EL CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD, FRANCISCO SALA ANIORTE, HABLA DE “BOMBARDEO CONTRA LA POBLACIÓN CIVIL, PUESTO QUE TORREVIEJA NO TENÍA OBJETIVOS MILITARES”
Esta localidad alicantina no es solo la ciudad de las habaneras, playera, pesquera y salinera. Mientras una mayoría veranea allí sin preocuparse de su historia, otros rescatan del olvido selectivo aquello que pocas veces se ha contado. Hoy se cumplen 81 años del bombardeo de la aviación italiana, aliada del bando sublevado, que causó 19 muertos y 45 heridos.
Eran alrededor de las 10 de la mañana de un día soleado propio de verano. En la pescadería del muelle se habían formado largas colas, sobre todo, de mujeres, ancianos y niños que aguardaban ansiosos su ración: medio kilo de sardinas por persona. Los pescadores desembarcaban sus capturas. La lonja se llenaba de un continuo ir y venir de curiosos. Las calles y las playas eran un hervidero de gente. La bahía estaba llena de barcas de vela latina.
La calma antes de la tormenta. En cuestión de segundos, humo, polvo y arena que casi ocultaban el sol. Se levantaban enormes columnas de agua entre los veleros anclados. Tocado y hundido. El muelle como un coladero. Botes hechos astillas. La fuente de una plaza arrancada de cuajo.
Pánico, terror y destrucción. Grava y metralla. La carne talada, que diría el poeta. Gritos desesperados. La onda expansiva reventaba casas. Montones de piedras de sepultura. Las balas plateadas que caían del cielo no eran de agua.
Antonio Mulero, de 13 años, estaba en su casa comiendo una tostada de pan con aceite cuando escuchó el atronador ruido de cinco aviones. Con la incertidumbre con la que el ser humano suele mirar al cielo, en el pueblo se preguntaban: “¿Serán de los nuestros? ¿Irán llenos o vacíos”.
Era 25 de agosto de 1938, y los vecinos de Torrevieja estaban acostumbrados a verlos pasar de largo hacia los grandes objetivos militares de la zona -Cartagena y Alicante-, pero se tenía miedo de que alguna vez descargaran a medio camino. Sobre todo después de que el 25 de mayo en la capital alicantina machacaran la zona del mercado central atestada de gente.
Entre 1937 y 1939 la localidad sufrió siete ataques aéreos de la aviación italiana, cuyo objetivo primordial eran los puertos republicanos. Solían efectuarse con diez aparatos cargados con una tonelada de bombas cada uno, con instrucciones tajantes de atacar los barcos y las instalaciones portuarias.
Aunque las actividades del puerto torrevejense durante la guerra civil se centraron en la carga de sal, “era un punto estratégico y de gran importancia, no tanto por sus instalaciones militares -que no eran relevantes-, sino por servir de refugio ante los ataques habituales que sufrían en el litoral mediterráneo motoveleros, vapores y buques con material de guerra y otras cargas”, sostiene la historiadora Carolina Martínez López en su libro Un pueblo en la retaguardia: la guerra civil en Torrevieja.
Esa mañana pasaban de norte a sur cuando de pronto giraron y enfilaron hacia la bahía. Tenían la misión de lanzar bombas sobre varios puertos pequeños. En este caso llegaron más allá, adentrándose en el núcleo de población.
Los ataques de la aviación italiana en el 38, perpetrados en varios puntos del litoral desde Águilas (Murcia) hasta la frontera francesa, con cientos de muertos y heridos, fueron calificados en informes internacionales como bombardeos deliberados a población civil.
Ese día llama la atención que se preparara el lanzamiento a una cota algo más baja de lo habitual: “Descendieron a 3.200 metros de altura para bombardear a placer una ciudad indefensa”, afirma Miguel Puchol, autor del libro ‘Bombardeos en Torrevieja’, que añade que lo hacen “como si estuvieran a 4.500 metros o más, dejando un reguero largo de explosiones”.
El cronista oficial de la ciudad, Francisco Sala Aniorte, habla de “bombardeo contra la población civil, puesto que Torrevieja no tenía objetivos militares”. Según la tradición popular, una vecina de la localidad, Joaquina ‘La Churra’, dijo haber oído en una de las emisiones radiadas de Queipo de Llano algo sobre un “regalito a recibir”. Ese 25 de agosto una bomba cayó en su casa, sobre la cama. Pero no explotó.
José Montesinos Torregrosa, Pepe ‘El Gato’, y otros muchachos corrían por las calles con el corazón en la boca. Alocados. Cuando pasó por delante de los escombros aún humeantes de una vivienda oyó como un maullido. Era el llanto de una niña de dos años. Carmen, cubierta por completo de sangre, fue la única superviviente de esa casa maldita. Su madre, Ángeles, y sus hermanos Manuel -de 11 meses- y Ángeles -de 10 años- estaban muertos.
Carmen Rojas, que tenía 9 años, era amiga de la pequeña Angelita. “Otros días hubo bombas incendiarias y nos asustaban diciéndonos que venían los moros, pero ese día sabíamos que los que tiraron los artefactos eran italianos”.
Lola Ferrández tenía 7 años pero se acuerda como si fuese ayer. Su tía Francisca Vidal Baños, de 22, se metió debajo de la cama con su padre y su abuela. La alcanzó la metralla. Cuando la llamaron para que saliera vieron que estaba muerta.
En la calle Heraclio, donde murió un niño, aún se puede apreciar cómo la metralla cortaba las rejas de las ventanas. En el paseo un funcionario perdía la vista. Junto a las palmeras, yacían un soldado y su bebé, una pareja joven y su hija, una chica refugiada de guerra…
Puchol explica que “es un tiro muy largo que provoca el desastre en una población llena de refugiados”. Precisamente, al estar desde el principio hasta el fin de la guerra en la retaguardia y alejada de los frentes de batalla, “recibió un gran número de desplazados por el conflicto, en su mayoría niños de corta edad y huérfanos”, indica Martínez López.
En menos de medio minuto la aviación italiana, en apoyo al bando sublevado, arrojó más de una veintena de bombas. Murieron 19 personas, de entre 2 meses de edad y 61 años. Los cuerpos de las víctimas -en su mayoría jóvenes y niños- fueron alineados en las tapias del cementerio, expuestos en una fila macabra y trágica.
Un total de 45 heridos bloqueban el hospital de sangre a media mañana. El testimonio de Mulero sirvió para sacar a la luz el número de víctimas con nombres y apellidos, así como las zonas que se vieron afectadas: “Al no existir aquí defensa antiaérea, los aviones, sin nada que se lo impidiera y volando a no mucha altura, arrojaron su mortífera carga” sobre la bahía, la playa, el puerto, la zona de la pescadería y ocho puntos más.
El olor a pólvora impregnó el ambiente durante horas. El pueblo estaba lleno de metralla. Cuentan que todavía en los años 90 algunos comercios tenían como pisapapeles algunos de aquellos trozos.
El desconcierto y la impotencia llegaron hasta nuestros días. Los recuerdos siguen muy vivos en la memoria silenciada durante mucho tiempo.
Algunos supervivientes tienen cicatrices en la piel y otras más profundas, la de la pena y la desmemoria selectiva. José Manuel Martínez Andreu, hijo de Carmen, la niña que fue rescatada entre los restos de su casa, cree que “quedaron todos marcados por la tragedia. El dolor nunca se acabó; es como una lápida pesada que cubre todos los recuerdos, una pesadilla que nunca acaba y que vuelve a la memoria y atiza el corazón, una y otra vez”.
81 años después Torrevieja mantiene sepultado aquel día, entre los despojos del olvido: “Sigue habiendo reticencias a la hora de contar lo sucedido aquel día, como si aún permanecieran esos escombros humeantes, pero los peores, los más pesados, son los del miedo”, prosigue Martínez Andreu, que confiesa que a veces piensa en el aviador, si supo que había matado a una madre y sus dos hijos; en que “tuvo el refugio del anonimato, pero las víctimas no han tenido el del recuerdo”.
A su juicio, “es incomprensible que todavía estemos así, convirtiéndonos en cómplices del silencio y en víctimas del olvido”. En palabras de Sala Aniorte, “estos episodios han estado sometidos a un olvido público, haciendo que peligrara la cicatrización del conflicto”.
No consta ese día en el Archivo Histórico Municipal. Dicen que se destruyó todo después de la guerra. Solo queda el rastro de un acta del Consejo Municipal que abordó los hechos 48 horas después, calificando el bombardeo de “criminal atentado contra nuestra inofensiva ciudad”. En un momento de “angustia y dolor que embarga a todos”, expresaron una “enérgica protesta por el hecho tan cobarde contrario a los más elementales principios de humanidad y civilización”.
Desde hace más de una década distintas organizaciones de la comarca, sobre todo memorialistas y de izquierdas, arrojan al mar 19 rosas rojas en recuerdo de las víctimas. Las nombran una a una. Lo hacen al comienzo del paseo marítimo Juan Aparicio, un nombre que recibe en honor al que fuera director general de Prensa y Propaganda en la dictadura -dicho de otra forma: el jefe de la censura-, que pasaba temporadas en Torrevieja. El también autor de aquello de “España una, España grande, España libre”, fundó el semanario municipal ‘Vista Alegre’, que sigue saliendo a la calle con las principales noticias del Consistorio e ideó el certamen anual de habaneras, ahora de alcance internacional, que acaba de cumplir su 65 edición.
El año pasado, en el 80 aniversario, algunos colectivos recorrieron los lugares donde cayeron las bombas. En la plaza de la ermita, una mujer se acercó: —¿Qué están haciendo? —preguntó.
—Rememoramos a las víctimas del bombardeo del 38.
—También muere mucha gente de cáncer.
“¡Viva España!”, gritaban desde un coche, justo en uno de los lugares más devastados por las proyectiles. Allí, en pleno centro, el edificio de la aduana portuaria, que pertenece a Hacienda, mantiene en su fachada principal un escudo franquista, a solo unos metros de la Sociedad Cultural Casino, de donde se retiró no hace mucho una fotografía del caudillo instalada en una discreta sala de juntas. Cerca, el Real Club Náutico, de gestión privada pero propiedad de la Conselleria, tiene una placa en la entrada dedicada a Francisco Franco, “presidente de honor a perpetuidad de estas instalaciones”.
Hay quien dice que no se debe remover el pasado; que es hora de olvidar. Más que concordia, se exige silencio. La historiadora insiste: “No es la apertura de viejas heridas ni propiciar un guerracivilismo gratuito; significa saldar una vieja deuda con los que perdieron su biografía y hasta su vida defendiendo la legalidad establecida. Los vencedores tuvieron 40 años para reivindicar la suya, hasta el punto de hacer de ella la única memoria colectiva que muchos españoles recuerdan”.
Se hace necesario rescatar del exilio interior y exterior a sus protagonistas; contar ese capítulo secuestrado, encubierto y a veces manipulado. Sobre todo, porque algunas veces incluso se ha negado que se produjera aquel bombardeo. Lo hizo Pedro Ángel Hernández Mateo, alcalde de Torrevieja durante 24 años que acabó en prisión.“Es Vergonzoso y aterrador”, continúa Martínez Andreu.
José Manuel Dolón fue el primer alcalde de Torrevieja en iniciar en 2015 un periodo de reconocimiento oficial a las víctimas: “Con este acto el Gobierno de la ciudad quiere acabar con el silencio y el olvido cómplice al que se ha sometido este hecho desde el propio Ayuntamiento”.
Desde entonces, cada 25 de agosto a las 10 de la mañana se ha colocado un ramo de flores en la entrada del puerto, donde la gente hacía cola en la pescadería. Porque su memoria es como el árbol talado que retoña.
La Generalitat valenciana podría construir un monumento a las víctimas del bombardeo
Víctor Ferrández, de Izquierda Unida, anuncia que la Comunitat Valenciana podría asumir la construcción de un monumento en homenaje a las víctimas del bombardeo del 25 agosto de 1938 en Torrevieja: “Como el puerto es competencia de la Generalitat y Esquerra tiene la Conselleria que se encarga de la memoria histórica hemos hablado con ellos para que sean los que lo gestionen”.
De esta forma, se movería ficha para cumplir con una de las promesas que el Consistorio ha hecho en los últimos cuatro años. Y lo haría una formación que insistió en ello en la anterior legislatura y que en esta se ha quedado fuera del Ayuntamiento.
Durante todo el mandato de José Manuel Dolón (Los Verdes), que incluía a cinco partidos en coalición, se prometió levantarlo: “PP y Ciudadanos, que sumaban 11 concejales -mientras que el equipo de Gobierno 10-, nos lo impidieron. Lo metimos en todos los presupuestos, pero tuvimos que sacrificarlo ante la urgencia y necesidad de sacar adelante las cuentas”, dice el ex alcalde.
Solo en 2018 lograron aprobar el ejercicio presupuestario, y una de las condiciones del partido naranja para darles sus votos fue que se quitara la consignación para el monolito.
Ferrández, entonces edil, recalca que “hubo un primer y único intento en 2016”, cuando se intentó incluir una partida de 18.000 euros en una modificación presupuestaria. Según él, quien negociaba los presupuestos tampoco insistió.
Pablo Samper, de Sueña Torrevieja, lamenta que “la oportunidad que se tuvo en la anterior legislatura quedara en saco roto porque no se trabajó lo suficiente, y desgraciadamente ahora tampoco se va a dar, con la mayoría absoluta del PP y un concejal de Vox”.
Por su parte, el PSOE ha propuesto al Gobierno local que se encargue un monumento para el año que viene y que mañana se guarden cinco minutos de silencio, a lo que podrían sumarse el resto de partidos, excepto Ciudadanos y Vox, que ya han mostrado su rechazo.
En el refugio del olvido
A esa tradición de borrar el pasado se suman los desmanes inmobiliarios que se realizan en Torrevieja desde los años 60, destrozando gran parte de su patrimonio histórico, cultural y natural. Hace unos meses el Ayuntamiento aprobaba una licencia de obra para construir dos torres con más de 250 apartamentos sobre uno de los últimos tramos del litoral que queda libre de ladrillo. Con la particularidad de que en la parcela privada, urbana desde 1965 -cuando había carta blanca en uno de los planeamientos urbanísticos más antiguos-, hay un refugio de la guerra civil, de 20 metros de longitud, que permanece prácticamente intacto.
A cambio, la empresa constructora tendrá que ponerlo en valor e integrarlo en el proyecto, garantizando el acceso público. Es decir, los cimientos “encapsularán” esta galería subterránea que está a unos seis metros de profundidad. Según la última concejal de Urbanismo, la socialista Fanny Serrano, que se encargó del trámite, “estos restos quedarán integrados en el parking”.
La empresa no solo deberá hacerse cargo del refugio, sino también de la conservación de otros restos arqueológicos que quedan en el terreno aledaño, de titularidad pública. En concreto, un cuartel de carabineros de principios del siglo XIX, uno de los primeros en todo el país, que se levantó con la idea de atajar el abundante contrabando, la única fuente de ingresos para muchas familias torrevejenses; unos aljibes de la época, y una batería antiaérea de 1930.
A la empresa le costará 400.000 euros poner en marcha un museo con todos estos elementos en donde hasta hace poco se había instalado un chiringuito, que usaba estas instalaciones como almacén y terraza.
Fuente: https://www.publico.es/ – LORETO MÁRMOL