POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS ACADÉMICO DE LA R.A.C.V. |
Con cuánta facilidad nos acostumbramos a ver las muertes de los demás, y con cuánta facilidad nos aferramos a la vida como algo propio e imperecedero.
Demasiadas muertes se están sucediendo de fiscales, políticos, personas famosas que han desempeñado cargos públicos y que pasan de un mundo al otro ante el silencio, olvido, y porque no llamarlo así, del desprecio lamentable de muchos o de cada uno de nosotros. Parece como si esas cosas de la muerte ajena, no fuera con nosotros.
Todos tenemos una cita con la muerte, tarde o temprano nos llegará, y llegará como dice el Evangelio: “así como un ladrón en la noche llega sin advertencia…”.
Con que poca idea agotamos nuestro tiempo, el tiempo se nos regala para invertirlo en cosas productivas, en hacer el bien, en superarnos, en luchar; pero parece ser que esa lección se aprende demasiado tarde, se aprende cuando hay una advertencia seria de que “esto se acaba” o cuando de repente se acaba, y no avisa, y los que nos quedamos detrás de esa vivencia, el único consuelo que aprendemos, es que no hemos vivido la vida con la intensidad que debe ser vivida.
Nos acostumbramos a la muerte, y no sabemos vivir la vida. Muchos momentos de tensión, de dolor provocado, de angustia innecesaria, y de malgastar el tiempo en banalidades. Todos queremos ser más, ser mejores que el otro.
Luchar por estar más alto que aquel que tenemos enfrente, y a veces no caemos en la cuenta que aquel que envidiamos, en momentos concretos de su vida, puede estar peor que nosotros, quizás tenga más problemas que nosotros, o no sea tan feliz como nosotros creemos y pobres de nosotros, queremos y ansiamos su felicidad.
¿Por qué hoy estos pensamientos…? Leo la prensa, veo muertes, miro la televisión y veo muertes, veo crímenes, veo investigaciones criminales, y miro el mundo y veo muerte de gente joven, gente que se va sin decir adiós, personas buenas que nos dejan en el camino, y familiares que no encuentran el consuelo necesario, ni una justificación que conteste su pregunta a ese porqué me ha pasado esto a mí.
La muerte respetada, temida, impuesta, la que no avisa, o la que avisa con lentitud, solo tiene justificación cuando la vemos con ojos de una nueva vida. La vida son momentos, está llena de paréntesis, está llena de historias inacabadas, pero también está llena de vida, porque donde hay vida, hay esperanza, y solo la esperanza de caminar rectos nos puede mantener y guiar con fuerza a descubrir que la muerte es la puerta de la vida.
Siento un tremendo respeto por la muerte, lamento que detrás de las muertes hayan juicios dañinos y sobre todo olvido veloz, y me desespera pensar que todos hemos de pasar por ese momento, y seremos reos de severos juicios humanos, que en ocasiones ni se justifican ni atienden a ninguna realidad. Solo me aferra a este mundo vivir intensamente, para que cuando se abra la puerta de la muerte, me encuentre cansado de vivir, con las manos llenas de buenas obras, y con la mente serena del trabajo bien realizado.
Lo demás es pura fantasía… no te acostumbres a la muerte querido lector con frialdad y abandono, la muerte forma parte nuestra vida, la muerte vivida con serenidad y paz, es más real y verdadera que “pasar” de ella, como algo mundano… ¡Mundanos somos nosotros, cuando pasamos por el mundo, dejando una estela que a veces lleva ese sello, que nos viene a decir, que nuestro paso por el mundo es de más pena que de gloria!
La vida da paso a la muerte, y la muerte es el paso de y por la vida.
Fuente: http://www.elperiodicodeaqui.com/noticias/Muerte-y-vida/1460