POR JOAQUIN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Repasando las libretas de notas y de contabilidad, de mi padre, de la época en que fue comerciante desde 1925 hasta el 1948, me he encontrado entre las mismas, un recibo de 22 de julio de 1945, del importe del riego de la finca de «Los Tollos».
A la sazón, yo tenía siete años y vivía en la cueva de Verdelena, con mi abuela Clarisa. Los recuerdos que me han evocado la lectura de este recibo impreso, le han dado actualidad a dichas vivencias, porque, al leer dicho papel, me ha hablado puntualmente de cuanto acaeció.
Me explicaré: en dicho recibo-factura, fechado en Ulea, en 1945, me dice qué, la finca de «los Tollos» se regaba con las aguas de la “Sociedad de Regantes, La Purísima», nombre que se puso en asamblea extraordinaria, al conjunto de regantes, el día ocho de diciembre del año 1922 (día de la Purísima); siendo su primer Presidente Ríos Torrecillas, posteriormente alcalde.
Con posterioridad, al ganar en abril de 1931 las elecciones municipales, el partido republicano, el Rey Alfonso XIII, se exiliaba; implantándose en España la II República. Como consecuencia inmediata, a dicha Sociedad de Regantes se le cambió el nombre en Asamblea Extraordinaria sustituyendo «La Purísima» por el de «La República». Dicho nombre volvió a cambiar en el año 1939, al instalarse en el poder el gobierno de Francisco Franco.
Sigo leyendo dicho recibo y me encuentro con un dígito, el 58, número que corresponde al regante Joaquín Carrillo Benavente, propietario de dicha finca.
Sin embargo, al proseguir con la lectura de dicho recibo, me dice que corresponde a la viuda de Joaquín Carrillo Benavente, Clarisa Martínez Garrido, ya que el titular había fallecido en el mes de noviembre de 1944.
Dicha finca de «Los Tollos», de la rambla era herencia recibida por Clarisa, de su padre Ángel Martínez López, pero qué, al contraer nupcias con Joaquín Carrillo Benavente, el día tres de noviembre del año 1900, en la iglesia parroquial del pueblo, todas las heredades de Clarisa Martínez, pasaron también a nombre de Joaquín Carrillo Benavente ya que las mujeres, en aquella época, no podían tener propiedades particulares, si estaban casadas. Las compartían con sus esposos.
Siguiendo con la lectura de dicho recibo me indica que la duración del riego fue de ocho horas y veinte minutos; tiempo que estuvo regando mi padre, Joaquín Carrillo Martínez, que a la sazón, tenía 40 años.
En dicha tarea fue ayudado, eso es un decir, por el que suscribe este escrito qué, en aquellos momentos tenía siete años. Mi misión era la de estar pendiente de cuando tenía que cambiar la parada de la reguera y comprobar si el agua se escapaba por los ratoneros del margen, provocados por los topos.
El regante, encendía un cigarrillo, cada tres o cuatro paradas y, como todos los campesinos, se protegía del sol abrasador del mes de julio, con un sombrero de paja. Como la tanda del agua era ininterrumpida, la abuela Clarisa nos bajaba algo de comer, generalmente una ensalada de lizones y cerrajones, fruta y alguna patata cocida. Además, nos abastecía de agua fresca para saciar la sed; sobre todo los primeros tragos, ya qué, el intenso calor, la ponía como si fuese caldo caliente.
Dicho recibo, de forma cronológica, me sigue trasladando al año 1945 y me recuerda que cada hora de riego costaba 12 pesetas; por lo qué, el importe del riego ascendió a un total de 100 pesetas.
Esta Sociedad de Regantes «La Purísima», tenía como encargado de máquinas y controlador de las tandas; así como el cobro del importe de las horas de riego, a José García, alias «El Francés». Dicho apodo se lo pusieron los vecinos, por haber venido de Francia con su mujer y dos hijos de corta edad, José y Paco.
Para la vigilancia de tuberías y canales, así como del tiempo que consumían los regantes, nombraron a su hijo Paco, tan pronto como cumplió los 14 años; apodado como su padre Paco García «El Francés». Paco le pasaba las notas a su padre y este, extendía el recibo a los regantes y lo firmaba, bajo la fecha del riego.
Al seguir leyendo el recibo, me cuenta qué, al terminar mi padre de regar, se fue a la cueva a descansar un rato al frescor del cobijo en donde vivíamos la abuela y yo, el abuelo Joaquín vivió con nosotros desde 1942 hasta la fecha de su fallecimiento, en noviembre de 1944. Tras un breve descanso y comer lo que le había preparado su madre, emprendia el regreso al pueblo, en donde le esperaban, su mujer, mamá, y sus dos hijos de corta edad, Paquito y María Encarna, mis hermanos.
Previamente, la abuela Clarisa le había preparado un cesto de esparto lleno con frutas del tiempo: higos, uvas, peras y melocotones.Con su cesto de fruta, tras haber liado un cigarro y ponérselo en los labios, emprendió rumbo a la casa y le acompañaba un mequetrefe de siete años, los que yo tenía. Le acompañé hasta los límites de la finca de Federo.
Me dio un beso y, tras recordarme que cuidara de la abuela, regresé a la cueva, antes de que anocheciera. La abuela, ajada por los años y las penurias, no gozaba de buena salud y me tenía a mí como su salvaguarda. Me esperó en el morrón de la loma, junto al depósito del agua del canal de riego y, tan pronto como regresé, nos metimos en la cueva, alumbrándonos con un candil de aceite y una torcía como pavesa. Sí, esa era nuestra mansión. Allí nos instalamos, mejor dicho, nos instalaron. A los dos abuelos y a mí.
He leído con atención e ilusión, dicho recibo emitido el día 22 de julio del año 1945. Lo he entendido perfectamente, al explicarme cuanto aconteció.¡¡Confieso que nos hemos entendido gratamente!!