POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
La historia de la sanidad en Oviedo, que vive ahora la zozobra de una nueva mudanza, ha de contemplarse desde el principio, desde los tiempos en los que los peregrinos llegaban aquí frecuentemente maltrechos, mendigando un jergón para cuidar el cuerpo antes de gestionar la indulgencias para el alma.
Hospitales hubo como los de San Nicolás, San Julián y Santa Basilisa, Magdalena, Balesquida y Estudiantes, con los de San Juan y Santiago como principales.
El primer hospital que mereció en Oviedo el título de general fue el que se abrió en el abandonado convento de San Francisco, en el espacio que hoy ocupa el palacio provincial, antes diputación. Fue clásico en la ciudad lo de habilitar para hospitales y escuelas espacios heredados, frecuentemente conventos.
En el convento de jesuitas en El Fontán fueron acogidos los enfermos procedentes de San Juan, Santiago y Los Remedios.
Se gastaron buenos cuartos en adaptar el espacio conventual de San Francisco para hospitalario, habilitando ocho salas para hombres, todas con nombres de santos y salas especiales para dementes, tiñosos y presos.
Había cinco salas de mujeres, una para dementes. Uno de los atractivos de la ciudad durante las fiestas de San Mateo consistía en la exhibición de los locos más llamativos. Siendo aquel viejo convento lugar impropio para hospital pronto se empezó a barajar la construcción de un hospital de nueva factura allí mismo, ya que las piedras góticas habían dejado de interesar mucho antes y el lugar ya era principal, en el Oviedo que crecía Uría adelante.
Hubo un proyecto del arquitecto Aguirre y otro de don Juan Miguel de la Guardia. Aquello no prosperó y en 1881 se inauguraron solemnemente las obras del nuevo Hospital-Manicomio en la parte alta del Campo de San Francisco, en lugar sano y despejado. Obra de don Javier Aguirre, se distribuyó en espacios a la moderna, con salas espaciosas para hombres y mujeres, sala especial para preparar tisanas y salas de distinguidos, de presos y de presos políticos.
Como aquí nada dura siempre, aquel hospital se inauguró el 18 de agosto de 1897 y era el primero nacido para tal, pero sucumbió en los bombardeos de la Guerra Civil entre los días 21, 22 y 23 de febrero de 1937.
Durante muchos años, en el descampado que quedó en su lugar jugaban los niños ovetenses con los cascotes blancos y azules, desconocedores de su origen.
Aquel desastre diseminó por toda Asturias enfermos y heridos y en el mismo 1937 la Diputación incautó el edificio del Orfanato Minero y allí estuvo el hospital hasta 1962, fecha de la apertura del nuevo Hospital General, ese que ahora tiene los días contados, porque nuestro destino tiene que ver siempre con abandonos y muertes violentas y prematuras.
En viaje a las antípodas, lo que creció y se multiplicó en los alrededores del Cristo de las Cadenas vuela al otro extremo del ciudad y allí, sobre lo que era manicomio de La Cadellada, cuando las demencias quisieron casa para ellas, ahora desaparecidas como si no existieran, unos muros fríos esperan el calor que le dará la lucha por la vida. Que nos sea leve.
Fuente: http://www.lne.es/Oviedo/