POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
La lluvia lava la huella de los días. La tibieza no pasa y los días cansinos y confusos vuelven a mirar el desgarro que producen las ausencias. El silencio trae la celebración de la liturgia de este día de Difuntos pasándole el trapo a las lápidas y poniendo flores en las sepulturas. Entre los nichos llega la reflexión del escritor argentino José Luis Borges que fue así de explícito: “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”. Y así, entre el luto y el desconsuelo, desde la fila de nichos se anuncia que no hay nada más democrático que la muerte. Remedio eficaz contra la envidia, la soberbia y la avaricia, pues a todos nos llega por igual. Nadie, absolutamente nadie, se escapa. Con una diferencia, que para algunos llega demasiado pronto, y para otros demasiado tarde. Para todos ellos: “Réquiem aeternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis”.
CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
Fue instituida por San Odilón, quinto abad de Cluny, en el siglo XI. Aunque su origen bíblico se remontan al siglo I antes de Cristo, cuando Judas Macabeo ordenó un sacrificio expiatorio en el Templo por las almas de sus soldados muertos en pecado, haciéndolo “con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección, pues si no hubiera esperado la resurrección de sus compañeros, habría sido completamente inútil orar por los muertos. Pero él consideraba que, a los que habían muerto piadosamente, les estaba reservada una magnífica recompensa. En efecto, orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados es una acción santa y conveniente” (2 Macabeos 12:43-46). De su origen judío han pasado veintiún siglos y del cristiano, diez.
MONAGUILLOS QUE ASABAN CASTAÑAS
En estos tiempos nuestros ya no hay monaguillos con sotana y roquete pidiendo, de puerta en puerta, una ayuda para doblar las campanas por los sufragios de los difuntos en la noche de Los Santos (día de alegría) a los Difuntos (día de tristeza por los seres queridos). En otros tiempos, cuando caía la tarde, comenzaban a llorar las campanas al toque de ánimas. Entre los dobles, los muchachos entretenían sus quehaceres asando castañas allá arriba, en la torre.