POR LLUIS FERNANDO PALMA ROBLES, CRONISTA OFICIAL DE LUCENA (CORDOBA).
Miscelánea, mixtura. A lo mejor es deformación profesional de un boticario jubilado donde en su subconsciente vibran aún las cuerdas de los remedios medicamentosos. Digo esto porque en mis comienzos todavía se prescribían con alguna frecuencia mixturas conocidas como fórmulas magistrales. Me he acordado de la elaboración de la mixtura antiemética que inventara en el siglo XVII Lazare Rivière, de origen protestante convertido al catolicismo para ejercer como catedrático de Cirugía y Farmacia en la Universidad de Montpellier. Rivière falleció cuatro lustros antes de que naciera para Lucena el Señor de la Columna gestado por Pedro Roldán.
La mixtura a que me refiero era conocida coloquialmente como el “el uno y el dos”, puesto que se entregaba en dos frascos -o en dos vasos traídos en ocasiones por la familia del paciente- a los que se colocaban respectivamente ambos números. La persona que vomitaba tomaba una cucharada de cada uno de los vasos por el orden que indicaban los números, lo cual suena más a rito que a eficacia, puesto que en el aparato digestivo se mezclaban en reparadora mixtura el contenido del 1 (bicarbonato sódico como molécula activa) y el del 2 (ácido cítrico como principal componente). Esta mixtura, esta miscelánea de lo alcalino con lo ácido, que iba envuelta en agua de canela y jarabe de corteza de cidra, llevaba a un equilibrio mágico que terminaba con los vómitos.
Y ahora pienso que nuestro Jueves Santo es una armónica mixtura ácido-alcalina de las collaciones de Santiago y Santo Domingo, de Cristo vivo y Cristo muerto, de Virgen verde de espera y Virgen granate de dolor, de la Fe y la Esperanza, de un humilde pescador y un asiento de rey. Lo alcalino, según nos enseña el árabe, es lo que quema. Jueves Santo, día ardiente y ácido, a partes iguales, en prodigiosa armonía.
En noviembre de 2022 se cumplirán ciento cincuenta años del fallecimiento del imaginero lucentino Pedro Muñoz de Toro. Este artista, sordo al igual que otros artistas como Beethoven y Goya, dejó unos sayones para el Cristo de la Columna, que no se incorporaron a la nueva cofradía surgida en 1923 para dar culto al Amarrado de Santiago.
En el inventario de la ermita de la Veracruz y Paz de 1860 se lee que en el nicho izquierdo del altar mayor se encontraba Jesús de la Columna y dos sayones. Era el cuadrillero de ese paso procesional Joaquín Ramírez y Poblaciones, quien contaba entonces treinta años y ostentaba tal cargo desde 1852, fecha en que, como primogénito, lo heredó de su padre, Pedro Domingo Ramírez y Fernández de Córdoba. Ramírez y Poblaciones llegó a presidir la corporación veracruceña. Todo apunta que en los tiempos de la cuadrillería de Pedro Domingo (1832-1852) fue cuando Muñoz de Toro recibió el encargo de las referidas figuras acompañantes del Señor.
Después de los Ramírez fue cuadrillero del Amarrado Manuel Cabeza Guerrero y seguidamente Pedro López Burgos. En 1895, Gregorio de Lara y Pino (1845-1913), capellán que fue de la cofradía de la Veracruz y Paz y del convento de carmelitas descalzas, al que donó a su muerte el Crucificado hoy advocado de la Misericordia y que preside el renacido templo de San Pedro mártir, obra igualmente de Muñoz de Toro, dio a conocer un documento suscrito en 1888 por el cuadrillero del Amarrado Pedro López Burgos, cura ecónomo de San Mateo, quien había muerto en julio de 1894 a los cincuenta y ocho años.
En el documento, a guisa de manda testamentaria, dispuso que los sayones de Muñoz de Toro se conservarían en el camarín de Nuestra Señora de la Paz, colocados detrás del Señor de la Columna, por lo que no podrían permanecer en poder de los cuadrilleros más que el tiempo necesario para prepararlos para la procesión, volviendo a su lugar el miércoles después del tercer día de Pascua de Resurrección. En el inventario de los objetos que habían de entregarse como propios de la imagen de Jesús de la Columna se relacionan, junto a los sayones, un trono o repisón pintado con adornos sobredorados, las horquillas, las almohadillas, tres potencias de plata sobredorada, unos cordones de hilos del mismo material, un sudario de dama de plata entrefina con sus flores, catorce túnicas con sus capirotes y cintos de cuero, además de otros enseres. En la relación figura una nota, a modo de anexo, que transcribo:
Los cuatro candelabros de metal plateado con sus respectivas bombas se entregarán al tesorero de la cofradía del Santísimo Sacramento de esta ciudad y para el uso de dicha cofradía y adorno del altar portátil de la procesión del Corpus perpetuamente, y de acuerdo el cuadrillero del Señor de la Columna con el tesorero del Santísimo, podrán servir en la procesión del Jueves Santo.
Tras la muerte del sacerdote López Burgos, la cofradía de la Veracruz y Paz designó cuadrillero del Señor Amarrado a la Columna y capellán de ella a Lucas Rodríguez Lara, historiador y también sacerdote como su predecesor, además de párroco de Santiago.
Poco duró Lucas Rodríguez en el desempeño de ambos cargos: capellán y cuadrillero. A los seis meses del doble nombramiento consignado en el párrafo anterior, presentó su renuncia. La junta nombró sustitutos, respectivamente, al sacerdote Gregorio Lara y Pino y a Francisco López y López.
De las dos personas que, según mis anotaciones, responden a ese nombre y apellidos en la Lucena de 1895, me inclino a pensar que se trata de Francisco [de Paula] López y López (fallecido en la calle Arévalo en 1919), por dos razones: la primera, por ser primo hermano del difunto Pedro López Burgos (mismos abuelos maternos), quien en las referidas disposiciones mandó que le sucediesen en la cuadrillería del Amarrado miembros de su familia; la segunda, porque de ser Francisco [de Paula] el cuadrillero, al dejar este cargo en 1914 tendría 66 años, y el otro igualmente llamado, si en esa fecha vivía, su edad sería de 79 años. Este segundo es Francisco [José] López y López, casado en 1855 con María de Araceli del Valle Insausti, hija de Teresa Insausti de Reyes y ésta sobrina carnal de la abuela paterna de Gustavo Adolfo Bécquer. Desconozco el lugar y la fecha de defunción de Francisco [José] López y López.
A principios de marzo de 1907 (el jueves santo fue ese año el 28 del mismo mes), en junta general, teniendo presente que ese año se presentaban las mismas dificultades que el anterior para la salida del Amarrado por parte de su cuadrillero López y López, el hermano Federico Romero Fustegueras, presbítero comprometido con la causa de los sublevados en la guerra civil de 1936, se ofreció a pagar los gastos ocasionados por la procesión de la mencionada imagen, a la que Romero Fustegueras manifestaba tenerle singular devoción. Los concurrentes agradecieron este acto de generosidad y aceptaron con mucho gusto la referida propuesta, al tiempo que acordaron entregar la imagen del Amarrado y los enseres con ella vinculados a Federico con el tiempo suficiente para poder presentar dignamente el trono a las cuatro de la tarde del jueves santo, hora fijada para el comienzo del desfile procesional. Romero Fustegueras actuó, pues, como cuadrillero en funciones.
Francisco López y López seguiría siendo cuadrillero del Amarrado, asistiendo frecuentemente a los cabildos.. En la junta general ordinaria de 1914 -por entonces la cofradía sólo contaba con 23 hermanos, a pesar de que se admitían mujeres, y la mayoría de los cargos de la junta estaban ocupados por sacerdotes-., Francisco López dio a conocer que por ausentarse de Lucena se veía obligado a dimitir de su cargo de cuadrillero del Señor Amarrado a la Columna, “con gran sentimiento suyo por el amor y veneración que siempre había profesado a referido Señor, y prueba de ello los muchos años que llevaba de cuadrillero”.
En esa misma sesión el hermano Antonio Garzón Carmona (1885-1922) expuso su deseo de ser cuadrillero del Amarrado, siendo enseguida aprobada su petición y extendido su título que lo acreditaba como tal cuadrillero. Antonio Garzón Carmona, hermano de mi abuela paterna, era farmacéutico, con ejercicio profesional en la Plaza Nueva, llamada entonces de Alfonso XII. Fallecido soltero a los 37 años, había estudiado la licenciatura en Granada concluyéndola en 1910 y estableciéndose ese mismo año en la acera del sol de la mencionada plaza, casi en la esquina con la actual calle Juan Palma García. Este familiar y compañero profesional sí que elaboraría numerosísimas mixturas antieméticas de Lazare Rivière.
Antonio Garzón asistió a todas las juntas generales celebradas desde su designación como cuadrillero y hasta la de 1919. En la de 1918 fue elegido hermano mayor, en el acta correspondiente a la de 1919 quien suscribe como tal es José María de Mora Chacón, si bien este no sería elegido de nuevo para presidir la cofradía hasta 1920, cuando se da a conocer en la junta un oficio de Garzón, fechado en diciembre de 1919, donde manifiesta que ocupaciones ineludibles le impedían seguir desempeñando su función de hermano mayor de la corporación y cuadrillero del Amarrado, por lo que presentaba su dimisión con carácter irrevocable. Se acuerda admitirla y que constara en acta el agradecimiento de toda la cofradía por el celo demostrado en el ejercicio de los cargos citados.
En esa misma sesión se aprobó la solicitud del hermano Juan Nepomuceno de Montis del Valle, notario archivista de la parroquia de San Mateo, para desempeñar el cargo de cuadrillero del Señor Amarrado a la Columna. Al año siguiente, Ángel Muñoz Molero, secretario de la cofradía, en la junta general, celebrada el 13 de febrero, da lectura a un oficio de Montis, fechado el día anterior, en donde da cuenta del sentimiento que le produce participar que le era imposible continuar perteneciendo a la cofradía, por lo que presentaba su dimisión como cuadrillero del Amarrado. Ese año el jueves santo fue 24 de marzo.
Ante esta dimisión, la junta en la misma sesión da su conformidad a la solicitud presentada para sustituir a Montis en la cuadrillería por el acaudalado propietario Manuel Moreno, quien era conocido por Zapatones, habitante en la calle Navas, esquina Curados, la más cercana a la calle El Peso. El Señor Amarrado a la Columnaestuvo depositado en el domicilio de este cuadrillero, que fue el último que tuvo antes de formarse su cofradía propia en 1923. En la jerga santera, era conocido el trono del Amarrado como Los sayones de Zapatones. Eran dieciséis los santeros que portaban al Amarrado con sus sayones, figuras secundarias con los que no contó la cofradía cuando se creó en 1923: Zapatones no las entregó.
En 1922 no hay registrada ninguna junta general. A principios de marzo de 1923 (ese año el jueves santo fue el 29 de ese mismo mes) da cuenta la prensa que unos cuantos jóvenes “de la buena sociedad lucentina” venían reuniéndose con objeto de organizar la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Columna, con pretensiones de ser integrada por 73 hermanos. Asimismo se indicaba que ya había sido designado cuadrillero Abundio Aragón Serrano y que saldría a hombros de sus cofrades.
En las Constituciones de la Veracruz lucentina de 1650, concretamente en la 1ª, se establece que “esta Santa hermandad ha de estar siempre agregada y unida con la cofradía de la Santa Veracruz y se ha de establecer y componer de setenta y dos hermanos por lo menos…” Este número de setenta y dos parece querer recordar el supuesto número de heridas producidas por la corona de espinas, siguiendo una tradición medieval, y el número de
discípulos enviados de dos en dos que indican algunas versiones del capítulo 10º del evangelio de Lucas (otras nos hablan de setenta). Es muy probable que el número de setenta y tres de 1923 tenga alguna relación con lo expuesto en las Constituciones de 1650.
El día de san José de 1923 fue trasladada en procesión la imagen del Amarrado desde Santiago a San Mateo para celebrar un solemne miserere, acto que pudiera considerarse como el de presentación oficial de la nueva cofradía. El 12 de junio la recién creada corporación pasionista aprobó en junta general sus reglas que fueron presentadas para su ratificación al obispo Adolfo Pérez Muñoz.
Como ya se ha apuntado, al crearse en 1923 la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Columna no pudo disponer de los sayones de Muñoz de Toro. Se tendría que esperar hasta 1930 para que de nuevo el Señor tuviese esa dramática compañía. José de Mora Escudero, hermano mayor en el año últimamente mentado, me dijo en su señorial casa de la calle San Pedro que los nuevos sayones vinieron de Sevilla, pero no recordaba el nombre de a quién se los habían adquirido. En alguna ocasión se los han atribuido a Castillo Lastrucci.
El arte derramado en su santería, como fuerte y delicado perfume a un tiempo; el triángulo escénico compuesto por Cristo, el sayón y el romano que se conforma sobre la fuente de luz y tradición que es la plata Meneses del trono; la límpida agonía de los soles en el colmado llanete que, seguidamente, se abre paso, jadeante, por las penumbras estrechadas de la calle Flores para ir a encontrar en la Plaza Baja la mortaja del poniente, sudario etéreo que nos traslada al tambor espléndido de la luna llena, la que pide con la serenidad, fruto de tantos años, palillos a las fantasmagóricas sombras de los capiruchos; el abrazo, en fin, como la mecida que acompaña a una nana, de una Madre de nata y esmeralda con la reciedumbre salpicada de soga y rojo sangretierra del Varón amarrado a un dolor, dolor que se hace paradoja de rebeldía y resignación, son el atrezzo de un drama único que hunde sus raíces en el corral de comedias aledaño al Amarrado en aquellos siglos que vieron cómo crecía y crecía, hasta convertirse en el patriarca del barrio que custodian dos cruces: la Veracruz, hoy incorpórea, y la de Santiago, donde el Jueves Santo el rojo se hace puntiagudo cual premonitoria lanza de Longinos.
Jueves Santo, espacio congelado en Santiago. La tenue telilla que separa en el ocaso las luces de las sombras solo se puede romper, con el concierto surrealista de locos vencejos como música de fondo, por el Rayo que parece escapado de la primera página del Génesis: “Hágase la luz”. Y la Luz se hace en el repleto llanete. Luz que se monta y bota en el hombro santero hasta los confines del corazón de Lucena. Y el trueno, hecho tambor y torralbo, llama a todos los ángeles para que, libre, el Amarrado dé su lección de libertad al Pueblo que lo aclama.
Ayer vivíamos el LXXV aniversario de la creación de la cofradía de La Columna; anteayer las bodas de oro. Desde ayer han pasado casi veinticinco años de calendario y desde anteayer son cerca de cincuenta los transcurridos. Ese es el misterio que encierra el tempus fugit: huye el tiempo sin remedio que lo alcance.
Artículo publicado en: revista Columna de Esperanza (Lucena), 2022