POR FRANCISCO ROZADA, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El 7 de julio de 1917 el cura de San Martín -Pablo González Cuervo- invitó a los miembros de la Corporación municipal a la solemne celebración de la misa y procesión de la Fiesta Sacramental que -desde tiempos inmemoriales- se celebraba cada 18 de julio; una invitación típicamente protocolaria.
Mientras, los vecinos de Collado de Andrín estrenaban su lavadero, Arriondas instalaba inodoros (siempre citados como ´retretes´) en sus casas, a la espera de que hubiese agua corriente en los meses siguientes y el panadero Antonio Fernández (con el tiempo ¨Panadería de Titi”) tenía instalado su horno de pan en el lugar conocido como “Llanada de los Prados”, entre la carretera general y la vía férrea, frente a la casa de Anastasio del Valle (Villa Isolina), a la que nosotros conocemos como “La Teyería”.
Y el 15 de noviembre varios concejales decidieron encabezar una suscripción en el concejo para gratificar al Ejército, a la Guardia Civil, a la Armada y demás mantenedores del orden social por haber hecho fracasar la huelga general convocada en España, así como decidieron felicitar al Gobierno con ese motivo.
Fue ésta conocida como la huelga general revolucionaria de 1917 y tuvo lugar en el mes de agosto, convocada por la UGT y el PSOE, en algunos lugares con el apoyo de la CNT. La huelga tuvo lugar en el contexto de la crisis de 1917, durante la monarquía de Alfonso XIII y el gobierno de Eduardo Dato a quien el rey se vio obligado a sustituir por el liberal Manuel García Prieto para que presidiese un gobierno de concentración nacional.
Los miembros del Comité de Huelga fueron sometidos a un consejo de guerra acusados del delito de sedición y condenados a cadena perpetua el 29 de septiembre de 1917, aunque todos ellos consiguieron un escaño en el Congreso de Diputados en las elecciones del año siguiente, lo que obligó al gobierno a concederles la amnistía.
Debo dejar constancia de la protesta del concejal Amador Llano por el acuerdo tomado en Parres, alegando que “dichos cuerpos no habían hecho más que cumplir con su deber”. Cierto es también que en la sesión que lo aprobó había sólo seis concejales que lo decidieron por unanimidad y sin discusiones.
Los detalles de decenas de miles de pequeñas cosas ocurridas en los ciento cincuenta años que analizamos en estas ´memorias´ puntualizan que había mucho más control del que pensamos. Si en La Llera o en la Plaza del Mercado se talaba algún árbol, salía a subasta su venta; si en la escalera de la casa de telégrafos faltaba una bombilla y el telegrafista protestaba, se discutía si debía ponerla el dueño de la casa que el Ayuntamiento tenía alquilada o el mismo Ayuntamiento (solía tener que pagar el dueño); si el carretillo del barrendero necesitaba arreglo había que decidir a qué carpintero se le encargaba el trabajo; si un vecino reclamaba porque el brazo de luz que habían puesto en su fachada no estaba estéticamente bien colocado, se estudiaba su caso, y no hablemos ya de las miles y miles de quejas y denuncias de vecinos protestando por tantas cosas, a las que era obligatorio atender enviando a dos concejales para que confirmasen si la queja tenía fundamento o no.
Con vistas a 1918 se reservaron 500 pts. para las ferias de Sta. Rita, 625 para el alquiler de la Casa Cuartel, 420 pts. para el de la Casa de Telégrafos, otras 100 para un “Campo de experimentación Agrícola”, 500 pts. para redactar el plano de población o 250 para colaborar con las celebraciones del XII Centenario de la Batalla de Covadonga (de la que el pasado año 2018 celebramos el XIII Centenario).
Pendás tenía más de sesenta niños y niñas en edad escolar y no tenían escuela, de modo que los vecinos contrataron por su cuenta a un maestro particular y le pidieron al Ayuntamiento que les diese una subvención de 250 pts. Sólo les concedieron 150, pts. lo mismo que a otras escuelas del concejo.
A veces surgían benefactores públicos -como ya vimos más veces- y, en este caso, fue Ángel Cepa quien pagó de su bolsillo 1.600 pts. para el menaje, libros, muebles y demás utensilios de la escuela nacional de Castiello, recién creada en aquellos días. El Ayuntamiento le concedió un “voto de gracias”, puesto que -señaló- sin su ayuda la escuela no se hubiese creado de manera definitiva ni se habría podido poner en marcha.
Los comerciantes Emilio Pando, Ángel García y Tomás Cueto solicitaron la colaboración de su gremio para pagar a un “sereno del comercio”, cuya misión era vigilar comercios, tabernas y establecimientos públicos durante la noche.
Señalé que teníamos telégrafos, pero no teléfonos. La línea telefónica iba de Gijón a Ribadesella y era intención prolongarla hasta Infiesto, Arriondas y Cangas de Onís, de modo que estos ayuntamientos comenzaron a hacer acopio de postes de madera para colaborar en la instalación que pondría a estas localidades más cerca de la modernidad.
Concluye el año con la dimisión como barquero de El Lladuengu, de José Cardín -vecino de Santianes- por no poder ya hacerse cargo de esa dedicación. Así, la barca quedó largo tiempo sin servicio a Santianes del Terrón, Romillín y Las Caserías, mientras los vecinos solicitaban 200 pts. de subvención para volver a tener tan indispensable servicio.
Como los gastos de la Beneficencia Provincial para 1918 estaban previstos en 1.012.000 pts. la Diputación Provincial impuso un tributo extraordinario de 1 pts. más por cada tonelada de carbón que se explotase y transportase por vía férrea.
Y el año 1917 concluyó abonándole a Gaspar Llerandi 23 pts. por las 23 arrobas de hierba que había suministrado en sacos para dormir los soldados que permanecieron en Arriondas controlando la huelga general que he comentado más arriba.