POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Luz, más luz, dicen que dijo Goethe al morir, y pidió que abrieran las ventanas de su habitación. Para que entrara el cielo de la claridad resplandeciente.
Aquella luz de la inteligencia del romanticismo alemán se acabó al pronto, porque ya había alcanzado una longeva edad, pero nos había escrito un “Werter” amoroso suicida de juventud y un “Doctor Fausto” que había vendido el alma al diablo, su gran testamento. Son dos modelos literarios que hay que leer sin demora.
La luz ahora encarama sus precios y subleva al pueblo con tanto encarecimiento, sin motivo real ni legal. Menos mal que el ministro Soria, canario flautista, ha rebajado la alta tensión y la ha dejado en los mínimos de los máximos supuestos que las eléctricas unidas propugnaban en su oligopolio. O expolio.
No es de recibo que se dispare la luz artificial cuando tantas empresas industriales, de transportes y de servicios caseros, comerciales y hosteleros, dependen de ella, de su subida o bajada, para templar la energía ambiente. No estamos para semejantes alternancias, con la temperatura social en efervescencia continua. Y ya van excesivas provocaciones por delante, sin explicaciones consistentes.
El invento de la luz eléctrica por Edison puede asemejarse al descubrimiento del fuego o de la rueda, que impulsaron el progreso de la humanidad a partir de las cavernas soterrañas. El progreso no asciende sino que se retrotrae, si no baja la luz que nos alumbra en estas noches de diálogos rotos y de crisis totales: crisis económicas, crisis de valores, crisis de honestidad, turbada por la corrupción.
En el principio fue la luz, pero lo fuimos olvidando paulatinamente y atravesamos años, milenios de años, apagados y fríos. No volvamos, pues, al oscurecimiento, fuente de toda necedad; abramos los ojos y levantemos los interruptores caídos, mientras quedan muchas cuestiones pendientes por dilucidar.
Por ejemplo, el aborto a lo Gallardón o a lo Aído (bien ida). Menos cortocircuitos, claro que sí, aunque El Roto, en una de sus brillantes estampas paisanas, escriba este bocadillo: “No pongas tus sucias manos en mi vientre”. ¿Y por qué no, si se tratara de un infanticidio de la madre? Porque en ese caso serían las manos limpias y no sucias. Dura es la ley, pero la ley se deberá cumplir. Que aboque a la vida el nonato como el rayo del sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo.
Y otro ejemplo, mal ejemplo, el del secesionismo misional de Artur Mas. ¿A cuento y cuentas de qué y de quién o quiénes? Que un ciego pseudoiluminado guíe a otros ciegos, muy mal lo veo. Espero que en el año nuevo se eclipse su lunática visión y contemplemos, en paz, con las naturales divergencias, un reino de reinos claro y fortalecido. Así sea.