POR FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES
El 29 de agosto de 1589, el rey Felipe II envía una carta al corregidor de la villa de Cáceres para que los moriscos que se hallaban en ella desde 1572, deportados desde el extinto reino de Granada, sean repartidos por la población de manera que en una misma calle no vivan juntos más de tres o cuatro familias moriscas. Se pretende que los nuevos vecinos vayan perdiendo sus vínculos culturales en lo referente a cuestiones como el vestido, la lengua, los nombres, la religiosidad, la gastronomía o la música.
Esta minoría étnico-religiosa había sido sometida por haber osado desafiar a la autoridad real y religiosa que les obligaba a renunciar a sus propios rasgos culturales y formas de vida. También se ordena que los muchachos y muchachas, especialmente los que no tienen padre, se pongan al servicio de «amos a quien sirvan, de suerte que no vivan entre los demás moriscos». Una cuestión que propició el reparto de población morisca por las diferentes calles de la villa. Ya no residirían solamente en la antigua calle de Santiago, que había cambiado su nombre por el de Moros por ser el lugar donde primeramente se ubicaron estos hombres, mujeres y niños llegados de lugares lejanos como Baza, Guadix o Benamaurel.
Los padrones de pecho de los últimos años del siglo XVI, contienen los nombres y las calles que los moriscos ocuparon en la villa cacereña. En 1594 encontramos un total de 290 moriscos, alistados en las 62 familias de su etnia que viven en diferentes lugares de Cáceres. Un número importante en una ciudad de poco más de 5.000 habitantes. Figuran como vecinos pecheros, trabajadores por cuenta ajena que pagan sus impuestos en la villa. Sus oficios se encuentran principalmente relacionados con la artesanía y con el servicio doméstico. En este sentido encontramos hortelanos, cardadores, aguadores, criadas o zapateros. Sus viviendas se encuentran principalmente muros adentro, especialmente en el barrio de San Antonio donde vivan un total de 25 familias moriscas. Otros lugares para la vida de esta minoría étnico-religiosa son la calle Caleros con 6 familias, el barrio de Santiago con 5 familias o la calle Peñas donde vivían un total de 11 familias.
Otros lugares son la calle Pizarro o Godoy. Según estos padrones el lugar donde menos moriscos habitaban era en la calle Moros, su antiguo arrabal. También conocemos sus nombres, ya cristianizados, que nos hablan de sus poblaciones de origen; Luis de Cieza, Baltasar de León, Domingo de Cabra o Lorenzo de Moya viven en el Barrio de San Antonio. En cuanto a las mujeres también conocemos sus nombres, especialmente de las viudas que eran cabeza de familia, como Elvira de Ávila, Isabel de Molina, Elisa de Carmona o Lucia de Jaén.
Cuando se decreta la expulsión de los moriscos de los territorios de la Corona, en 1609, las autoridades locales solicitan al monarca no se ejecute esa orden porque «la mayor parte de ellos son pobres y viejos» y «se ocupan de oficios necesarios y forzosos del beneficio de esta república». A pesar de ello una parte de los moriscos cacereños fueron expulsados, otros se quedaron integrados entre la población local por matrimonio o al servicio del clero o de la nobleza local, otros ocultos o, simplemente, diluidos en una población en la que llevaban viviendo más de 40 años.