POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
El otro día, que estaba yo un tanto de mal humor, intenté relajarme un poco leyendo poesía. Me gusta la poesía y «de cuando en vez» (que dicen los cursis) hasta me atrevo a escribir algún que otro poemilla que, dicho sea de paso, no me salen muy mal.
¡Qué digo!
Me salen muy bien.
Pues así como quien no quiere la cosa, me puse a leer una preciosa poesía de la escritora chileno hispana Concha Zardoya (Valparaíso 1914-Madrid 2004), mujer de gran sensibilidad poética y escritora muy valorada. Me quedé con esta estrofa:
«En las vacías estancias que pisaron
nuestros padres y abuelos
hoy habita la oquedad de ese tiempo transcurrido.»
¡Demonios!, me dije.
En esas oquedades, que quizá la autora refiera a salones íntimos y alcobas, también están las cocinas; laboratorios donde combinan saberes y sabores las leyes más básicas de la Química, de la Física y del Arte.
Y apurando el concepto, las de la Economía.
Y digo lo de «la Economía» porque con los tiempos que corren no están las carteras y los bolsillos para muchas bromas.
Así que, en recuerdos de tiempos pasados, cuando la merluza era un lujo, vamos a traer a nuestra mesa una «merlucina a la cazuela», pescado que actualmente está a muy buen precio.
¿Saben ustedes?
Antiguamente, pero muy antiguamente, a la merluza fresca y de buen tamaño y peso se la llamaba PESCADA; a la de peso entre 1 y 2 kg, PESCADILLA GORDA; si el peso se acercaba a 1 kg. PESCADILLA; y si era muy pequeña, PIJOTILLA o CARIOCA.
Dos son las artes más frecuentes para la pesca de la merluza: la VOLANTA (red) o el PINCHU (anzuelo), siendo las piezas del «pinchu» las más valoradas por su sabor, frescura y la textura de su carne.
También se dice que la merluza hembra (la «fema») es el mejor de los manjares. Se distingue de la «macho» porque su espina es más fina y el cuerpo más gordo.
Pues nada.
Vamos a decidirnos por una merlucina a la cazuela preparada en plan casero, baratina y tal.
Para ello pediremos en la pescadería que corten unas rodajas de merluza más bien gruesas. Ya en casa, las limpiamos, secamos y salamos al gusto.
Se pasan, después, por harina y fríen, vuelta y vuelta, en aceite para, seguidamente, llevarlas a una cazuela de aluminio o de acero inoxidable. En el aceite de fritura doran unos ajos muy picadinos, agregando después un chorro de vino blanco y caldo de pescado. Da unos hervores y se añade perejil machacado en el mortero junto con más caldo. Siguen los hervores y con esa salsa verde se cubre la merluza. Otros hervores más; un breve reposo… y ¡a comer!
¡Hombre!, para hacer la gracia cursi decoramos con unos espárragos «anillados» con unas colas de langostino.
Véase la foto, que es muy mala porque la hice yo.