POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Cuando constatamos como se producen, expanden y combaten las enfermedades infecto–contagiosas, hay que afirmar que todo tiempo pasado fue mucho peor. Lo único parecido de ayer a hoy son las reacciones humanas ante el miedo, y la torpeza y lentitud de las autoridades para actuar. Sin duda el pueblo como colectividad es infinitamente más intuitivo para detectar que algo malo se acerca. Pero cuando eso llega, el ser humano pierde su fuerza como grupo, se paraliza y sólo busca sobrevivir. Eso explica la docilidad con la que se acatan órdenes políticas, cuando cabalgan los jinetes del Apocalipsis, dado que algunas vulneran los principios básicos de la libertad y dignidad. El poder político lo sabe, y se aprovecha. Pero no hay mal que mil años dure. Todos tenemos memoria, creo yo. Tiempo habrá de rendir cuentas. De momento vamos a usar la historia para recordar la mayor gran pandemia vírica que padecimos los europeos en la Edad Media. Unas zoonosis más que eligió al ‘Gigante Asiático’ para nacer ¿ Por qué será? Hablemos algo hoy de la Peste Negra, exportada por China.
Empecemos por aclarar que el origen etimológico de la palabra procede de latín –pestis– y es sinónimo de ruina y azote. Médicos romanos, griegos, musulmanes y cristianos abordaros los síntomas de esta enfermedad, asociada a fiebre, a infecciones diversas que actúan con rapidez y matan. También recuerdo que en épocas pasadas se usaba el término ‘pestilencia’ de modo general, siempre asociado a algo terrible, vinculado a ‘miasmas’ del aire. Por ejemplo, en los diccionarios antiguos se aplica ‘peste’ a enfermedades contagiosas provocadas por aires corrompidos (Covarrubia, 1611). Entrado el XVIII, el Diccionario de Autoridades afinaba más al referirse ya a la Peste bubónica, y la vincula a aires contaminados, destacando la presencia de bultos, llamados bubones. Como ‘peste negra’ no se la define con precisión hasta la terrible epidemia de 1347. Pero se tardó mucho en llegar al diagnóstico exacto de esta enfermedad producida por un bacilo- la yersinia pestis- que aisló en 1894 el microbiólogo suizo Yersin, identificando el bacilo en las vísceras de una rata muerta durante la epidemia que hubo en Hong Kong. Un bacilo que es sensible a la luz, el calor, a la higiene y a antisépticos corrientes, y tiene caldo de cultivo en oscuridad y con bajas temperaturas. ¿Les recuerda algo esto? Es pues una enfermedad propia de roedores, que pasa a mamíferos, como gatos, perros, monos, camellos, y al hombre.
Por desgracia, aunque se extingan los roedores afectados, el bacilo puede conservarse tiempo en ciertos ambientes, caso de una madriguera, donde infecta a otros que allí anidan. Para los humanos, la rata domestica, la rata negra, y el ratón común, pueden ser transmisores. En ellos cursa también con bubones, y los mata en tres días. En los hombres, tras una incubación de 2-12 días, los síntomas son bruscos: fiebre, escalofríos, diarreas, debilidad, delirio, dolor ganglionar. El bacilo pasa a pulmones por vía linfática o sanguínea y produce neumonía, insuficiencia respiratoria, y afecta al corazón, provocando la muerte. Cuando un humano es contagiado por picadura de la pulga de la rata, la pulga del hombre la trasmite a otros individuos sanos. También hay contagio por inhalación de gotas con el bacilo, en la respiración, causando sangrados y neumonía. También nos suena esto, por desgracia. Antes de los antibióticos, fallecían entre 70 y 80 % de afectados. Ello explica el pavor que causaba en el pasado. Se calcula que pudieron morir 50 millones de personas por esta pandemia medieval.
Sus efectos en la economía fueron devastadores: el hambre mató más que la peste y frenó el progreso, Es que el miedo es paralizante y castra la mente. La crisis que padece toda Europa en el siglo XIV y que refleja este sentimiento efímero de la vida, el pesimismo, justifican la intransigencia en temas religiosos y la obsesión por el pecado y la condenación eterna. Incluso tuvo mucho que ver con los terribles Progrons, las persecuciones a los judíos, muchos de los cuales eran médicos y boticarios. Llegándose a extender el bulo de que entre judíos no había peste y de que ellos la provocaban esparciendo venenos. Hasta el papa Clemente VI tuvo que pronunciarse para evitar este disparate. Sin duda, ante el miedo a la muerte resurge con fuerza con la religiosidad popular como salida ante la falta de soluciones humanas.
Dejó a la imaginación y aguda inteligencia del lector las conclusiones que le parezca oportuno extraer. Y con ellos me comprometo a contar en otra columna, sin alejarme un palmo del rigor de las fuentes de los archivos, detalles de esta epidemia en pueblos de Jaén. La más espeluznante película de terror que podamos imaginar se queda corta ante lo que vivieron nuestros antepasados. Animo. Si estamos aquí es porque ellos sobrevivieron. Pero, si estamos como estamos en estos días es porque nunca aprendemos la lección de la historia y tropezamos mil veces en la misma piedra. Los que mandan, lo saben y se aprovechan. Dios nos pille confesado ante sociólogos y politólogos expertos en manipular la mente, dice mi Papelera, que sigue confinada.
Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 14 de mayo de 2020