POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ).
Todas estas figuras desempeñaban un papel fundamental, garantizando no solo la atención médica, sino también el buen funcionamiento de la institución y el cuidado integral de las personas acogidas.
La figura principal entre las madres al servicio de las enfermas y de la ciencia en el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla es la madre mayor.
La figura de la madre mayor se menciona en las Constituciones, pero no se especifica que tuviera que ser necesariamente una religiosa. Sin embargo, algunos documentos hacen referencia a las monjas de la Encarnación como mujeres dedicadas al servicio y atención del hospital, con un permiso especial del Papa para llevar a cabo dicha labor.
La ambigüedad del término «madre» en el contexto andaluz es significativa, ya que, además de su sentido maternal, el término puede referirse tanto a una religiosa consagrada como a una mujer respetable que dirige un determinado oficio en el hospital. En el caso de la Madre Mayor, no era indispensable que fuese una religiosa; podía ser una laica competente, ya que el hospital no permitía que el personal regular estuviera al mando. De este modo, la dirección y supervisión del hospital quedaban sujetas únicamente a las Constituciones del centro, a las directrices del patronato tripartito, y a las instrucciones del cura capellán, que gestionaba el Hospital de las Cinco Llagas.
A partir de ahora se establece en las Constituciones de 1624 que la madre mayor debía ser elegida por el patronato y ser una persona principal y “de gran satisfacción”, discreta y prudente. Debe ser profesional y tener las cualidades idóneas para atender a las enfermerías y a los pormenores de la madre enfermera. Controlará los gastos y tendrá las llaves de las despensas donde se guardan las provisiones del Hospital, que entregará “por quenta y razón” al botiller y oficinas donde se gastan, entre otras funciones varias.
En cuanto a enfermeras y enfermerías, hemos de recordar que a lo largo de la historia, la relación entre la mujer y la enfermería ha sido estrecha, pues la mayoría del personal de cuidado ha sido tradicionalmente femenino. Esta tendencia se remonta a los orígenes de la humanidad, cuando los primeros grupos organizaban su entorno y procuraban el bienestar de los suyos. La conexión entre la mujer y la maternidad ha hecho de ella una figura sensible a los sufrimientos ajenos y diligente en el cuidado, tanto en el ámbito social como en el doméstico. Aunque ha habido destacados profesionales masculinos en este campo, históricamente las mujeres han predominado en las tareas de cuidado y asistencia, mientras que los hombres se han inclinado más hacia la defensa militar y la protección comunitaria.
En la Edad Media, las mujeres se dedicaban a la caridad y la beneficencia, proporcionando un contrapeso a la violencia de las actividades bélicas en las que se involucraban los hombres de la familia. Un ejemplo notable es el de Santa Isabel de Hungría. En la Edad Moderna, figuras como Catalina de Ribera y Mendoza se distinguieron por su dedicación a la atención de los más desfavorecidos, asegurando que también ellos pudieran acceder a los cuidados médicos, algo reservado principalmente a los más privilegiados. En esa época, las mujeres pobres eran particularmente vulnerables, incluso más que las esclavas, ya que estas últimas contaban con la protección de sus dueños. Es por ello que el Hospital de las Cinco Llagas admitía solo a mujeres sin recursos, mientras que las esclavas no eran consideradas para recibir tratamiento.
Además de las damas de la aristocracia, algunas comunidades religiosas femeninas se dedicaban especialmente al cuidado en hospitales y a la atención de enfermos en cárceles. Durante la Edad Contemporánea, tanto religiosas como laicas se esforzaron por aportar su trabajo en tiempos de guerra y paz, como las Damas de la Cruz Roja y las Hijas de la Caridad, cuya labor ha sido fundamental en diversas instituciones, incluyendo hospitales, orfanatos y hospicios. Así, a lo largo de la historia, la mujer ha tenido un papel central en la sanidad, ya sea de manera individual o a través de instituciones asistenciales.
En el Hospital de las Cinco Llagas, las pacientes ingresaban no solo en un centro de atención médica, sino en una comunidad regida por normas específicas. Las enfermeras eran las encargadas de velar por el bienestar de las enfermas, no solo desde el punto de vista sanitario, sino también asegurándose de que cumplieran con las reglas establecidas hasta su salida del hospital, ya fuese por recuperación o por fallecimiento.
Además de los tratamientos médicos, había un proceso orientado al fortalecimiento espiritual de las pacientes, en un entorno que, aunque eclesiásticamente independiente del obispo de Sevilla, no estaba aislado de la realidad social sevillana. El hospital, ubicado extramuros, mantenía un contacto constante con la población, que acudía por razones religiosas o para visitar a los enfermos. Asimismo, existía un protocolo bien definido para el manejo de la muerte, que incluía la preparación para el fallecimiento y el adiós a quienes dejaban este mundo.
La madre mayor desempeñaba funciones similares a las de una matrona o ama de llaves, actuando como una especie de gobernanta. Debía poseer cualidades como la discreción, prudencia, honestidad y profesionalidad. Supervisaba la administración de los recursos y la logística de la alimentación de las pacientes, siguiendo las prescripciones de los médicos. Además, durante las visitas del médico, la enfermera mayor estaba presente para asegurarse de que se cumplían sus indicaciones, acompañada del boticario y del cura, quienes registraban en libros las necesidades de la botica y la dieta de las pacientes.
Había también una madre enfermera, una enfermera mayor en las enfermerías de medicina, ayudada por cinco hijas. La enfermera mayor tendrá cuidado en el trato de las enfermas “y que las hijas las traten con mucho amor” y ejecuten con mucho cuidado y puntualidad las unciones, servicios y demás remedios que el médico ordene. Asistirá siempre a las visitas del médico y repartirá la comida a las enfermas personalmente, debiendo acudir con caridad a las necesitadas.
Las faltas que encuentre deberá comunicarlas al administrador para que se pueda poner el pertinente remedio; y también se encargará de bajar con el médico a recibir a las enfermas de nuevo ingreso, a las que acompañará y les señalará sus camas.
Realmente las enfermeras en el Hospital de las Cinco Llagas son una avanzadilla del feminismo al trabajar en un medio en el que solo había práctica, tratados, instrucciones, dirigidos a enfermeros hombres, considerándose a las mujeres como meras auxiliares o ayudantes de médicos y enfermeros.
En la enfermería del hospital, las enfermas de cirugía estaban al cuidado de una «madre» asistida por tres ayudantes, es la madre de cirujía, que a partir de 1624 se llamará madre cirujana. Todo el equipo trabajaba para proporcionar atención a las pacientes que necesitaban ser operadas, ofreciendo cuidados con dedicación y caridad, y colaborando entre ellas para asegurar el mejor cuidado posible. En el Cuarto de Cirugía deberá haber una enfermera a la que ayuden dos hijas, que asistirá con caridad a las enfermas de cirugía.
La madre cirujana era, en realidad, enfermera destinada a quirófano o a atender a las enfermas en su pre y post operatorio. Bajo las órdenes del cirujano, que en el tiempo se confundía con el barbero, sería la responsable de que se ejecuten los remedios que el cirujano ordenase, asistiendo con la enfermera mayor a repartir la comida y debiendo pedir lo necesario para el mejor servicio. Igualmente, bajará con el cirujano a recibir a las enfermas recién ingresadas en el establecimiento, las acompañará y les dará cama. La misión de este departamento se entendía como la manipulación mecánica de las estructuras del cuerpo humano con un fin médico, para sanar, bien por medio de diagnóstico, terapéutica o pronóstico.
Las enfermeras no se limitan solamente a la atención a las enfermas, sino que también tienen atribuciones en cuanto al mantenimiento de los “cuartos” o salas que le son asignados. Una prevención de riesgos laborales incipiente marca las pautas hospitalarias; la lógica pura es la que manda sobre los actos preventivos y su aplicación da resultados óptimos.
La enfermera mayor no podrá mudar ninguna enferma de su cama sin permiso del médico, ni tampoco echar ni despedir a ninguna enferma sin que el médico le haya dado el alta y con autorización del administrador.
Junto a las madres dedicadas a la atención sanitaria, había otras que se ocupaban de labores específicas, como la ropera, la cocinera, la portera y otras ayudantes de sala. Entre ellas también están las madres que ayudan a bien morir, son una avanzadilla de lo que sería a la postre la psicología, ayudan a superar a las enfermas moribundas el tremendo trance que les suponía estar ante la puerta de la muerte, algunas con grandes padecimientos, incluso debían tener cierto entrenamiento para persuadir a las enfermas y éstas optasen por abandonarse y pensar en el suicidio. Eran un soporte espiritual además de los cuidados espirituales de los sacerdotes, que también tenían labor de acompañamiento como mujeres que eran y mujeres dedicadas a la vida religiosa y de servicio a los demás.
Todas estas figuras desempeñaban un papel fundamental en la vida diaria del hospital, garantizando no solo la atención médica, sino también el buen funcionamiento de la institución y el cuidado integral de las personas acogidas.