poner un ejemplo, en una lejana vista del Real Sitio desde el roquedal de las Peñas Buitreras.
El caso fue que, por culpa de Valentín, me pasé toda la tarde dando vueltas a los maravillosos trabajos del pintor madrileño. Y, entre visiones impresionistas del jardín, de las fuentes e incluso, de las Puertas de Segovia que hizo Juan Esteban con el abrevadero y fielato que hubo allí antes de que se levantara el edificio del Hotel de Roma, di con una impresionante vista del Palacio de Valsaín que me dejó paralizado. La obra en cuestión presentaba un palacio prácticamente integro donde podían adivinarse con claridad las cinco torres que una vez tuvo. Entero el perímetro del palacio, la acuarela de Martín Rico nos deja ver un edificio en uso, hacia 1870, con más de la mitad de su espacio habitable y confirmando la teoría que muchos defendemos de que el conocido incendio de 1682 afectó exclusivamente a las techumbres.
Con la mosca detrás de la oreja, me enterré entre documentos, crónicas y estudios varios, tratando de descubrir porqué ese palacio, fácilmente recuperable, es la ruina que hoy atesoramos como oro en paño. En efecto, Teodoro de Ardemans recuperó buena parte del palacio, habilitándolo entorno a 1720 para que Felipe V, Isabel de Farnesio y su séquito pudieran utilizarlo mientras debatían qué hacer o no en el cenobio de los jerónimos. Se sabe que, tras decidir no recuperar en su totalidad el palacio de Valsaín y optar por una nueva construcción en las cercanías de la ermita de San Ildefonso, el primer Borbón cedió el uso a los escultores que trufarían de arte el Jardín del Rey. Ahora bien, como mucho, el palacio de Valsaín fue utilizado para ese menester hasta que, a mediados del siglo XVIII, se terminara la obra de jardín, parque y palacio, por lo que, más allá de usos residuales, como el alojamiento del elefante enano con que amenicé el pregón de las fiestas de Valsaín, uno no entiende el deterioro y dejadez que llevó a la consunción actual.
La verdad, ¿Cómo es posible que los reyes de España dejaran arruinarse tan magnífico edificio? La respuesta la encontré a salto de mata entre el Archivo Histórico Municipal del Real Sitio y las publicaciones centenarias acerca del Paraíso en el que tengo la suerte de vivir con mis vecinos. La catarsis a la que fue sometida la nación en los primeros años del siglo XIX, desde las guerras al pertinaz desgobierno, afectó indudablemente al Palacio de Valsaín. Dejado a su suerte por el misérrimo Patrimonio de la Corona, con la revolución de 1868 cayó en manos particulares al ser vendido, siendo su deterioro tal que, a finales de siglo, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena compró el inmueble, dedicando una parte del mismo a escuela de niñas. Sea como fuere, el antaño maravilloso Palacio, joya del arte flamenco en España, acabó en manos privadas desde mediados del XIX para no volver al abrigo del patrimonio público hasta el día de hoy.
El Palacio de Valsaín, abandonado por el estado decimonónico al uso privado, a la no inversión, ni recuperación, ni preservación, ni restauración; dejado a la buena de Dios, de la molicie, del paso de los años, languidece su eterna decrepitud rompiendo el corazón de mis queridos vecinos, únicos empeñados en utilizar sus viejos muros raídos, las puertas caídas otrora rampantes; las plazuelas tornadas en patios y las torres de la Casa de Oficios, viviendas recicladas a la espera de que el Estado Español, el mismo que lo declaró monumento histórico, Bien de Interés Cultural, en 1931, lo saque de las manos privadas que lo han llevado a esta terrible muerte en vida.
Me gustaría decir que, en un futuro no muy lejano, si bien quizás no este humilde Cronista, los vecinos, las vecinas, del Paraíso podrán admirar la dignificación de un espacio que dio sentido al Real Sitio actual, haciéndonos ver que, cuando algo es significativo, esencial para la comunidad, para la nación, el Estado da un paso al frente y asume su responsabilidad. No olvidemos que, en un país como el nuestro, donde lo monumental es ingente, es nuestra obligación defender el Patrimonio y garantizar que las generaciones venideras optarán al disfrute y gozo de un pasado glorioso, garantía, sin duda, de un futuro más que esperanzador.
Fuente: https://www.eladelantado.com/