POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
En el segundo cuadro de la zarzuela `La Reina Mora´ Coral, la protagonista, se acerca a la cárcel a ver a su amado, Esteban, que había sido apresado por defenderla en una reyerta, mientras que otro presidiario canta lamentándose: «Me pillaron los guardias porque soy tonto». Analizando la frase, podemos pensar que si al que lo cazan es porque tiene esa cualidad, cuántos son los que se libran de estar entre rejas por ser listos, o listillos. Esta zarzuela fue llevada al cine en varias ocasiones, una de ellas en 1936, en la que el papel de protagonista lo interpretó el barítono oriolano Pedro Terol. Pero lo que nos interesa son los guardias, y éstos han sido protagonistas de muchas zarzuelas, sobre todo en las de ambiente madrileño. Sin ir más lejos, en uno de los principales papeles, el guardia municipal Mariano, en `El año pasado por agua´, mantiene un diálogo con los actores que representan al Año Nuevo y a Neptuno. Asimismo en dicha obra un trío de guardias municipales se lamentan de su trabajo en la polka `¡Traemos los cuerpos trunzaus´. Los guardias municipales aparecen más o menos fugazmente en `El barberillo de Lavapiés´ y en `La Gran Vía´, en la que el funcionario se queja de su suerte mientras que otros comentan dónde irán a veranear. Pero en la que alcanza todo su protagonismo, es en ´El guardia municipal´, traición-cómico-mímico-lírica en un acto de irreflexión, 3 cuadros, no al óleo y en verso, parodia de la zarzuela `El guardia de corps´.
El papel con que se presentan estos servidores del pueblo en todas estas obras, está en consonancia con las funciones que tenía la Guardia Municipal de Orihuela, cuyo cuerpo armado era el encargado de la policía urbana y de vigilancia pública en nuestra ciudad, y cuyas funciones fueron reglamentadas el 26 de junio de 1890. Según quedó determinado en su reglamento, el jefe natural era el Ayuntamiento y el Cuerpo, en esa época, estaba compuesto por un cabo y once guardias que tenían como obligación la vigilancia constante de la ciudad desde la hora de la mañana en que se retiraban los serenos, hasta la hora de la noche en que éstos comenzaban su servicio. La Guardia Municipal debía de controlar que las calles estuvieran bien aseadas, haciendo que los barrenderos limpiasen a las horas que estaba establecido, no permitiendo que después se depositasen en la vía pública «barreduras ni escombros», ni que se arrojase polvo desde puertas, balcones o ventanas, que pudiera ensuciarlas. El `municipal´ tenía como función el cuidar del orden en calles, plazas y mercados, procurando en éstos que cada vendedor ocupase su lugar, sin entorpecer el tránsito. Asimismo debía vigilar las fuentes, lavaderos, abrevaderos, urinarios, jardines y arbolado, para que no se produjesen daños en los mismos. Por otro lado tenía que inspeccionar el empedrado y enlosado de las calles, los conductos y alcantarillas, y expresamente vigilar que no se acumulase estiércol u otras materias capaces de afectar a la salud, en los portales, patios, callejones, cuadras o bodegas. No debía permitir que las personas cargadas con fardos fueran por las aceras, y debía procurar que «toda clase de coches, carruajes y caballerías caminasen al paso». Su ojo tenía que estar atento ante señales de incendio, avisando a los vecinos y a su jefe inmediato, y en el caso de que se produjera el toque de alarma en las campanas de las parroquias tenía que acudir rápido al siniestro. Debía evitar toda clase de altercados, vigilar los cafés y las tabernas, y prestar los servicios que se le demandasen relacionados con su cometido «sin recibir por ello dádiva alguna, bajo severo castigo». Sin embargo, tenía el derecho de percibir la tercera parte de las multas que por sus denuncias se produjesen. Sus funciones también le obligaban a vigilar el alumbrado público y a denunciar las obras de reformas en las fachadas sin el oportuno permiso. El guardia municipal si encontraba algún objeto perdido debía entregarlo al cabo, dando explicación del lugar donde lo halló. Pero si localizaba a un herido lo llevaría al hospital y si era un cadáver daría parte sin moverlo. Por otro lado, expresamente tenía prohibido entrar en las tabernas, salvo en acto de servicio.
Estas eran en gran parte las funciones reglamentarias de los miembros de la Guardia Municipal de Orihuela, allá por finales del siglo XIX, que además desempeñaban otras labores como las de escolta de la Corporación Municipal, en actos como los del Día del Pájaro, así como manteniendo el orden en la manifestaciones como la que acaeció con motivo de la llegada por vía férrea a la ciudad del 31 de agosto de 1890 del diputado oriolano Trinitario Ruiz Capdepón. Asimismo su labor era encomiada en tareas, tales como por su rápida actuación ante el robo cometido en el domicilio de Francisco Díe a finales del mes de junio de dicho año, o la intervención el 2 de septiembre en la reyerta que se produjo en la calle Escalera de San Miguel, entre una madre y dos hijas y el novio de una de ellas, y que gracias a la acertada actuación del cabo de la Guardia Municipal, el asunto no llegó a mayores, salvo que las mozas fueron conducidas a la Beneficencia y el enamorado galán a la cárcel. A veces eran gratificados, tal como le sucedió al guardia Monserrate Abad por los servicios prestados durante el brote de cólera de ese año, percibiendo por ello 30 pesetas, que equivalían a poco más de un día y medio de haber.
Como vemos todos estos asuntos son más bien propios de sainetes y zarzuelas. Sin embargo, aún se siguen produciendo, aunque la mayor parte de las veces son abortados gracias a la eficiencia de lo que hoy es el Cuerpo de la Policía Local de Orihuela, al que deseo lo mejor, por el bien de todos, en el día 8 de septiembre.
Fuente: http://www.laverdad.es/