MIS AMIGOS REPUBLICANOS
Nov 06 2022

EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

Tengo dos amigos que abominan del republicanismo. Firmes detractores de tal concepto abrazan cualquier distopía, utopía o ideal reaccionario capaz de alejarlos de la sola mención de tal supuesto social. Encerrado uno en el orden social y el otro en la creencia irracional, ambos repudian la sola idea de un régimen representativo que pudiera ser descrito bajo tan descompuesto argumento político. Vamos que, puestos a soportar cualquier miseria, jamás bajo una égida republicana. Y, entre vinos y charleta distendida, se mantienen en sus trece de no dar un paso hacia semejante horizonte político donde todo sea representado y la ineficacia, ineptitud y criminalidad en el ejercicio de la magistratura pública pueda tener fecha electoral de caducidad.

Encerrados en sus argumentos un tanto desgastados por la falta de una temporalización lógica, de una conexión con un presente de escasa creencia en lo que fuere, siguen viendo la política con la fe de quien confía en un libro falazmente escrito y que en ningún modo puede explicar no ya el pasado perdido, sino el porvenir incierto en el que nos movemos. Un servidor, que aprecia la bondad inherente a una amistad comprometida más allá de cualquier otro ideal imposible de compartir, no desiste en la demostración que conlleva el conocimiento del pasado. Nada logro mostrando el firme compromiso con el bien común de todos aquellos que alguna vez defendieron la idea del republicanismo. Entre suspiro y refunfuño dejo asomar a Tiberio y Cayo Graco, aquellos defenestrados romanos comprometidos con el final del privilegio derivado de un poder caído en manos de esa élite que todo lo consume, lleven el adjetivo gentilicio que corresponda con la época. No hay manera, de verdad. Donde un servidor ve compromiso con el común, aquellos recalcitrantes paisanos definen populismo y ganas de echar mano de ese privilegio tan denostado y deseado al mismo tiempo.

Alguna que otra vez consigo romper un ápice defensivo al introducir en el combate dialéctico aquel viejo documento del rey Felipe II donde aludía a los asuntos de la república como horizonte genérico del buen gobierno. Que Maquiavelo y otros tantos entendían como las cosas del pueblo, los asuntos públicos, el único y magno objetivo de cualquier gobernante, siendo la equiparación de derechos y la justicia social del acceso a las oportunidades y la distribución de los recursos la única finalidad del sistema político que sea. Entendido como república, por tanto, todo lo que nos atañe, nuestra participación en todo aquello, directa o delegadamente, nos convierte en republicanos de partida. Es entonces que empiezan los bufidos ortodoxos encaminados a desgastar cualquiera que sea la derivada ideológica. Para nada republicanos, mis amigos se adjetivan como españoles, ciudadanos, vecinos, liberales, demócratas, convecinos y hasta europeos o ciudadanos del mundo. Lo que sea, antes de incluir el apellido republicano a cualquier acepción gentilicia que pudiera ni siquiera rozar tangencialmente esa indefinida identidad que para nada se aproxima al republicanismo.

Sometido todo a la sombra de algún leviatán que desconozco, sospecho que, para mis amigos y otros muchos compañeros con los que recorrer este viaje social, aquel viejo concepto clásico que naciera entre los diálogos de Platón y las charlas caminadas del potrillo Aristóteles no ha sido capaz de superar las experiencias patrias emprendidas en 1873 y 1931. Asociado el republicanismo al reformismo burgués derivado de la crisis de una monarquía corrompida por la defensa del privilegio y el elitismo, los españoles seguimos sometiendo la forma más antigua de gobierno representativo a una suerte de defensa de la tradición inmovilista de la dispensa que la historia ha dado a regímenes no consensuados. En lugar de derivarlo de liberalismo político y democracia, del constitucionalismo tan cacareado por los que nada de aquello entienden, mis amigos, como buena parte de la sociedad a lo largo de siglo y medio, confunden republicanismo con desobediencia al orden público y destrucción de las convenciones sociales, de la tradición ancestral, la creencia y, por supuesto, base para la implantación de caducos y lacerantes totalitarismos socialistas decimonónicos fracasados en su intento de impostar la democracia.

De poco me sirve hablarles de Cándido Robledano, Victoriano Lozano o Aquilino Gómez, alcaldes todos ellos de este municipio que compartimos y que lideraron en periodo republicano. O de Valentín Sánchez Escudero, regidor que fuera durante los escasos once meses de aquella primera experiencia republicana durante el sexenio revolucionario. Que uno fuera representante del partido católico, el otro de los agrarios y el que falta de la burguesía reformista sigue sin convencerles, incluso sabiendo que acabaron depuestos de sus cargos por la voluntad de un sistema asaltado por la cerrazón del inmovilista. Ya fuera por un pronunciamiento militar, como les ocurriera a Valentín Sánchez y Aquilino Gómez o por la suspensión de las garantías constitucionales en el caso de Victoriano Lozano, todos aquellos alcaldes republicanos vieron su gestión interrumpida por la ruptura de un modelo liberal pocas veces entendido.

Sin embargo, para mis amigos, el fantasma de la revolución bolchevique sigue asustando cualquier visión que uno pueda tener de un horizonte republicano. Y, por más que me esfuerzo haciéndoles ver que aquella república fracasó no por el concepto orgánico en sí, sino por la tibieza reformista con que siempre se ha postulado cualquier cambio patrio y por la reacción contundente de los privilegiados en defensa de su franquicia y el mantenimiento de las redes clientelares corruptas alimentadas por siglos de miseria e ignorancia política, mis amigos siguen montando su burro sin importar la pendiente.
Pese a lo mucho que suelo perseverar en defensa de la historia frente al relato inventado y sostenido por aquellos conscientes de que en el razonamiento libre se halla la verdad social, siempre acabo desistiendo en aras de una amistad ancestral que todo lo ha de superar, especialmente las diferencias en el ideal que no acarrean más que el empecinamiento en una trinchera de la que se sale siempre solo. Así, acompañado de mis recalcitrantes amigos, mucho más republicanos de lo que ellos pudieran suponer, prefiero dejar la semilla de la reflexión nacida de un pasado aún no sometido, todavía por superar, de modo que se llegue a comprender que, al igual que todo lo humano, la sociedad ha de trascender y cambiar, asumiendo que, en la aceptación del paisano y su compromiso con la causa del beneficio común, ha de hallarse ese Paraíso donde me gustaría de verdad vivir.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/mis-amigos-republicanos/?fbclid=IwAR06_wXng0Pcnp5QgIEKewsFAqGpPI8KUe9eIn6SNtRUmFt9tgZl8XRqAcI

 

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