POR JOSÉ MARÍA SAN ROMÁN CUTANDA, CRONISTA OFICIAL DE LAYOS (TOLEDO)
Con el inicio del nuevo año, le he pedido a los Reyes Magos un regalo que no sé si podrán concederme cada día. Ya sé que a veces soy muy exigente, pero es que no saben ustedes, mis queridos lectores, las pocas ganas que tengo de seguir aguantando en 2024 a los ‘misuritas’. Estos ‘misuritas’ componen un colectivo muy curioso y a la vez muy nocivo de gente. Como estoy seguro de que ustedes tienen cerca a algunos de estos personajes, quiero comenzar el año regalándoles, en la medida de mis posibilidades, una definición que pueda prevenirles de ellos.
Estos ‘misuritas’ no forman parte de ninguna secta, pero son personas profundamente sectarias. Jamás les verán dando su brazo a torcer atendiendo a otras razones que no sean las suyas, haciendo gala de sus desprecios a las razones de quienes saben que les pueden hacer sombra. Porque, en efecto, son gente envidiosa, de esa envidia mediocre tapada con poco o ningún gusto, como hizo aquel político que tenía tantas carreras universitarias —cursadas en la Universidad Libre de su Imaginación—. Sus argumentos suelen ir acompañados de alguna broma marrullera con la que camuflar histriónicamente sus complejos y, si pueden, hacer cómplice a quien les escucha. Acostumbran a desempeñarse y fungir dando la imagen de caminar rectamente sobre las sendas de la bondad y a ser los únicos depositarios de casi cualquier cosa, aunque ni siquiera sepan muy bien lo que es. Lo cierto es que son personas tremendamente retorcidas, cuya estrategia consiste en convencer de que la viga siempre está en el ojo pajizo del ajeno.
Tampoco forman ninguna religión, aunque hay algunas subespecies de ‘misuritas’ que tienen por costumbre usar la religión para medrar en la sociedad y prevalerse de un pasaporte falsamente lleno de patentes de corso. En la religión —mejor dicho, en agrupaciones religiosas— encuentran escaleras donde medrar con relativa facilidad. Porque, aun mediocres, son tremendamente hábiles para colocarse en escaños que no les corresponden, que les quedan grandes. Eso sí, para ello se valen de una impostada simpatía, que acompañan de esa especie de aura de fingida santidad estereotipada y autopredicada en la que exhalan su inconfundible sudor de bondad. Una persona muy sabia me dijo que esta gente es de la que va a misa a pedir a Dios cómo hacer daño. Y qué buena definición… ¿A que ustedes conocen a alguna persona de estas que parece hecha de seda por dentro? Pues algo parecido…
Eso sí, recuerden que su forma de actuar puede llegar a ser muy sutil si se la trabajan. Nunca les dirán a la cara nada que les pueda ser ofensivo, pero convencerán a todo su entorno de que ustedes son influenciables. Nunca les quitarán la razón a la cara, pero se ocuparán de dejarles las espaldas bien servidas de puñales. Nunca se enfrentarán a ustedes cuando les afeen públicamente su comportamiento —tal es su bondad…—. Pero se encontrarán con que ustedes son los malos, se toparán con sus intentos de desbancarlos de los lugares que hayan adquirido merecidamente y se verán prácticamente solos a la hora de defender aquello que, además ser verdad, está probado.
A pesar de todo, no se preocupen. Porque, a pesar de que son expertos en aquello de que ‘ni una mala palabra ni una buena acción’ en el fondo, muy en el fondo, se saben el refrán que les caracteriza: ‘don sin din, cojones en latín’.
FUENTE: https://www.latribunadetalavera.es/noticia/z309f1b58-b610-b4ca-7b9c5d8e721f7a31/202401/misuritas