MISERICORDIA…SEÑOR
Ene 04 2024

POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA

Dice nuestro diccionario que, Misericordia es, la  Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos. Un asunto éste que deberíamos practicar con mayor frecuencia, sobre todo, aquellos que nos acogemos al manto del ejemplo de Jesucristo. Personalmente, creo que a veces –incluso- deberíamos practicarla con nosotros mismos, porque eso nos daría una visión más amplia, a la hora de aplicarla a los demás.

Posiblemente, fue Misericordia, la que tuvo Enrique Morente con todos los presentes, aquella madrugada de Viernes Santo en la placeta de doña Pura, colegio de tanta infancia albayzinera, cuando me puso la mano en el hombro, y ante el Cristo de la Misericordia a hombros de militares, rompió el silencio de la noche con el fondo de un timbal destemplado, exhalando la saeta más desgarradora que he escuchado en mi vida, con letras de San Juan de La Cruz y Federico García Lorca, cantando a todo el mundo que…Los saeteros están ciegos. Lo hizo ante la iglesia de San José, aquella que surgió en 1525, sobre los cimientos de la Mezquita de Los Ermitaños, que aún hoy conserva el único alminar del siglo IX, al que posteriormente se le añadió el campanario. El lugar perfecto para albergar una de las joyas nacionales de nuestra imaginería, el Cristo de la Misericordia, del Silencio, que vino a engrandecer nuestra semana santa, allá por 1924.

Esta imagen espeluznante, salió de la gubia inmortal de un baztetano, recriado en el Albayzín, cuya trayectoria artística llegó a conquistar la corte, como lo demuestra que llegara a ser escultor de cámara del rey Carlos II. Hijo del también escultor, Bernardo de Mora, José se forma en el taller familiar, junto a insignes artistas como, Pedro de Mena y Alonso Cano. Fue este último el que le marcó de forma decisiva mucho más que su progenitor o Mena, aunque su dicción plástica, llega a tener acento personal y estilo propio. Dicen los que de esto saben que, era de  personalidad muy compleja e introvertida. Sobre todo a raíz de morir su esposa y no habiendo tenido hijos quedó en soledad y se adentró en los territorios de la depresión y la melancolía, acabando definitivamente en la enajenación que le obligó a abandonar el mazo y la gubia. Por eso su escultura es fiel reflejo de su estado anímico, creando una imaginería de hondo sentimiento, de sensibilidad infinita que muestran una pena interior, recogida, intima, en estado de ausencia de la cosa mundana, donde el escultor nos está representando el estado de su propia alma en Dolorosas como la Virgen de la Soledad de la Colección Güell, hoy en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, o la Virgen de La Soledad, de la Iglesia de Santa Ana en Granada. 

Misericordia es también, la pieza en los asientos de los coros de las iglesias, para descansar disimuladamente, medio sentado sobre ella, cuando se debe estar en pie, algo que nos debe hacer reflexionar sobre las triquiñuelas que a veces nos buscamos, para darle la vuelta a los preceptos, y hacer como si estuviéramos cumpliéndolos, cuando en realidad nos estamos escaqueando de nuestros deberes. Los costaleros saben muy bien de lo que hablo, porque ¿quién no ha descubierto en alguna ocasión? A un compañero que iba ”colgado” bajo la trabajadera, haciendo como que lo estaba dando todo, cuando en realidad no estaba cogiendo peso. Haberlos háilos, yo los he visto. 

Misericordia es, el  puñal con que solían ir armados los caballeros de la Edad Media, para dar el golpe de gracia al enemigo. Algo así como el hecho de apuntillar a los toros tras la estocada, o el llamado, golpe de gracia, que te mata, eso sí, pero evita que sigas prolongando tu sufrimiento y agonía. Muerto eres, pero no sufres más, algo es algo. Pero de la Misericordia que nos habla el Cristo de la Hermandad del Silencio es, de esa otra que debemos sentir por el prójimo, que te sube desde los pies a la cabeza, como nos ocurre a los que hemos tenido la suerte de estar a una docena de centímetros, del rostro impresionante de la talla de Mora, de ver sus ojos entornados, la perfección de sus dientes y lengua, la llaga de su costado, y sentir todo eso, en su capilla de la iglesia de San José, pensada exprofeso para sublimar las almas sensibles, en la penumbra de su hogar natural, porque aunque ha sido venerado en San Pedro y en San Nicolás, entre otros lugares, esta imagen en cargada por  los Clérigos Menores de  San Francisco Caracciolo, para la iglesia de San Gregorio Bético, realizada en la casa albayzinera  de los Mascarones,  que a lo largo de los siglos también ha recibido los nombres y advocaciones de Cristo de la Salvación y Cristo de la Expiración, es la que más infunde arrepentimiento y penitencia para los creyentes, al contemplar el desgarrador momento de la muerte del Hijo del Hombre, de la que se ha dicho  -incluso- que pudiera haber sido tallada por su autor, teniendo en su estudio un auténtico cadáver como culmen de un realismo extremo. Estamos ante una joya de la imaginería sin precedentes, albergada desde los años veinte del siglo pasado, en una hermandad, que sin duda engrandece nuestra Semana Santa, siendo modelo a seguir. Misericordia… Señor.

FUENTE: EL CRONISTA

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