POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Los vientos de mayo peinan, bajo la emoción íntima, estirando las horas y trayendo, en sus atardeceres, los sueños. Mayo, en su gozo, echa puntadas y costuras precisas a los orígenes y los recuerdos. Mayo cosecha asombros a la vuelta de la esquina que nos va labrando el tiempo. Mayo, en los recuerdos, dicta un canto infantil de vísperas: “Venid y vamos todos”. Mayo avanza hablando y escribiendo, contando sus contrastes hacia los calores de los días eternos. En mayo, las flores vienen y van porque una y otra, Ella, ya sabéis, y la otra, la naturaleza, madre nuestra es.
Este mayo hablador que deja tras de sí los cantuesos, el apogeo de la jara y el anuncio de que el brezo es el señor de nuestras sierras. Este mayo que ha dejado atrás miradas implorando misericordia, manos atravesadas por clavos que se tendían llamando, derrotas, triunfos y repiques de campanas que han tocado a fiestas resucitadas por la vida. Este mayo de paleta y lienzo. Mayo que dibuja y pinta de rojo, azul, verde y amarillo. Este mayo que escribe el pliego anual de gratitud que se despierta y levanta porque el campo se desangra en amapolas. Mayo, donde la espiga anda granándose para disponerse, en su inquietud, ir a la búsqueda de una custodia de Corpus, de flor, cera y romero. Mayo que pide lagares de luces de romería.