Personalmente, este tipo de ensayos que circunscriben su ámbito de estudio a un tiempo o a un lugar muy concretos, siempre me han parecido sumamente interesantes, porque sólo porque pormenorizan lo particular se llega a entender mejor la complejidad de lo general, objeto este último aspecto de la mayoría de trabajos en torno de cualquier disciplina. En el caso que nos ocupa, la relación de Miguel Hernández, aunque profusamente estudiada, como, por otra parte, cualquier otro aspecto de su corta vida, no deja a este lector de aportarle algunas sorpresas desveladas en alguno de los trabajos que lo componen, más allá de su objetivo inicial de carácter didáctico, que, como nos recuerdan sus coordinadores, «posibilita el conocimiento del autor, analiza su poco conocida relación con Cartagena y concede vigencia a su mensaje social». El libro nace fruto de la colaboración entre la Fundación Cultural Miguel Hernández, el Instituto Cartagenero de Investigaciones Históricas y la comunidad educativa del IES Ben Arabí y comienza con un documentado trabajo del profesor, y reconocido experto en la obra hernandiana, Francisco Javier Díaz de Revenga, en el que profundiza en la relación del malogrado poeta con dos figuras sin par en el ambiente cultural de la época —estamos hablando de los primeros años treinta— en la ciudad de Cartagena, el matrimonio formado por Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás y, más en concreto, el acto de homenaje a Lope de Vega, al que fue invitado Miguel Hernández, que demostró en la conferencia que pronunció, según todas las fuentes, un exhaustivo conocimiento y una honda admiración por la obra del dramaturgo y poeta del Siglo de Oro, algo que se puede rastrear en su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1933): Como escribe Díez de Revenga, «Su dominio de formas lo aprendió en los clásico de nuestro Siglo de Oro y, entre ellos, quizá más aún que en los demás en Lope de Vega, al que por aquellos años seguía igualmente de forma muy fiel en su obra teatral El labrador de más aire».
Francisco José Franco Fernández desgrana en su estudio la labor del Ateneo de Cartagena, «motor de la vida cultural de la ciudad desde la proclamación de la República», disposición que culminó con la creación de la Universidad Popular, cuyos impulsores fueron los poetas Antonio Oliver y Carmen Conde, que «implicaron en el proyecto a todo el grupo de amigos surgido aquel verano de 1927 y a intelectuales de todo el país tales como Miguel Hernández y Ramón Sijé». Estos dos autores, junto a otros como Antonio Oliver o Gabriel Miró y su relación con Cartagena son estudiados por José Luis Abraham López. Precisamente será a Miró a quien la revista SUDESTE: Cuaderno murciano de literatura universal, creada a comienzos de 1930, dedicará su primer número. «Paralela a la revista —informa Abraham— se creó una editorial en la que, en 1933, apareció el primer libro de Miguel Hernández», Perito en lunas. Una ciudad que, junto con La Unión, como escribe Mª Victoria Martín González se convierten en «espacios geográficos ineludibles en la historia de vida de Miguel Hernández a lo largo de su corta existencia», que también se encarga de contextualizar la importancia de María Cegarra en la vida del poeta: «En realidad, objetivamente, lo que sencillamente unió a Miguel y María, por mucha literatura que haya inspirado en torno, fue una admiración recíproca, lejos de las rutinas de los otros y del ritmo laboral, lejos de modas y costumbres de la gran ciudad o de la estrechez del pueblo, lejos de todos y de todo, durante aquella o aquellas tardes de paseos por una sierra hirsuta, mineral y luminosa». Resulta evidente, sin embargo, que, aparte del voluntarismo de la autora por convencernos de su particular visión del asunto, lo que narra no deja de ser otra conjetura más. Hubo una relación amistosa, eso está claro, y aunque no haya pruebas verificables de si llegó a trascender —existen, seo sí, numerosos indicios de que hubo algo más que admiración—, tampoco se puede negar esta posibilidad de forma tajante. Luis Miguel Pérez Adán se encarga de analizar la evolución de la cultura durante la guerra civil en Cartagena, que fue durante el conflicto «una ciudad en retaguardia, y esto marcó su actividad cultural».
Aitor L. Larrabide analiza en un documentadísimo trabajo la relación de Miguel Hernández y las Misiones Pedagógicas. En él demuestra que fueron cuatro los periodos en los que Hernández colaboró con las actividades programadas por la institución, en 1933, 1935 y 1936, «una actividad que […]llevó al poeta oriolano por distintas comarcas castellanas y leonesas, manchegas y murcianas». La primera misión, entre le conduce a Cartagena, Cabo de palos y Fuenteálamo. «Colabora —escribe Larrabide— como recitador, bibliotecario y músico». La segunda le lleva, como el mismo Hernández dice, «»por tierras, mejor dicho, por piedras salmantinas». La tercera se desarrolla por Cabo de Palos y Cartagena (en el Ateneo de la ciudad Hernández lee poemas en homenaje a Lope de Vega). La cuarta y última transcurre por Puertollano, Mestanza, Valdepeñas y Albadalejo, y en ella Miguel «Para sacarse un sobresueldo alterna su actividad de recopilador taurino con la de recitador y bibliotecario en las Misiones, trabajo por el que le pagaba un jornal casi idéntico al que ganaba con Cossío: diez pesetas diarias».
La segunda parte del volumen tiene, si cabe, un propósito más pedagógico, se ocupa de la vigencia de Miguel Hernández en la sociedad actual y cuenta con trabajos de María Antonia García Caro, Enrique Pineda Gómez, Manuel José Soler Martínez y Beatriz Villarino Martínez. En definitiva, y como señalé al principio, debemos aplaudir estos trabajos tan específicos porque poseen la ventaja de centrarse en aspectos muy concretos de la obra de tal o cual artista, lo que abunda en que el tratamiento sea intensivo en cada una de sus partes y aporte interesantes perspectivas, soslayadas casi involuntariamente cuando se analiza desde lo general.