POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Al ritmo que me he impuesto este verano, me voy a pasar (pasear) siete pueblos segovianos: Iscar, Cogeces, Megeces y Vallelado, siguiendo al Cega, y Aldeasoña, Fuentidueña y Laguna de Contreras, yendo por las márgenes de su casi paralelo Duratón. Los ríos y sus términos adláteres constituyen mi mayor atracción, ocupación y preocupación, desde hace bastantes años, y así lo he dejado escrito para el complaciente lector y para el resto adormecido de los archivos. Sé que en sus corrientes aguas va, y me va, la vida. Pararé poco, pero no dejaré de merendar en sus húmedas bodegas al atardecer. Tal y como se lo montan sus labriegos y hortelanos vecinos, será un placer, compartido con ellos, empinar la bota o el porrón y asar a la brasa de mostelas retorcidas chorizos y chuletas (de cerdo y de cordero). Que nos aprovechen. Para “chuletas”, los habitantes duros de estos pequeños pueblos segovianos a los que nunca les falta ni les faltó, ni en invierno ni en verano, un pincho superdorado al fuego y al que echarse a la boca, y, entretanto, hablar, hablar, hablar…, comunicarse. Comen y hablan a la vez, lo que muchos otros no saben. Me van a acompañar, además, en este reencuentro, una sarta larguísima de profesores: Teódulo García Regidor, Manuel Mayor, Jesús de Blas, Carlos Álvaro, Gonzalo Rodríguez, Juan Cuéllar, Emilio Pascual, Esteban Calle, Ángel González Sacristán, González Linares…, la repanocha. Segovia es tierra y agua criadera de maestros y poetas nacionales, repartidos por el ancho mundo. Así que allí, donde ya dije, nos encontraremos para contarnos, en primera instancia, nuestra infancia desarrapada y desparramada. Exiliados fuimos por mor de la paupérrima economía de los cincuenta-sesenta, pero hemos progresado. Como ellos, los que resistieron en la besana. Y volvemos a juntarnos. Pues qué bien.