POR APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Mi atento señor don Fernando Moura:
Eran tantas las ganas que me caracoleaban en el ánima o ánimo por conocer a su Generosa Merced, que la Autovía galaicoportuguesa que me llevaba en coche de Madrid a Verín (Ourense) este mayo florido, para desde allí descender hasta Chaves-Casas Novas (Portugal), donde se asienta el palacete barroco rosa del conde de Penamacor reconvertido en hotel rural de cuatro estrellas por y para su magnificencia…, que la AP VI, repito, porque la cité muy atrás, me condujo directamente a usted: Maravillas de la técnica automovilística, que parece que siente lo que uno siente, cuando las máquinas mantienen a punto su corazón-motor de hierro y las afinidades electivas son afectivas y efectivas, como las nuestras.
El caso es que su reverente señoría estaba esperándome al pie del jardín, rasurando el césped, abriendo zanjas al sudor del agua y sulfatando los frutales. De modo que nada más verme, sin conocerme personalmente y tras yo aparcar, se acercó a mí, me saludó con efusión y cogió mis maletas para subirlas a la habitación –¡toda una suite!- que me había destinado previamente. Gracias. ¡Y yo que creía que era usted el criado del dueño, siendo el dueño total! Así que le cogí con las manos en la masa, laborando como uno más, y ese detalle señorial me encantó. No es cosa usual.
Luego fue todo también sobre ruedas muy corteses, pues al poco de colgar los hábitos primaverales conque vestirme, en los anchos y percheros armarios de madera de la estancia, me sirvió en la terraza del anteclaustro principal de la fábrica granítica un par de whiskies on the rock, que reposaron más que excitaron mi sed y ansiedad del viaje. Otra vez gracias. Y además encimó sobre mi cabeza cana una sombrilla blanca, lo que me incitó a rimar un poema lírico que detalla las bondades y beldades del lugar paradisíaco que usted cuida y que se desarrolla así:
Va a descansar al occidente
de Chaves, Portugal,
el sol jupiterino,
eterno peregrino
sin igual.
La línea entre la vida y la no vida
que aún debe atravesar,
a solas me convida
a ese cruce fatal.
Un cielo pergamino
de azul cansino
le cierra el horizonte horizontal.
Y estoy con él a lo que pase,
simple envase
para siempre de nuevo volver a empezar.
Entre España y Portugal ya no hay aduanas, peajes o líneas divisorias, ni siquiera las que trazaron socavando la tierra siglo a siglo los ríos Duero, Tajo y Guadiana. Libertad sin fronteras, como proclamó Pessoa, ardiente e iberístico poeta, en versos seminales como surcos. Europa ha igualado los euros y todos somos llanitos y convertibles.
Pero volviendo a usted, mi señor Moura, insisto en el reconocimiento a sus muchas atenciones, cuando a mí y a otros colegas periodistas españoles de ACLEP y APETEX, acogidos a su beneficio y beneplácito, nos llevó por el Parque de Pena Aventura en el Alto Támega, donde gozamos del segundo tirolina más largo del mundo; por la taberna típica de María Eugenia en Carvalhelhos, en la que cenamos cumplidamente; por la quinta de los vinos de Arcossó, que probamos gustosos con el enólogo Almícar Salgado, y por el castro celta de Curalha, que admiramos rendidos y gozosos, bajo la sombra del pino patriarcal que le preside. Gracias por última vez, porque ya termino mi misiva.
Quedamos en volver a encontrarnos y así lo haremos, como lo van a hacer cientos y miles de turistas europeos, que, al leer estas notas de urgencia, se sentirán atraídos por la eurociudad en que usted habita y que a nosotros nos ha deslumbrado.
Cuídeme como suele esos parterres y corrientes aguas del hotel, y disponga ya el salón de convenciones en la bodega para los grupos de empresarios y parejas que estén al llegar. Y no les coja las maletas si no quiere. Ellos sabrán apañarse, darse un remojón en las piscinas caldas y recibir un masaje terapéutico del doctor Carlos Escaleira en ese su paraíso terrenal.
De ahora en adelante siempre suyo,
APULEYO SOTO PAJARES