POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Abandoné anticipadamente mi oficio vocacional, la docencia; por agotamiento. No quería perder la dignidad tragando ruedas de molino, que me quitaban el sueño. Sí. No me gustaba lo que entonces pasaba en los Institutos. No digo que no recuerde con añoranza los años de alto nivel educativo; ni que haya olvidado a tantos alumnos ejemplares, no solo en lo académico. A ellos les agradezco lo que me enseñaron, porque la principal misión del que enseña es no dejar de aprender. Por eso, si un día vuelves de clase con la sensación de vacío interior, mala señal. Como creo que hay que estar atento a las señales de la vida, yo abandoné el barco cuando comprobé que remaba contra corriente. Acerté. Pero aún recuerdo aquellas señales con tristeza.
Lo que cuento sucedió unos años antes de mi jubilación. Eran las ocho menos cinco de la mañana. Hacía frío. Yo hacía el recorrido habitual hasta el Instituto. Vi apoyada cerca de la puerta a una alumna. No he olvidado su nombre. Pero vuelvo a la escena: literalmente echado encima de mi alumna estaba un chico que la besuqueaba, sin mucho entusiasmo. No era la primera vez que les encontraba así, en los minutos que faltaban para que sonara el timbre. Tampoco era nada raro. Son ésos los años de amores pasajeros, en los rincones de un parque, o en la pared de un instituto. De pronto a mi alumna se le cayó el archivador. Por el suelo volaban los folios. Ella se puso a recogerlos. Cerca de mis pies pararon algunos, y le ayudé. Me dio las gracias con una sonrisa. Era una buena chica. Nos llevábamos bien, aunque pasara de los estudios. De hecho no acabó el bachillerato. Cuando levanté la cabeza vi con asombro que el noviete se echaba un cigarro apoyado en la pared, sin inmutarse. No hizo el mínimo amago para ayudarnos a recuperar los apuntes de su chica. Yo entré rápido al Instituto. Ellas, detrás. Imaginé que le habría sentado fatal la actitud de su amigo, el besucón. Más siendo testigo su profesora. La misma que más de una vez se saltaba la lección para explicar, especialmente a ellas, lo importante que es la formación académica para lograr independencia vital. Para denunciar actitudes machista. Porque siempre consideré una responsabilidad, y un privilegio, dejar claro a mis alumnas que la verdadera liberación femenina no consiste en imitar vicios tradicionalmente masculinos, sino en ser autosuficientes, librepensadoras, valientes. Espero haya calado en alguna.
Al día siguiente, poco antes de comenzar otra clase de las 8 de la mañana, cuando avanzaba cansada hacia el trabajo, porque en la noche de insomnio me proseguía la imagen de mi alumna humillada por aquel machote imberbe, vi al fondo, en la misma pared, unos besos indiferentes, que ahora me parecieron obscenos. Vi la imagen de un machote imberbe, de un maltratador en potencia, echado encima de una mujer indigna. Y vi la inutilidad de mi empeño por hacer de ella una mujer de verdad, que sabe que la tolerancia consiste en no tolerarlo todo. Ahora nos cuentan los periódicos que se ha hecho un estudio sobre la mentalidad de los alumnos andaluces. Resulta que seis de cada siete opinan que la mujer es inferior al varón; que en casa debe de mandar el hombre, y que minimizan el maltrato a las mujeres. Lo triste es que ya no podemos echar la culpa de esta perversión a la dictadura, porque estos jóvenes, y sus padres, nacieron y se educaron en democracia, bajo el paraguas de un modelo educativo que decía denunciar la violencia machista y la discriminación femenina. Pero, hechos son amores, y no buenas razones. Eso dice mi papelera. Está tan decepcionada como yo.
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