POR JOSÉ MARÍA SÁUREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL GUARROMÁN (JAÉN)
Hay dos cosas que me intranquilizan sobremanera. Vamos, que me provocan mucha jindama. Una de ella es hablar de muertos, y otra tratar con “mandamases” locos. Y mira que tengo asumido que en cuestiones de muertos y de otras locuras vitales se basta solito el ser humano en su conjunto para diseñar barbaridades y otras putadas de especie sin ponerle adjetivos de raza o procedencia ideológica. Simple y llanamente hay gente con mala leche visceral y congénita que hace de la locura y de la muerte un monumento a la vergüenza colectiva, ya sean cristianos, moros o judíos, o tengan la piel blanca, negra, cobriza o amarilla, o sean rojos o azules en el trasfondo de sus conciencias. Y para ello sólo es cuestión de echar mano de los papeles con el mismo espíritu y ánimo con el que Cervantes nos lo deja dicho en el capitulo noveno de El Quijote: “Habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”.
Ponerle nombre a los huesos de las fosas comunes no es sólo una cuestión de empecinamiento de quienes cogen pico y pala para desenterrarlos, sino una advertencia al porvenir contra quienes desde la ignominia las llenaron a golpe de machetazo y tiro en la nuca.