POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ).
No se contentó con resolver ecuaciones; se adentró en los oscuros vericuetos de la mecánica cuántica, allí donde los conceptos desafían a la intuición.
Grete Hermann vino al mundo un 2 de marzo de 1901 y su vida se entretejió con la matemática y la filosofía, disciplinas en las que dejó un legado tan discreto como poderoso. Es conocida por su aportación en matemática, física, filosofía y educación.
Fue alumna de Emmy Noether en la célebre universidad de Gotinga, el crisol de tantos genios matemáticos. Allí, bajo la tutela de Noether y Edmund Landau, Hermann redactó una tesis que marcó el inicio del álgebra computacional: Die Frage der endlich vielen Schritte in der Theorie der Polynomideale (La cuestión de las etapas finitas en teoría de ideales de polinomios).
Este trabajo no solo enfrentaba problemas fundamentales del álgebra abstracta, sino que proporcionaba herramientas prácticas: el algoritmo de Hermann para la descomposición primaria de ideales, una joya de la matemática que aún hoy se utiliza, como si su autora aún susurrase soluciones desde el pasado.
Pero Grete Hermann no se contentó con resolver ecuaciones; se adentró en los oscuros vericuetos de la mecánica cuántica, allí donde los conceptos desafían a la intuición. Fue una de las primeras en cuestionar, con argumentos meticulosos, un famoso teorema de John von Neumann sobre la imposibilidad de las variables ocultas en la física cuántica. Este era un matemático húngaro-estadounidense que había realizado contribuciones fundamentales en análisis funcional, análisis numérico, cibernética, ciencias de la computación, economía, estadística, física cuántica, teoría de conjuntos, teoría de juegos, hidrodinámica y muchos otros campos, considerándosele uno de los matemáticos más importantes del siglo
Aunque su crítica por parte de Grete Hermann obre la ausencia de variables ocultas fue ignorada en su tiempo, estando en una especie de ostracismo y desconocimiento durante décadas, el futuro le dio la razón, recordándonos que las semillas de las ideas germinan incluso en los terrenos más inhóspitos.
Entre los años de 1925 y 1927, Grete Hermann desempeñó su labor como asistente del filósofo Leonard Nelson, a quien debía admiración y gratitud por haber encauzado su espíritu analítico hacia las corrientes del pensamiento riguroso. Tras la muerte de Nelson, en 1932, junto a Minna Specht, Hermann se entregó a la tarea de editar System der philosophischen Ethik und Pädagogik, un compendio que recogía las ideas éticas y pedagógicas de su mentor, mientras continuaba cultivando sus propias investigaciones, siempre ávidas de nuevos horizontes.
En su andanza como filósofa, Hermann fijó sus ojos en los misterios de la física, particularmente en los cimientos que sostenían la recién nacida mecánica cuántica. En 1934, se trasladó a Leipzig con la intención de entrelazar el pensamiento neo-kantiano sobre la causalidad con las sorprendentes revelaciones del mundo subatómico. Allí, sostuvo fértiles discusiones con figuras como Carl Friedrich von Weizsäcker y Werner Heisenberg, quienes marcaron el rumbo del pensamiento científico de su época. El eco de estas conversaciones resuena en textos como el capítulo décimo de La Parte y el Todo de Heisenberg, donde se recoge el espíritu de aquellas disputas intelectuales.
El núcleo de sus preocupaciones giraba en torno a la distinción entre la previsibilidad y la causalidad, un tema que abordó con agudeza en su obra Die naturphilosophischen Grundlagen der Quantenmechanik, publicada en Dinamarca. Este tratado se ha elevado al rango de clásico en la filosofía de la física, siendo considerado “uno de los primeros y más brillantes análisis filosóficos de la nueva mecánica cuántica”. Así, Hermann hilvanó con rigor y elegancia los hilos de la filosofía y la ciencia, dejando una estela de reflexiones que aún invitan a la meditación profunda.
Fue necesario que el tiempo pasara, siempre implacable y a menudo injusto, para que el trabajo de Grete Hermann emergiera del olvido. No fue sino hasta que John Stewart Bell, en 1966, redescubrió de manera independiente las ideas que ella había planteado, que su visión comenzó a ganar el reconocimiento que merecía. Años más tarde, en 1974, Max Jammer, en su erudita investigación, señaló la prioridad de Hermann en aquella demostración crucial. Así, se revelaba la profundidad de un pensamiento que había permanecido sumido en las sombras.
Algunos, con razón, se han preguntado cómo habría cambiado el curso de la mecánica cuántica si la crítica de Hermann no hubiera caído en ese limbo de desatención. Es tentador imaginar un panorama donde su análisis hubiera servido para cuestionar, desde el principio, la interpretación de Copenhague, ese dogma que tantos adoptaron casi sin réplica. Quizás, en esa línea de tiempo alterna, sus ideas habrían abierto las puertas a un desarrollo más temprano y robusto de las teorías de variables ocultas no locales, arrojando una nueva luz sobre los misterios de la física cuántica. Pero la historia, como la vida misma, camina a menudo por senderos torcidos y el mérito de Hermann debió esperar su hora.
En el año 2010, Jeffrey Bub agitó las aguas de la historia de la física con una argumentación que no dejó indiferente a los estudiosos. Según su análisis, tanto John Stewart Bell como, por extensión, la propia Grete Hermann habrían interpretado de manera equivocada la famosa demostración de John von Neumann. Bub sostenía que von Neumann, en realidad, no tenía la intención de establecer la imposibilidad absoluta de las variables ocultas, como se había asumido largamente. En su lugar, afirmaba Bub, célebre matemático alemán, un razonamiento que, lejos de ser defectuoso, se sostenía en su propio marco conceptual.
Este enfoque lanzaba un desafío no solo a las lecturas tradicionales de la obra de von Neumann, sino también a la posición de Hermann como pionera en la crítica de su demostración.
De este modo, la argumentación de Bub abría nuevas puertas para el análisis filosófico y físico de las bases de la mecánica cuántica, sembrando dudas donde antes reinaba una aparente certeza.
¿Había sido von Neumann malinterpretado, o era la propia crítica de Hermann un reflejo más de las limitaciones de su tiempo? La cuestión, como tantas en el vasto campo de la física, quedaba abierta a la reflexión y al debate.
Hermann formó parte en el movimiento de resistencia contra los nazis tras la llegada del Hitler al poder. Fue miembro de la Liga Internacional Socialista, una parte del partido socialista escindida del SPD en el tiempo de la República de Weimar. Sus ideas la hacen decantarse más por la política y la filosofía hacia 1936, año en el que viaja a Alemania, Dinamarca, Francia e Inglaterra. Es este año recibe el Premio Richard Avenarius.
Tras la guerra, la Segunda Guerra Mundial, regresa a Alemania, estamos ahora en 1946. Ejerce como profesora de filosofía y física en la Escuela de Formación de maestros de Bremen y ejerce un papel importante en el sindicato de educación y ciencia.
Preside la Academia filosófico-política entre 1961 y 1978, organización que había sido fundada en 1922 por Nelson orientando sus fines hacia la educación, acción política responsable con fundamentos filosóficos, la justicia social.
Así vivió Hermann, entre números y filosofías, sembrando frutos que otros cosecharían, dejando tras de sí un eco que resuena en los algoritmos y en los interrogantes de un universo indescifrable hasta que fallece en Bremen el 5 de Febrero de 1984.
FUENTE: https://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/5102654/mujeres-ciencia-grete-hermann