POR JAVIER NÁJERA MARTÍNEZ Y LUIS YUSTE RICOTE, CRONISTAS OFICIALES DE PARACUELLOS MDE JARAMA (MADRID)
Desde que empezamos, hace más de veinte años, la tarea de buscar, recuperar y dar visibilidad a la historia perdida y no escrita de nuestro querido pueblo, nunca pensamos llegar tan lejos ni encontrar tantas agradables sorpresas. En su mayoría son vecinos cuyas vidas por su paso por la vida han dejado huella en diversas facetas, y de los que practicante nadie, salvo familiares cercanos, sabían de sus interesantes vidas. La del pintor, dibujante e ilustrador de libros Arturo Lorenzo Arriero, es un ejemplo de ello.
También a través de su historia, podemos sentir como muchos españoles se sienten reflejados, sobre todo los que tuvieron que exiliarse por motivos políticos. Cuando simplificamos la historia de la guerra civil entre ganadores y perdedores, solemos olvidar el drama que supuso el millón de muertos y otros tantos que se vieron obligados a abandonar el país. Dejando atrás sus resueltas vidas, sus familias y amigos. Lo que ocurrió en muchos pueblos fue un drama humano sin precedentes, que dejó muchos vacios, no solo físicos, sino también de mano de obra cualificada o sin calificar y de capacidad humana en todas las facetas artísticas. Esto costó tiempo recuperar, y en algunos casos, no se llegó.
Nuestro vecino acabó viviendo la mayor parte de su vida, fuera de nuestro pueblo, fuera de su familia paracuellense, y fuera de su círculo de amigos. Nunca sabremos hasta donde hubiese llegado de haber tenido continuidad, pero las malditas guerras casi siempre, son segadoras de vidas con sueños. Como sociedad, tenemos la obligación moral de dignificar sus vidas para recodarlas y que no caigan en el olvido.
Aun así, nuestro vecino tuvo una vida, sobre todo en los primeros años de juventud, muy interesante. Ligada al Madrid de los cafés y de las tertulias donde se juntaba con literatos como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Pablo Neruda, cineastas como Luis Buñuel o toreros como Sánchez Mejías que acabaron siendo sus amigos. No es de extrañar que abrazara la causa comunista en una época donde serlo era ser considerado progresista y lo correcto si querías luchar por la igualdad de clases. Y eso que su padre Jacinto Lorenzo era un pequeño terrateniente que llegó a ser concejal del ayuntamiento en la época del alcalde Jesus Dominguez Muñoz. Uno de sus hermanos que se llamaba también Jacinto, acabó muerto en 1934 en una gravera donde trabajaba y se especuló que podía haber sido asesinado. El ultimo dato que queremos destacar, es que se casó con la hija del famoso escritor y periodista Ramón Gómez de la Serna, que se llamaba Elena. Y con la que compartió toda su vida. Ella también tiene una gran historia de la que damos cuenta, porque la mayor parte la vivió junto a su marido.
La bibliografía y la foto que acompaña este artículo, la hemos encontrado en la página web de la Real Academia de la Historia, que por su especial interés, la reproducimos íntegramente:
Arturo nació en Paracuellos del Jarama y, desde pequeño, mostró habilidades plásticas, lo que hizo que su maestro instase al padre para que pudiera estudiar Artes Plásticas en la Academia de San Fernando de Madrid. “Nunca he llegado a entender porqué mi abuelo Jacinto pequeño terrateniente de Paracuellos del Jarama que se enorgullecía de cerrar los tratos sobre el trigo y las olivas de sus escasas fanegas, sin ningún papel, con sólo un apretón de manos y que hacía trabajar a sus hijos de sol a sol en las faenas del campo, accedió a la propuesta de Don Vicente –el maestro del pueblo–. Déjele que se vaya a Madrid a estudiar pintura, Don Jacinto, déjele, el chaval tiene pasta”, rememora Beatriz, la hija del pintor.
Durante los años madrileños se relacionó con artistas e intelectuales de la Generación del 27. Afortunadamente, tenemos la descripción de aquella época, gracias a sus propias palabras: “En aquella época, era común en Madrid reunirse con los amigos para conversar y tomarse unos tragos, en tertulias muy interesantes. Fue así como un joven pintor veinteañero como yo (el menor de todo ese grupo), conoció y compartió junto a grandes amigos; tales como: el cineasta Luis Buñuel; el músico chileno Acario Cotapos; Federico García Lorca; Rafael Alberti; toreros como Sánchez Mejías, y tantos otros; pudiendo compartir tardes muy agradables en su hogar, donde nunca hubo que tocar la puerta para entrar, ya que siempre estaba abierta esa casa de las flores (llamada así, porque estaba rodeada de geranios o cardenales, como le llaman acá en Chile); bastaba empujar, para poder conversar un buen vino en la casa de Pablo […] Cuando éramos jóvenes y luego de aquellas agradables tertulias por locales de Madrid; ya de noche, como a eso de las doce o una de la madrugada, salíamos a inaugurar estatuas junto a Neruda y otros compañeros de farra.
Resulta que cuando nos encontrábamos con algunas de ellas, nos parábamos delante de estas, para hacer divertidos discursos que iban saliendo en el momento; todo en broma, por supuesto, riéndonos mucho de estas travesuras, las que seguían metros más allá, al encontrarnos con una nueva estatua, camino a casa; a la que, por lo mismo, nos costaba llegar”.
Terminados sus estudios, consiguió una plaza de profesor de dibujo que nunca llegó a ocupar, por el estallido de la guerra. Fue uno de los denominados cursillistas de 1936 en la asignatura de Dibujo. Recibieron ese nombre por haber aprobado los cursillos de selección del Profesorado de Segunda Enseñanza que se celebraron el año en el que comenzó la guerra. Wenceslao Roces, subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, reconocía en la orden que firmó que estos profesores “se considerarán como Encargados de curso” (Gaceta de 10 de octubre de 1936).
Pero, como hemos comentado, cuando apareció publicado su nombramiento en la Gaceta de Madrid ya había estallado la guerra y Arturo Lorenzo rápidamente formó parte del Quinto Regimiento de Milicias Populares, creado por iniciativa del Partido Comunista en los días posteriores al golpe de estado militar. Como indica Juan José Gil Sánchez, el Quinto Regimiento se definió como antifascista, motivo por el que se alistaron voluntarios de diversas procedencias ideológicas. Entre los intelectuales que militaron en el Quinto Regimiento estaban sus amigos Rafael Alberti y Francisco Arias. Se creó la figura del “Miliciano de la Cultura”. Arturo Lorenzo fue nombrado miliciano de la cultura el 27 de mayo de 1937. Gracias a las anotaciones de Ramón Costa sabemos que, el 19 de agosto de 1937, el pintor Francisco Arias Álvarez y Arturo Lorenzo eran milicianos de la cultura de la 2ª Brigada de la 10ª División. En aquellos momentos estaban descansando en Madrid, en la calle Lista 23. Gracias a estas anotaciones conocemos su diario acontecer. “Los milicianos de la Cultura manifiestan que dan clases regulares por la mañana y por la tarde, si bien, ellos dos, son insuficientes para atender todo el trabajo.
Hace falta organizar clases para Jefes y Comisarios, ya que se hallan en un estado cultural muy bajo. Los Milicianos de la Cultura colaboran en los periódicos murales y en el de la Brigada”.
Participó en los Frentes de Madrid y del Ebro y en 1939 consiguió llegar a Francia por la frontera catalana. Fue ingresado en el Campo de Argelès-sur-Mer y permaneció allí hasta la partida del Winnipeg –barco fletado por el Gobierno de Chile para trasladar a los refugiados españoles a dicho país– el 4 de agosto de 1939, desde el puerto fluvial de Trompleoup-Pauillac.
Ya en Chile se asentó en la capital, Santiago, y el 16 de abril de 1942 se casó con Elena Gómez de la Serna, con quien tuvo dos hijos, Beatriz y Diego. En Santiago de Chile, junto a Elena, frecuentaron el mítico Café Miraflores, creado por Pablo de la Fuente y su esposa Mina Yáñez Portaluppi, emulando a los cafés madrileños que tanto echaban de menos los exiliados, y sobre todo sus tertulias. Por el Miraflores pasaron entre otros Acario Cotapos, Luis Vargas Rozas, José Ricardo Morales, Camilo Mori, Maruja Vargas, Vicente Huidobro, Lily Garafulic, Inés Puyo, Patricio Kaulen, Jaime del Valle Inclán, Vicente Salas Viu, José Ferrater Mora, Arturo Soria, Margarita Xirgu o Santiago Ontañón, cuya amistad valoraba y recordaba Arturo Lorenzo. Ontañón fue el autor del retrato de Arturo que fue portada del catálogo de su exposición de 1949 en Santiago de Chile. Arturo Lorenzo recordaba que en el Café Miraflores se hablaba y vociferaba de todo “sin excluir a Franco, claro”.
En Santiago, gracias a la ayuda a Claude Bowers, embajador de Estados Unidos en Chile y anteriormente en España, entró a trabajar como profesor de Arte en el Santiago College. Posteriormente colaboró con la empresa de fabricación de muebles creada por varios refugiados catalanes, Muebles Sur; cuando sus creadores decidieron abrir una sucursal en Valparaíso, se mudó con su esposa a esa ciudad para hacerse cargo de esa sucursal y, posteriormente, también de la de Viña del Mar. La empresa Muebles Sur había sido creada por Germán Rodríguez Arias, arquitecto español exiliado en Chile, quien había diseñado los muebles del Café Miraflores, y, debido el éxito, fundó la empresa de muebles junto a Christian Aguadé y Claudio Tarragó. Pablo Neruda les encargó los muebles para la ampliación de su casa de Isla Negra.
En 1975, tras el golpe militar de Augusto Pinochet, volvió a España, vivió en Madrid y ese mismo año una orden del Ministerio de Educación y Ciencia declaraba integrados en el Cuerpo de Profesores Agregados de Enseñanzas Medias a los profesores procedentes de los cursillos de formación de 1933 y 1936. Su nombre aparece en el anexo, como profesor de Dibujo, por este motivo obtuvo la jubilación como profesor. Tras la muerte de su esposa en 1990, regresó a Viña del Mar (Chile), donde falleció el 27 de febrero de 2010, en la tarde del día del terremoto que asoló el centro y el sur de Chile. Cumpliendo su voluntad, sus cenizas fueron arrojadas al mar en la bahía de Valparaíso.
Como colofón incluimos el emotivo recuerdo de su hija Beatriz: “Aunque no vivía de la pintura, nunca dejó de pintar. Pintó siempre la añoranza; en Chile pintaba paisajes castellanos –eternas planicies ocres y cielos infinitos– en España pintaba el mar y los cerros de Valparaíso. Tampoco nunca dejó de ser comunista. Gran lector, sobre todo de biografías. Caminante empedernido, aprendió a amar el mar, aunque siempre aborreció la playa; la arena era siempre, siempre la arena de Argelès. Si bien no era un forofo del café, era un tertuliano impenitente”. (Autora: Esther López Sobrado)
Elena fue hija de José Gómez de la Serna y Puig, hermano del escritor de las greguerías, y de Elena Fojo Márquez. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, ciudad en la que estaba realizando trabajos de prácticas en el Museo del Prado cuando se produjo la Guerra Civil. En la contienda trabajó de enfermera en el Sanatorio Carrasco de Madrid, siendo evacuada a Valencia en noviembre de 1936. En 1938 solicitó ingresar en el Socorro Rojo Internacional. Participó en la selección de obras, elaboración de fichas e informes y en la preparación y embalaje de las obras para la evacuación del tesoro artístico del Prado –junto con el de otros museos, iglesias y palacios–, para ser entregado a la Sociedad de Naciones. Las obras fueron trasladadas a Francia en los primeros días de febrero de 1939 y desde allí al palacio de las Naciones de Ginebra. Elena acompañó a las obras en este periplo. Llegada a Ginebra, se alojó en la casa del Embajador de México en la Sociedad de Naciones, Isidro Fabela Alfaro (1882-1964), quien la ayudó a localizar a sus padres, en aquellos momentos internados en campos de refugiados en Francia. Desde Ginebra, a instancias de Fabela, escribió a Narciso Bassols García (1897-1959), embajador de México en Francia, interesándose por la situación de sus padres y por que fueran incluidos en algún barco de refugiados con destino a México: “Yo he llegado a Ginebra acompañando la expedición que transportaba el Tesoro Artístico de España, que ha sido depositado en la Sociedad de Naciones, y vivo aquí, gracias a la bondad de un compatriota de usted que, de momento, me tiene en su casa. Mis padres, que salieron de España algunos días después que yo, se hallan cada uno en un campo de concentración en Francia, sin que, hasta el momento, me haya sido posible hacer nada por mejorar su terrible situación.
Enterada de que el país que usted tan dignamente representa, se dispone a acoger parte de los refugiados españoles, yo le ruego que, si le es posible, nos incluya en alguna de las expediciones que se lleven a cabo, pues, lo mismo a mis padres que a mí, nos es completamente imposible volver a entrar en España, ya que los tres pertenecíamos a partidos políticos de izquierda y mis padres, desde hace varios años, pertenecen también a sociedades propagadoras de los Derechos del Hombre y el Libre Pensamiento, cosa que a mi padre le valió la persecución por parte de la Dictadura de Primo de Rivera”.
Por fin, viajó a Francia, consiguió sacar a sus padres de los campos y embarcar con ellos en el Winnipeg –barco fletado por Neruda– rumbo a Chile.
Su hija Beatriz Lorenzo recuerda que “[l]legados a Chile, se asienta con sus padres en Santiago. Su madre muere prontamente de una tuberculosis adquirida durante la guerra. Su padre, abogado de profesión y masón por convicción, ayudado por la masonería chilena se incorpora como abogado a la administración chilena y se adapta rápidamente al modus vivendi chileno, llegando prácticamente a representar el tópico del chileno: radical, masón y bombero”.
Gracias a que hablaba perfectamente francés, Elena comenzó a trabajar como secretaria de una empresa internacional, pero pronto se dedicó al periodismo escrito y radiofónico, llegando a ser directora de la revista Eva entre los años 1947 y 1949. Eva era una revista de tirada quincenal, que pretendía ser una moderna publicación de referencia para las mujeres. Elena ya había trabajado como redactora en la revista entre 1945-1947. Para Haydée Ahumada la incorporación de Elena en la redacción de la revista trajo consigo importantes cambios, destacando, entre otros, la publicación semanal.
El 6 de abril 1942 se casó con el pintor Arturo Lorenzo, con quien había viajado en el Winnipeg y al que le unían muchas cosas, entre ellas su militancia comunista. Ambos frecuentaban casi a diario el mítico Café Miraflores, creado por Pablo de la Fuente y su esposa, emulando a los cafés madrileños que tanto echaban de menos los exiliados, y sobre todo sus tertulias. Por el Miraflores pasaron, entre otros, Acario Cotapos, Luis Vargas Rozas, José Ricardo Morales, Camilo Mori, Maruja Vargas, Vicente Huidobro, Lily Garafulic, Inés Puyo, Patricio Kaulen, Jaime del Valle Inclán, Vicente Salas Viu, José Ferrater Mora, Arturo Soria, Margarita Xirgu o Santiago Ontañón.
En 1949 la pareja se mudó a Valparaíso donde nacieron sus dos hijos, Beatriz y Diego. Allí se dedicó durante varios años al periodismo radiofónico, así como a la publicidad en la Agencia de José María y Antonia Imbert. Posteriormente, aunque siguió realizando algunos programas de radio, se hizo cargo, junto a su esposo, de la sucursal de Muebles Sur en Viña de Mar. La empresa Muebles Sur había sido creada por Germán Rodríguez Arias, arquitecto español exiliado en Chile, diseñador de los muebles del Café Miraflores, fue tal el éxito que decidió crear una empresa de muebles junto a Christian Aguadé y Claudio Tarragó.
A los pocos años del golpe militar de 1973, emprendió el regreso a España con su marido, asentándose en Madrid, donde seguía residiendo gran parte de su familia materna con la que nunca perdió la comunicación y donde residía su hija chilena exiliada y sus nietos, nacidos en Madrid.
Sin un trabajo estable donde desempeñar su profesión, se centró en apoyar a su marido en la recuperación de sus derechos como jubilado del Ministerio de Educación y del Ejército de la República. Como una hormiguita recorrió archivos, revisó boletines, tomó notas, consultó abogados […] ¡Y lo consiguió! Para su marido y para otros muchos en la misma situación que él.
Además, se volcó, con pasión y dedicación, a trabajar en la reivindicación de los derechos de las chilenas en el exilio y en el interior, en el marco de la Agrupación de Mujeres Chilenas TRALUN (fuerza en mapudungún), recuerda Beatriz Lorenzo.
Murió el 2 de febrero de 1990, sin enfermedad ni aviso previo, mientras realizaba un trámite bancario, de un modo absolutamente inesperado para su familia. Está enterrada en La Almudena.
El recuerdo de su hija Beatriz sirve de colofón a esta sucinta biografía de una mujer de gran interés: Si, de alguna forma, Arturo representa el “sentimiento trágico de la vida”, Elena era “la alegría de la huerta”. Tan reflexivo él, como vivaz ella. Arturo, cuando no pintaba, se ensimismaba arrancándole notas a una vieja guitarra. Elena, cuando no escribía, entonaba nuevas y viejas canciones con una voz templada, recia y potente. El era parco, en todo: en el comer, en el beber, en el vestir, en el hablar, en el reír […] Ella exuberante, sin ser sobreabundante; la herencia cubana que le venía de una madre guantanamera y una abuela de Santiago de Cuba tamizada por la impronta de una familia de abogados y militares. (Autora: Esther López Sobrado).
FUENTE: https://historiasdeparacuellos.blogspot.com/2023/04/arturo-lorenzo-arriero-1914-2010-la.html?fbclid=IwAR2E_fMxrwJi_IrDYfndWApMwjeqAhhRlv7a2bwQUUF77IgOxc4H0RHLdBY
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