Y ello, por una razón humanitaria amén de cristiana, que habla de amor a los semejantes, que nos dice que todos estamos en el mismo camino, que la vejez aparece sin darse cuenta y se necesita la aproximación de los seres queridos, máxime cuando se llega al final del camino con incapacidad tal, que se hace precisa la intervención de una persona de forma constante. Es así que aparece el tema de la dependencia como ayuda ante la situación del enfermo por las razones de incapacidad física, psíquica e intelectual, aspecto que queda regulado en una normativa precisa.
El hecho de que Ricote carezca de establecimientos de esta clase pese a existir la Fundación de San Diego, radicada en la Casa Encomienda, instada para tales efectos por Don Diego Candel Rubio y su esposa Doña Paz Massa y Massa, nos hace pensar a la vez que extrañarnos, de que un pueblo tan rico en valores carezca hoy de tal institución para arropar a las personas más débiles que han de acudir a otros lugares apartados, si la economía se lo permite para ser atendidos en sus últimos días. Pues que no se debe cortar nunca la generosidad de quienes, por razones de humanidad donan espacios para tal finalidad, la de que nunca se queden solos quienes nos han precedido.
No podía ser de otra manera que el pueblo no olvidara a sus ancianos mostrando su capacidad de compensar ese vacío que llenan, y bien, las mujeres cuidadoras a las que va dirigido este escrito. Y es que esto a la vez marca el carácter de sus habitantes, de sus mujeres, especialmente por dedicarse a la noble labor de dedicación a los ancianos o discapacitados, ayudándoles a afrontar sus últimos pasos por este valle de lágrimas, que puede ser a su vez de sonrisas.
Labor merecedora de nuestra admiración
Tan solo son nombres, pero se puede entender que en la relación de estos ángeles custodios, sin duda, había mucha entrega hacia el hermano, la persona que precisaba ese contacto diario que era realmente tan bien acogido, hasta el punto que siempre que algún familiar recuerda a la mujer que cuidó a sus padres, no puede por menos que entonar un himno de agradecimiento hacia su figura y de admiración. Y es que la cuidadora entregada en alma y cuerpo a una persona de la familia se convierte en una verdadera madre imposible de olvidar.
Cada nombre escrito de ellas, consideradas como ángeles custodios, nos indica que han realizado y lo siguen haciendo un trabajo envuelto en solidaridad y entrega como lo hizo el samaritano del evangelio al ayudar al ser humano que yacía en medio de un camino llevándolo a una posada y abonando los gastos adecuados. Es claro que el anciano necesita de una compañía que le de ilusión por la vida, le haga vivir aún en su vejez, el sentimiento y la palabra de quienes como las mujeres citadas, cuyos nombres se podrían multiplicar, saben cuidar al prójimo, sin obtener a veces nada a cambio.
La vejez, dice Simone de Beauvoir, «es lo que ocurre a las personas que se vuelven viejas». Pero es a su vez un regalo del cielo que se ha de aprovechar y hacer que nuestros ancianos ocupen un puesto esencial en la sociedad, se les tome en cuenta en sus decisiones sin duda más sabias que las de los jóvenes que carecen de la experiencia en la vida. Loor a los ancianos y a las mujeres que se ocupan de hacerles más llevadera su situación. Bien por las cuidadoras que son como ángeles insustituibles.
Por esto mismo no puede en justicia, quien escribe, dejar clara la admiración por estas mujeres de Ricote, reconocer su trabajo incalculable que con o sin compensación económica, están pendientes del padre o la madre, del niño enfermo que están imposibilitados. Unas mujeres llenas de corazón que saben lo que es una sonrisa en el rostro del abuelo en su última despedida. No puede por menos este cronista que en estas páginas de un diario festivo, dejar constancia al pueblo enamorado de sus fiestas en honor de San Sebastián, de ese sentimiento de amor y generosidad de sus mujeres por labor tan delicada para que sus ancianos e impedidos, cada mañana, miren la vida con una sensación de saberse acogidos, queridos por su entorno familiar.
Señalar a cada una de las mujeres, auténticos ángeles custodios, que se han dedicado en cuerpo y alma a hacer más digna y mejorable la vida de familiares, de personas ajenas, por tan solo una razón de amor o mediante una soldada adecuada, es lo que nos lleva esta vez a este reportaje que nos habla de unas almas exquisitas, de una bondad arropada de esencias angelicales, capaces de dar sus vidas incluso por sus ancianos y personas incapaces de valerse por sí mismos. Lo que nos sorprende, ante un mundo de descarte donde el anciano apenas tiene lugar, donde el enfermo en su extrema debilidad deja de tener valor en esta sociedad imbuida por el ansia de progreso constante y de poder. Una sociedad que nos habla de la cultura de la muerte en la presencia de unas leyes que son anti natura, despreciando la vida del que va a nacer y el que por razón natural tiene derecho a una muerte digna.
No es nuestro caso sino de alimentar esa garra de una población que ha demostrado poseer esos valores por la vida, desde que el ser es una esperanza de hombre al anciano que hay que estar con él hasta el último instante, cuando ya sus ojos se apagan con la última sonrisa. Y es que ello es una muestra de la ternura que «es el camino que han seguido los hombres y mujeres más valientes y fuertes», como dice el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti.
Larga es la relación de estos ángeles custodios, mujeres de casta que habría de homenajear individualmente, pues sabemos de sus nombres, sus atenciones, de sus tiempos en dar consuelo a los que lo requieren, por estar imposibilitados sin posibilidad de moverse, y a pesar de todo ellas hacen que sientan amor a la vida, que expresen esa alegría que se les nota ante sus cuidados. Unas mujeres que han de tener resonancia por su labor humanitaria.
Mujeres de casta que habría de homenajear individualmente
Constanza Guirao, sin ir más lejos, al cuidado y servicios de los maestros conocidos D. Pascual Lucas y Doña Dolores Salmerón Ros, quien estuvo con ellos en el pueblo y también en Cieza por motivos de traslado familiar. Tal es el significado que tuvo para la familia, que uno de los hijos, el doctor Don Ignacio Lucas Ros, oncólogo de prestigio y que como se sabe trató a Sancho Gracia, protagonista de la afamada serie televisiva sobre el bandido Curro Jiménez, entre otras cosas. Profesor de la Universidad de Pamplona, pudo sintetizar en su momento los recuerdos a la mujer que tanto significó para la familia: «Recordando –señalaba- de nuestra estancia en Ricote, sobre todo a Constanza -mi Constanza-, que para la familia y para mí lo fue casi todo. Solo una palabra puede definirla: fidelidad».
No habría mejor definición que la de fidelidad cuando se habla de estas mujeres que dejaron sentimientos impolutos en sus generaciones, como María Quesada Sánchez, ‘La Marica del Médico’, una vida entregada al doctor Don José Abenza Guillamón, eminente Otorrinolaringólogo, y a su esposa Doña Adoración Lerma Monsalve ‘La Señorita’, a los, que adoraba hasta el final.
Amparo Candel Candel, ‘la moza del Boni’, estuvo vinculada desde su tierna edad a la familia de Don Jesús Moreno Ibernón, quien fuera alcalde, y su mujer Clotilde Moreno Villar, tan querida, que la hija del matrimonio, Anita Moreno Moreno tuvo, en justa correspondencia, cuidar a tan fiel mujer en sus últimos días.
Adora Molina Turpín ‘La Adora de Peñaleja’ se entrega, como se dice, sin límite al matrimonio José Antonio Candel Guillamón y Margarita Pastor Prefacio, teniéndola como a una hija, que les dedica su tiempo hasta sus últimos días.
Mercedes Turpin Moreno ‘La Mercedes de José de Vargas’ o ‘la Moza de Celestino’ unida al matrimonio Celestino Guillamón Guillamón y Orosia Salcedo Sánchez, con sus cuatro hijos, entre ellos Alberto, que tanto hace por la presencia de este periódico y entusiasmo por las cosas de su pueblo.
María Miñano Miñano ‘Maríacelis’. Moza de la familia de los Carrichosos, toda su vida, y al final de sus días, con una de sus hijas, Amparín Garrido Aviles, y su marido José Candel Turpín, ‘el Pepín’. Trasladándose con ellos a vivir a Murcia, como un miembro más de la familia, correspondiendo así a sus innumerables desvelos en el pasado.
Asunción Miñano Moreno ‘Asun de José Sandalio’ ligada siempre a la familia de Moisés Guillamón y Carmen Salcedo y sus hijos tanto en Ricote como en Madrid, en completa fidelidad.
Esperanza Guillamón Yepes, sirviendo a la Sacramentos de Perico Rojo (como tantas otras, Maravillas Guillamón Garrido, Carmen Miñano Turpín, etc.) y que cuenta con cierto grado de amargura, pese al finísimo sentido del humor que le caracteriza y un gracejo inimitable, por no cotizar por ella lo suficiente, como para cobrar una pensión mínima.
Como la de Consuelo Palazón Duarte, nacida en Archena, prohijada de Rogelio López Sánchez y Mercedes Moreno Guillamón, siendo conocida en el pueblo como ‘la Consuelo de Rogelio’, tan querida por sus hijas, ejemplo sin duda de esa fidelidad de mujer entregada y generosa, que invoca el Evangelio. Que no es de otra forma la de Amparo Abenza Guillamón ‘Amparo la Panocha’ vinculada a la familia de Paco el Sordo y Juana de Trinidad.
Que de esta forma se podría detallar acciones humanitarias de tantas y tantas mujeres de Ricote que daría para un amplio trabajo, solo que no se pueden olvidar los nombres, entre otros de Carmen Guillamón Tavira ‘la mujer del Gañán’ al cuidado de la familia de Eloy Avilés; María Lozano López ‘Maruja’, unida a la familia de la Amparín del Médico como la Doloricas, Carmen Guillamón Yepes, etc.; Maravillas, moza de Perico Juan Polonio; María de Faustino, con la Ángeles de Paquete; Antonia Torrano Campos ‘la Antoñina del Curro’ con Perico de Chimenea o Pepe de Eloy; las hermanas Miñano Buendía (Resure y María ‘la Grande’) junto a la familia de Bernardino; Carmen la Pelaiya, la Pepa; Consuelo Candel Torrano (hermana del Poro) y Josefa de Campos del Río (Con Eloy y descendientes); Ángeles de Diego, omnipresente y con un corazón de oro; y la Platillera, en Espinardo, con las hermanas Caridad y Justa Palazón Guillamón.
Otras mujeres e incluso hombres trabajan con una dedicación especial, bajo el amparo de la Seguridad social, naturalmente poseen unos conocimientos especiales con dedicación completa. Que en este cometido se pueden recordar los hermanos Sebastián y Jesús Sánchez Turpin, hijos de Sebastián el Coín, sirviendo a Antoñín ‘el de la Emérita’, Pedro López Turpín y Antonio Abenza López ‘Antoñito’ componentes del grupo, bajo su custodia.
Cabe señalar, igualmente, la labor entregada de las hermanas Finica y Mari Carmen Garrido Miñano, hijas de Carmen de Cesáreo; Consuelo Guillamón Yepes (hija de Culín), muy bien considerada por ‘Pepe de la Venta’ por los excelentes servicios prestados a su mujer Amparo.
Amparo Moreno Palazón ‘Amparito’, (Reina de la Juventud en el año 1991). También dedicada de lleno a esta excelsa función caritativa, y de una manera muy especial, con los hermanos Marica y Paquito de Cesáreo (Miñano Saorín). La primera, fallecida hace apenas un año, y él, ahora, triste y solo, en una situación verdaderamente angustiosa, con trastornos de estrés agudos, y sumido en un profundo dolor. Máxime con la muerte, casi repentina, de su mejor amigo, José Mª López López (hijo de Paco de Portillo) el pasado 16 de julio. Su incondicional lazarillo, cuya amistad celebraban, cada día, como un rito religioso, en el bar de la Plaza, el ‘Paquisordo’. Con el mejor vino de la tierra y una unción cuasi mística, conmovedora, que se te estremece el alma, oyendo su relato.