POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
La provincia de Jaén tiene la suerte de contar con la mayor parte de las Nuevas Poblaciones que fundó el Rey Carlos III, iniciativa que puso en marcha Olavide. En el 2017 se cumple los 250 años del Fuero por el que se regían. Es un hecho histórico revolucionario para su época. Lo que pasa es que hoy la mayoría de los políticos no saben historia. Por eso no valoran la importancia a esta efeméride. Creo que en cualquier país darían algo por tener en su pasado algo similar a esto. Menos mal que el nuevo rey parece sí que se ha enterado de lo relevante que fue la política de Carlos III. De hecho ha puesto en el despacho su retrato, sustituyendo a Felipe V. Natural.
Lo que no debería parecernos natural es que a muchos políticos de aquel siglo de las Luces, los de ideas más avanzadas, acabaran en la cárcel, o el destierro. Le pasó al ministro Ensenada, el que inventó lo de que hacienda somos todos. Le pasó a Olavide, procesado por la inquisición, traicionados por sus amigos de la Corte, y desterrado en Baeza. Y le pasó al marqués de Esquilache. Este ministro quiso modernizar Madrid y adecentar a los Españoles. Pero eran muy cerriles: le perdonaron de mala gana que instalara alumbrado público, alcantarilla y cosas similares; pero casi lo linchan cuando entró en vigor su decreto para suprimir las capas largas y el sombrero de ala ancha. Alegó motivos de higiene y seguridad: “de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro”, decía su decreto. Pero no le entendieron. Aunque aquellos embozados que entonces transitaban por las calles, como los del Tenorio, podían esconder bajo la capa hasta un muerto, y guardar su anonimato bajo el chambergo. Ciertos es que el problema de fondo era el hambre. Pero al final el lio se montó por lo de la nueva vestimenta. El rey tuvo que echar a Esquilache para que no ardiera todo Madrid tras el motín que empezó en la plaza de Antón Martin en el Domingo de Ramos de 1766. Luego echó a los jesuitas, por conspiradores. Pero no echó marcha atrás en lo de la capa y el sombrero. Así los españoles tenían que dar la cara, y la policía identificaba mejor a los delincuentes. Aquello, tan lógico, se mantuvo siglos. Hasta que los progres actuales volvieron a tolerar a los embozados, sobre todos a las mujeres que profesan el Islam radical, porque su religión les prohíbe enseñar el rostro. Lo cual no sería peligroso si también les prohibiera ser terrorista. Pero eso no pasa en el yihadismo, que usa a las mujeres, y hasta a los niños, para poner bombas. Yo sé que la mayoría de los musulmanes son buena gente. Tengo amigos musulmanes. Aunque ninguno de ellos ve mal que la mujer enseñe la cara. También sé que uno de los preceptos del Islam es la llamada guerra santa. Los cristianos hicieron antes sus guerras santas particulares, pero por suerte esta religión ha evolucionado. Tiene un jefe supremo, el Papa, que marca las pautas a seguir. Por eso ya no existen grupos terroristas que maten al grito de “Jesús es grande”. Ahí radica el problema, que es un problemón. Porque, si no espabilamos, estos salvajes nos robarán siglos de progreso y libertad. Sí, causa pánico ver la indumentaria de la señora de uno de los tres yihadistas que en menos que canta un gallo asesinaron a 12 persona en París el 14 de enero, porque no les gustaba su libertad de expresión. Ahora esta mujer, más mala que un dolor, anda embozada por ahí, sin un Esquilache que lo prohíba. Ojala la pesquen antes de que, gracias a su túnica sagrada, asesine a inocentes. Ojala se exija a todo el que vive en un país democrático que cumpla sus normas. Mi papelera dice que olé por Esquilache, quien acabó sus días como embajador en Venecia. Lleva razón.