POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
La toponimia tiene como objetivo el estudio de los nombres de un lugar actuando como soporte lingüístico del pasado, aunque corre el riesgo de convertirse en la ciencia del acertijo, por el hecho de dar lugar, en muchas ocasiones, a suposiciones, conjeturas, elucubraciones y hasta fantásticos inventos a la hora de desentrañar el significado de algunos nombres, aún más en los nombres ligados a la fauna de la zona.
A partir de las denominaciones se perciben numerosas causas de inspiración popular para bautizar la tierra con elementos naturales, como la orografía, la hidrografía, lo pasos y vías de comunicación, los tipos de hábitat, la repartición de la tierra, el suelo y su explotación, así como otras tantas motivaciones, entre las que pueden añadirse los oficios, devociones populares, recuerdos históricos, tradiciones locales, dedicándome a destacar aquí la presencia de la fauna en los nombres de lugares de Torrevieja.
En la toponimia torrevejense encontramos nombres de su fauna en forma abundante, basta con darse un paseo por nuestro término municipal y sus alrededores para hallar lugares con nombres como: la ‘cala de la Zorra’; la ‘cala del Lobo Marino’, por antiguamente ser habitual presencia en este lugar de una especie de mamífero marino, la foca monje; la ‘Cala de las Palomas’, donde en otros tiempos habitaban de estas aves, y la ‘cala del Gambote’. En la costa sur encontramos la ‘cala de la Mosca’ y en la laguna salinera de Torrevieja la ‘punta de la Víbora’.
Antes, más que ahora, en los pueblos solía sustituirse el nombre propio de cada uno por un sobrenombre, mote o apodo que los convecinos se ponían unos a otros, haciendo gala de su ingenio y buen humor. Ingenio para ponerlos; buen humor para aceptarlos. y nunca corrió sangre por un mote malintencionado, porque la verdad es que nunca los hubo. ¿O sí?
El ingenio popular torrevejense es tan agudo como desconcertante en cuestión de motes sobrenombres, indicando desde aquí algunos relacionados con la de fauna. Abundan entre ellos los nombres de aves. Empezaremos simplemente por ‘el Pájaro’, y siguiendo la familia de las plumas: ‘el Gorrión’, ‘el Pardal’, ‘el Paloma’, ‘el Palomo’, ‘el Pichón’, ‘el Canario’, ‘el Gavilán’, ‘el Grajo’, ‘el Loro’, ‘el Lechuza’, ‘el Mochuelo’ y haciendo un alarde de machismo ‘el Tutubio’, ‘el Cuco’ y ‘el Golondrino’ -que no en femenino. Sin olvidar ‘el Lechuza’ y ‘el Loro’.
Aves de corral como ‘el Pollo’, ‘el Gallo’, ‘el Gallina’, ‘el Gallico’, ‘el Pato’, ‘el Pollita’ y ‘el Pavo’.
Y domésticos, o de índole caballar y ganadero como ‘el Borrega’, ‘el Vaca’, ‘el Caballico’, ‘el Burro María’ y ‘el Burro de Oro, ‘el Gato’ y ‘el Galgo’,
También roedores como ‘el Conejito’, ‘el Liebre’, ‘el Rata’ y ‘el Ratón’.
Y los que nadan: ‘el Raspallón’, ‘el Rascasa’, ‘el Sipia’, ‘el Melva’, ‘el Pulpico’, ‘el Brótola’ y ‘el Sepia’.
No digamos sobrenombres de personajes torrevejenses con nombres de insectos y arácnidos: ‘el Abejorro’, ‘el Araña’, ‘el Grillo’, ‘el Pulga’ y ‘el Liendre’. Y uno que ya los dice todos: ‘el Animal’.
Sin olvidarnos de ‘el Oso’, ‘el Lobo’, ‘el Zorro’, ‘el Hurón’ y ‘el Gineta’. Animal este último que me trae a la memoria lo sucedido en abril de 1968, cuando se hallaban repartiéndose los beneficios obtenidos en la noche anterior -contando, como se dice en el argot marinero-, los tripulantes de la embarcación “Francisco Corona”, en el almacén propiedad del armador.
Observaron la presencia de un extraño animal, desconocido en la localidad. Como es natural, se armó la consiguiente tremolina, porque un pescador, si se presenta, le plantaba cara a una ballena; pero a un bicho con patas, con rabo largo y con intenciones no muy bien definidas, ahí ya la cosa cambiaba. Desde el patrón hasta el grumete se pusieron en guardia frente al intruso.
Se dieron ordenes para capturarlo vivo, echándole una red por encima, pero ¿quién le ponía los cascabeles a aquello que parecía un gato, pero no era gato? A última hora se acordó lo que aquellas gentes creyeron más prudente: pegarle un tiro.
Y con una escopeta de aire comprimido, salida de no se sabe dónde, el pescador José Manuel Ortiz, llevó la tranquilidad a todos los presentes gracias a su buena puntería. Cobrada la pieza, el trofeo fue paseado por la población, donde los llamados ‘expertos’ aseguraron que se trataba de una gineta.
Lo que no supieron aclarar los ‘expertos’ ni los otros, es cómo pudo llegar el susodicho animal hasta el almacén en cuestión, perturbando el orden y llenar de desasosiego a unos ‘pacíficos pescadores’, que, aun en contra de su voluntad, porque a la fuerza ahorcan, tuvieron que trocar la caña por la carabina y el anzuelo por el balín.