POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El 9 de abril de 1910 tuvo lugar una sesión extraordinaria del pleno municipal bajo la presidencia del Delegado del Gobernador, en la que se comunicó el cese del alcalde y los cuatro tenientes de alcalde, junto con siete concejales, suspendiéndolos del ejercicio de sus cargos y nombrando en el mismo acto a otros. De forma que sólo quedaron dos concejales sin ser cesados.
¿Razón? Pues “por las graves responsabilidades que se desprenden del expediente instruido con motivo de la rendición de cuentas”.
No se hacen más aclaraciones, pero sí sabemos que hacía cuatro años que no se habían presentado las cuentas.
Si los cesados no estaban de acuerdo se les dijo que sólo podían recurrir al Ministro de la Gobernación en un plazo de diez días “descontando los de las fiestas religiosas o nacionales”.
En el acto cesa también el secretario Enrique de la Grana Valdés y le encontraremos -junto con el alcalde- tres años después, cuando les sea sobreseído a ambos otro proceso en el que estuvieron inmersos.
¿Qué pasó con todos ellos en este proceso? ¿Recurrieron su cese? ¿Hubo juicio? Las actas siguientes -que nos lo deberían aclarar- no existen y -desde el 13 de abril de 1910 hasta junio de 1911- nada se conserva por escrito de los plenos. En ese libro de actas hay cuarenta páginas en blanco seguidas.
Sí sabemos que el contenido de este libro fue analizado en el Juzgado de Cangas de Onís y que comenzaron otro nuevo, pero éste último se abre el 10 de junio de 1911.
Con este secretario, que era abogado y gran conocedor de su oficio, con una ortografía impecable, seguiremos la vida municipal durante largo tiempo y “sobrevivirá” a alcaldes, avatares de todo tipo, revoluciones, dictaduras, monarquías, Segunda República, Guerra Civil…y llegará hasta el franquismo. Enrique de la Grana Valdés, con sus casi cuarenta años como secretario, es una parte fundamental de la vida parraguesa, algunas veces vivida en su propia persona, desde la juventud hasta su jubilación. No me extraña que la caligrafía de sus miles de actas fuese evolucionando desde la perfección absoluta hasta una cierta dejadez, con incluso dificultad para poder nosotros ahora descifrar no pocas palabras.
Aquí y ahora dejamos cesado a Enrique en abril de 1910 y sustituido por orden gubernativa por Eladio Argüelles.
Y el alcalde Ramón Barredo será sustituido por Antonio Pando Vega.
La Cuesta de la Toya dio de comer a muchas familias durante décadas, para ello se solicitaba un permiso de disfrute en el Ayuntamiento, y éste concedía una parcela en dicho lugar para ser cultivada. No sólo las personas con pocos recursos o sin otros terrenos propios aparecen en decenas de solicitudes, sino gente con capital, como es el caso del dueño y promotor de Villa Encarnación (conocida como “La Gotera”) Manuel Llano Margolles, que así lo hizo el 11 de junio de 1911.
(Estos aprovechamientos parcelarios de La Toya se alargaron durante décadas, pues nos encontraremos con que las tasas a pagar eran de 10 pts. por área en 1978, casi setenta años después de 1911 en el que se detiene esta XXV Memoria).
Las protestas porque el pan no pesaba lo que las tahonas de la villa aseguraban eran constantes, por lo que el Ayuntamiento se veía en la obligación de decomisar las remesas que no respetaban lo acordado. (Tahona es palabra de raíz árabe que en sus orígenes significaba molino).
El arrendatario de consumos Evaristo Velilla hizo saber que no se podían degollar en el matadero público aquellas reses que pesasen menos de 50 kilos, pero no quedaba claro si el peso era en canal o con menudos y despojos. Se consultó a un letrado que especificó que el peso era en canal “sin vientre, asadura, cabeza, extremos y piel”.
De modo que los tablajeros se atuvieron a esa norma; y digo tablajeros y no carniceros porque esa era la palabra con la que se conocían, por vender habitualmente su mercancía sobre tablas, a modo de mesas.
Y tablajeros eran en Arriondas: Ángel García y Rafael Ramos.
En 1911 en la Plaza del Mercado (hoy Plaza Venancio Pando) había dieciocho puestos de venta con unas dimensiones de entre 8 metros los mayores y 2 metros los más pequeños, por los que pagaban entre 15 y 6 pesetas al año.
Veamos quiénes eran los propietarios de esos puestos:
Lucas Pardo; Rafael Llano; Matilde Noval; Valentín Vigil; José Rodríguez; Matilde Peña; Prudencio Rodríguez; Cristina Sánchez; María Alas; Manuel Fondón; Antonio Díaz; Benigna Ronfieres; Regina González; Francisco Álvarez; Ramón Barquín; Manuel Barquín; José San Millán y Victoria (no se cita el apellido de esta señora).