MAYO ERA HACE UN SIGLO, EL MES DE LAS FLORES Y DE LA SIEGA
May 05 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

FLORES DE MAYO OR MAY FLOWER FESTIVAL THE QUEEN OF ALL FESTIVALS IN THE PHILIPPINES

Se cumplen ahora 100 años de que en el magnífico recinto eclesial de la parroquia de San Bartolomé de Ulea, al comienzo del mes de mayo, tras las fiestas patronales de la Santa Cruz, la iglesia se engalanara con las mejores flores de la huerta. Sí, se trataba y se sigue tratando, del mes del culto a la Virgen María y, para celebrar tan agradable efeméride, nada mejor que brindarle con flores.

El párroco del pueblo José Azorín Piñero, fervoroso devoto de la madre de Jesús, dedicó el mes de mayo a ensalzar la figura radiante de la Virgen, engalanando la iglesia con flores. De esa forma, a partir del año 1916, al mes de mayo se le denominó mes de las flores.

Tan luminoso y florido mes, se vistió con sus mejores atuendos y, diariamente se le dedicó a María un tributo de agradecimiento y pleitesía, en el recinto eclesial engalanado con vistosas flores.

Los niños, cogidos de la mano, acompañados por sus maestros y, las autoridades; con su alcalde Francisco Tomás Ayala al frente, acudían a la celebración del jubiloso acto de las flores de mayo, también llamado “Las Flores de María”.

Dichos acontecimientos, perfectamente orquestados por el maestro de música, de apellido Turpín y los compositores y músicos José María Garro Valiente, Vicente López Abenza, Isaías Garro Valiente y el joven Joaquín Moreno Sánchez, le dieron esplendor y belleza al mes de mayo en el pueblo.

El grado de pulcritud del párroco, José Azorín Piñero, llegó al extremo de no permitir que el altar mayor y las capillas de la iglesia, se engalanaran con flores de tela. Las flores tenían que ser fragantes y olorosas mientras que, las de trapo, eran descoloridas y no despedían ningún aroma.

El Alcalde Francisco Tomás Ayala, relata, en una sesión del Ayuntamiento del mes de mayo, a todos los miembros de su consistorio qué, en los días finales del mes de mayo, al salir de la iglesia, se encontró con tres jumentos y tres familias completas, incluyendo personas mayores, mujeres y niños, portando cuantos utensilios de primera necesidad precisaban para pasar dos o tres meses. Venían de los campos de Castilla y la Mancha a segar la cebada y los trigos del campo.

Esas familias errantes y menesterosas eran merecedoras de ser atendidas y, con tal de conseguir comida y alojamiento para sus familias, ajustaban sus trabajos a cualquier precio. Esta situación planteó serios problemas a la clase obrera, ya que la minería, hacía unos meses que había cerrado su explotación y, por consiguiente, había muchos trabajadores en paro. La actitud de los terratenientes fue de gran tibieza ya que por un lado, deseaban que todos tuvieran trabajo pero, por otro, pensaban en su economía.

Sí, estas familias, viven en chamizos inhumanos, o a la intemperie, trabajan de sol a sol e, incluso, ayudan las mujeres y los niños de 10 y 12 años. Del mantenimiento se encargan dos personas mayores que les acompañan.

Aunque son denostados por los trabajadores, por hacerles la competencia, estos inmigrantes segadores no encuentran en los campos de cereales nada más flores que cardos pinchosos y alguna amapola roja, reseca y deshojada. Esas son sus fragantes flores de mayo.

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