POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hace algunos días, concretamente el sábado 18 de octubre, en estas mismas páginas unos asiduos colaboradores, José Luis Satorre García y Francisco Miravete Poveda, nos ofrecían una columna en un tono muy distinto al habitual. En esta ocasión se denotaba tintes de tristeza debido a la emigración de las Hijas de la Caridad motivada por falta de vocaciones. Durante ciento cuarenta y nueve años han vivido y han prestado un gran servicio no solo a la sociedad oriolana, sino también en beneficio de muchos niños llegados a esta tierra desde otros lugares. Su labor, en el Hospital Municipal, en la Casa de Misericordia y en la Obra Social San José Obrero, ha hecho transformar su maternidad frustrada por la vocación en maternidad efectiva que ha dado sus frutos a través de la educación y formación transmitida a esos niños durante casi, treinta lustros.
Es una carencia más la que va a vivir Orihuela con la marcha de las Hijas de la Caridad, después de habernos dejado no hace mucho tiempo la Hermanitas de los Ancianos Desamparados y las Salesas. Todavía tenemos en la ciudad a las Clarisas, Agustinas, Dominicas, religiosas de Jesús María, Hermanas de la Virgen María del Monte Carmelo y Discípulas de Jesús. Que duren mucho tiempo.
Son pocos los datos documentales los que podemos aportar sobre la presencia de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en nuestra ciudad. Sin embargo, sabemos que llegaron a Orihuela de la mano del cordobés nacido en Doña Mencía, Pedro María Cubero López de Padilla, obispo que rigió nuestra Diócesis durante veintidós años. El prelado en fecha 2 de febrero de 1866, anunciaba al alcalde y Ayuntamiento Constitucional su decisión de que viniesen a Orihuela las Hermanas de San Vicente de Paúl a fin de que atendieran a los enfermos del Hospital. Ernesto Gisbert, en su ‘Historia de Orihuela’, al tratar sobre los establecimientos de beneficencia dejaba constancia que, el citado hospital estaba regido y administrado por dichas religiosas, al igual que la Casa de Misericordia.
En el citado año de 1866, se redactó un contrato en cuyo artículo 20, se hacía constar que cuando una de las hermanas «se inutilizase», el Ayuntamiento debía jubilarla y autorizar la llegada de otra religiosa que la sustituyera procedente de la Casa Central. Esta situación debió de suceder, lógicamente, en muchas ocasiones, como acaeció en mayo de 1903 con sor Feliciana Arteaga que, tras llevar trabajado en el Hospital treinta y dos años, se encontraba «completamente inútil para atender a los múltiples trabajos» que desempeñaban las Hijas de la Caridad en el establecimiento hospitalario. La comunicación sobre esta situación fue tratada en la sesión del Ayuntamiento el 16 de mayo de 1903. El día 2 de junio de dicho año, ingresaba la sustituta sor María de Jesús Espouda.
Por esas fechas y en otras anteriores, la Comunidad de las Hijas de la Caridad en el Hospital de San Juan de Dios estaba integrada por ocho religiosas. Concretamente, en el mes de mayo de 1899, desarrollaban su trabajo en dicha institución las siguientes hermanas: Josefa Echevarría, Dolores Bonifáz, Antonia Pulles, Feliciana Arteaga, Teresa Pellicer, Angélica Blasco, María Torres y Aurelia Zubicoa. Percibían un haber mensual de 41 pesetas, con lo que el costo de ese trabajo suponía al Ayuntamiento mensualmente la cantidad de 328 pesetas.
Durante la epidemia de «grippe» de 1918, una de las religiosas natural de Orihuela, sor Patrocinio Vives Fenoll de 27 años, falleció el 27 de octubre víctima del contagio. Al notificar el teniente de alcalde José Martínez Arenas la noticia a la Corporación Municipal, destacaba que esta oriolana había fallecido «víctima del cumplimiento de su deber, voluntariamente aceptado por imperativos de una ética, de un ideal; deber honroso al que sacrificó su actividad, su juventud, su vida». Asimismo, solicitó que se dejara constancia en el acta el sentimiento por parte del Ayuntamiento y que se rotulase una calle con su nombre, lo cual se aceptó por unanimidad, destinándose para ello la conocida como la del Molino.
Durante la Guerra Civil, las Hijas de la Caridad siguieron prestando servicio en el Hospital, secularizadas y vistiendo el uniforme de la Cruz Roja. En 1942, el 26 de septiembre la visitadora sor Justa Domínguez notificaba al alcalde de Orihuela que, siguiendo órdenes de Roma, se había dispuesto el traslado de sor Petra Alonso, superiora de la Comunidad en el Hospital, siendo sustituida por sor Isabel Elizalde. Ante esta noticia, la Comisión Permanente del Excmo. Ayuntamiento presidido por el alcalde accidental Enrique Roca de Togores y Fontes, había solicitado la concesión de la Orden de Beneficencia para sor Petra, así como que se dejara sin efecto su traslado. Ante ello, la respuesta fue negativa, indicando en la carta que, «el Señor la quiere en otra parte, donde continuará su buena labor y ha de estar bien, porque es una casa tranquila y pequeña». Asimismo, la superiora general rogaba al alcalde que agradeciera a todas las personas y entidades que habían enviado telegramas solicitando que la religiosa no fuera trasladada.
La labor de las Hijas de la Caridad en Orihuela, fue más allá del Hospital Municipal, tal como decía sor Isabel Sola, en «una casa grande, con muchos niños, que merecían una atención personalizada». Años después, había dejado de existir el antiguo edificio lindero con el Santuario de Monserrate tras el incendio de enero de 1967, y estaba en funcionamiento el nuevo. En la Obra Social Diocesana San José Obrero, las Hijas de la Caridad han dejado su impronta, tras sesenta y dos años. A esas religiosas, con su toca asemejada a alas, monjas voladoras, nuestra admiración por la ayuda prestada a los demás. Siempre Orihuela las recordará y estará agradecida.
Fuente: http://www.laverdad.es/