POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
A Francisco Martínez García, quien anduvo dos años como alcalde de Murcia, no lo fusilaron por ordenar la instalación del alcantarillado y el suministro de agua, que se reducía en muchos lugares a pozos insalubres. Ni tampoco lo asesinaron por subir los sueldos de los funcionarios o advertir de que los obreros, además de descansar los domingos, tenían que cobrar mejores salarios pues no podían sostener a sus familias con lo poco que percibían. Ni le pegaron cuatro tiros el 5 de agosto de 1936 por ser artífice de un digno Salón de Plenos en el Consistorio y la construcción de una nueva cárcel tras denunciar cómo penaban, más en cuerpo que en alma, los reclusos. Ni dejaron a sus cinco hijas huérfanas por la innovadora idea de abrir bibliotecas públicas en las plazas.
A Francisco Martínez García, que había dejado la alcaldía en 1928, lo mataron porque era católico. Ahora lo van a beatificar por mártir y su cuerpo será inhumado mañana en Tribaldos (Cuenca) para enterrarlo por la tarde en la Catedral de Murcia.
El personaje, al margen de ideas religiosas, fue objeto de las iras de unos canallas envidiosos e incultos. Y esas taras mentales las sufrían -y las sufren, que es peor- gentes de todas las opciones políticas. Le sucedió lo mismo al pobre alcalde socialista Piñuela, a quien las turbas apedrearon cuanto intentó salvar en 1931 la Purísima de Salzillo del convento que había en el Plano de San Francisco. Para luego, establecida la Dictadura, condenarlo al paredón por ‘rojo’. De nada sirvió que la ciudad entera clamara clemencia a Franco. Vamos, estaba el dictador pensando en los murcianos.
Al frente de La Glorieta
La gestión de Martínez García como alcalde, como coinciden en señalar muchos autores, fue positiva para el desarrollo de la ciudad. Muchas de sus iniciativas formaban parte del llamado ‘Plan de Reformas Urbanas’ que el primer edil puso en marcha, si bien algunas de ellas ya estaban esbozadas antes, como destacó en su día Pedro Soler, cronista de Murcia y biógrafo del personaje, en una indispensable obra para entender esta historia.
Como ejemplo, valga el acta de la sesión de la Permanente del 14 de julio de 1926. En ella se aprobó la realización inmediata de mejoras en los servicios de aguas, alcantarillado y pavimentación, junto a la rehabilitación de colegios y la terminación del mercado de la Rambla. Además, la Comisión incluyó «el arreglo de la Casa Consistorial y Salón de Sesiones», valorado en 519.100 pesetas de la época.
Como curiosidad, el proyecto inicial preveía colocar en el Salón cuatro esculturas que representaran a Alfonso X, Saavedra Fajardo, el Cardenal Belluga y Francisco Salzillo. Jamás se llevó a cabo la idea.
A tantas propuestas que merecen ser recordadas se suma el apoyo decidido a la creación de la Confederación Hidrográfica del Segura, que finalmente celebraría su sesión inaugural el 5 de diciembre de 1927. ¿Dónde? En el salón de Plenos del alcalde Martínez García. O las campañas que encabezó, como director de ‘La Verdad’, a favor de la seda, el pimentón y otras tantas industrias. Soler destaca los triunfos del mártir al frente del diario, donde abordó seriales en defensa de la viticultura y la construcción de pantanos. Sin olvidar que «exigió medidas contra las heladas y las plagas agrícolas. Una de las más acertadas ideas […] fue la de publicar los suplementos de fin de año, que se iniciaron en 1923 y duraron hasta 1932; también, dos números extraordinarios, para festejar la coronación de la Virgen de la Caridad, en Cartagena, y de la Fuensanta».
Los ataques a Monteagudo
Francisco Martínez García nació en Molina de Segura el 28 de octubre de 1889. Sus padres Juan y Francisca tuvieron 10 hijos más. Fue bautizado en la iglesia parroquial de La Asunción el 1 de noviembre. Estudió en Uclés (Cuenca) con los Agustinos. En Madrid se licenció en Derecho, Filosofía y Letras. Contrajo matrimonio en Tribaldos (Cuenca) en 1919 con Carmen Morillas y tuvo 5 hijas. La mayor parte de su vida y su trabajo transcurrió en Murcia.
Hombre de gran categoría humana, intelectual, profesional y religiosa, formó parte del Colegio de Abogados de Murcia, fue letrado del Tribunal Eclesiástico de la Diócesis de Cartagena, catedrático de Filosofía del Instituto de Enseñanza Secundaria Alfonso X El Sabio y concejal del Ayuntamiento. Otra de las propuestas que jamás le perdonaron algunos fue su apoyo a la construcción del monumento al Sagrado Corazón sobre el Castillo de Monteagudo, lo que afectó a la estructura del monumento artístico. Hoy se consideraría un atentado contra el patrimonio. Quizá menos brutal que derribar la escultura, como sucedió más tarde, con cartuchos de dinamita.
Así lo decidió un Pleno municipal durante la Guerra Civil. Para hacerse una idea del odio que destilaba aquella reunión, por cierto en un flamante salón de plenos, basta atender a uno de sus acuerdos: investigar a cuantos habían donado dinero para la construcción del monumento y cobrarles lo que costaba hacerlo añicos. Con un par. Otro de los ‘delitos’ que despertarían el odio de sus asesinos fue el celo que ponía en criticar la persecución religiosa en todas sus formas.
Junto a otros ilustres
Tras su paso por el Ayuntamiento, el alcalde siguió dirigiendo ‘La Verdad’ hasta 1931, cuando ocupó su plaza de catedrático de Psicología en el Alfonso X. Una vez comenzada la Guerra, mientras estaba en Tribaldos, localidad natal de su mujer, fue detenido y fusilado. Queda probado que dedicó sus últimas horas a rezar y, según testigos de aquellos momentos, a consolar a los demás arrestados.
Tenía 47 años. Sus restos mortales reposan, hasta mañana, en el panteón familiar de Tribaldos y dado el avanzado estado del proceso, se hace necesario su traslado a Murcia. El lugar elegido para depositarlos hasta su beatificación será la capilla del Beato Andrés Ibernón de la Catedral, donde también se encuentran los del sacerdote Juan Sáez Hurtado y otros personajes ilustres.
De esta forma, ocho décadas después de su muerte, lo poco que se conserve de Francisco Martínez García retornará a su Murcia, la ciudad amada pero tan distinta de aquella que abandonó camino de la muerte, la misma urbe que acaso imaginó como un lugar de libertad cuando soñaba con modernizarla.
Fuente: http://www.laverdad.es/