NOTICIA QUE CITA A APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA (MADRID)
¿Quién lo iba a decir? Hoy es el DÍA INTERNACIONAL DE LOS ESCRITORES y mi columna de DIARIO JAÉN va dedicada a ellos, pero en especial a los que se dedican a la literatura infantil y juvenil con el sentido homenaje a Juan Muñoz y a su Fray Perico que, como sabéis, nos ha dejado recientemente. La animación a la lectura es una necesidad imperiosa que da excelentes frutos. Todos los que llevamos la enseñanza «en vena» lo sabemos. Recuerdo a tantos escritores y escritoras que han pasado por nuestras aulas y la huella que dejaron en los chavales. Os dejo el texto.
Ay, señor, que Fray Perico, su borrico y el pirata Garrapata se nos han quedado huérfanos. Su papi -aquel que les insufló vida literaria en el corazón y la mirada de tantos jóvenes, niños y adolescentes que se adentraron con ellos en el mar de la lectura-, nos ha dejado tras una larga y prolífica existencia.
Pero esa orfandad es solo ese trámite que nos eleva hacia universos diferentes, soñados o inexistentes en los que lo cotidiano queda suspendido y agazapado para seguir lúcidamente vivo prendido en las páginas que nos hicieron compartir el latido de mil y un personajes.
De ahí que la marcha de Juan Muñoz Martín, solo nos priva de su presencia, pero no de su obra. Cada una de sus historias han sido el acicate para que las puertas del libro, de la lectura, se hayan abierto para toda una generación. Estrenar ese resquicio personal a través del que seremos capaces, desde la infancia, de vivir aventuras, destilar emociones, suspirar con arrobo, imaginar e imaginarnos en paisajes y horizontes soñados es una de los más sublimes objetivos del aula. Leer es una llave, un interruptor, con el que dominar el mundo, comprenderlo, sobreponernos a sus envites, proponer y proponernos senderos nuevos por los que transitar, avanzar y crecer.
Con Fray Perico y el pirata Garrapata circulan por ese imaginado tiovivo lector personajes como Pepín Pepino, de Apuleyo Soto Pajares, el mono Federico de Norma Sturniolo, Claudia, la aprendiz de bruja de Carmen de la Bandera, Silvia y la máquina Qué, de Lalana y Almárcegui, el inefable Manolito Gafotas de Elvira Lindo, los escalofríos de la serie Pesadillas o las andanzas de Los siete secretos o Los cinco por poner ejemplos que ya van camino de convertirse en clásicos si es que no lo son ya. No olvidemos a las nuevas plumas casi recién llegadas como la de nuestra autora giennense María Alejo que no solo nos deleita con su buen hacer, sino que, además, recoge sugerencias de los chavales para hilvanar con ellas nuevas y fascinantes historias.
Muchos de esos autores y autoras instalaron en aquellas aulas y bibliotecas en las que fui animando a leer a mis alumnos su mágico verbo para dar nuevas y fascinantes pistas de los protagonistas de los libros, del proceso de su creación, de ese momento casi de éxtasis en que los personajes marcan al autor el camino a seguir, del cauce por el que la inspiración y las musas guían la mano de quien ha de contar la historia… Aquellas charlas frente a frente con el autor dejaban caras asombradas, ojos ilusionados, manos inquietas dispuestas a preguntar una y otra vez y, en especial, el aliento dispuesto a devorar los libros, a hacerse uno con ellos, a sentir el latido, el miedo, el cariño, la calidez, el empuje, el afán de aventura, de evasión, de sorpresa ante la página siguiente y todas las demás.
Hacer que las bibliotecas escolares florezcan como un apéndice más, imprescindible y único, en el proceso formativo es irrenunciable. Incardinar la lectura entre los resortes del aprendizaje siempre tendrá la recompensa de un ciudadano libre, capaz de extraer conclusiones, de criticar y proponer soluciones, de comprender y actuar en consecuencia. En suma, de ser LIBRE. Hay muchos aforismos sobre la lectura y no tendríamos lugar para exponerlos todos, pero quizá las palabras de nuestro Federico García Lorca asumiendo que el hambre se sacia con medio pan y un libro nos da pie a adentrarnos en esa sensación de dependencia ante la lectura. También Rubén Darío identificaba al libro como alimento. Leer es un proceso que crea adicción, adicción de la buena, de la deseable. La cultura de los pueblos se mide por sus libros, por sus lecturas, por sus bibliotecas, como afirmaba Steinbeck y es desde la escuela, desde la infancia, donde se puede marcar ese camino que, insisto, nos acerca a la libertad. El “viejo Profesor” Tierno Galván ya lo dejó meridianamente claro: Más libros, más libres. Y Vargas Llosa apuntó que el hecho más importante de su vida ha sido aprender a leer. Dicho queda.
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